La ciencia-ficción ha fantaseado con ello a lo largo del último siglo, en múltiples ocasiones, desde las novelas apocalípticas inglesas, basadas en una amenaza vegetal (
Más verde de lo que creéis, El día de los trífidos), hasta las historias de plagas y epidemias, perpetradas por accidente del hombre. Todo ello tuvo una clara influencia en el cine de serie-B, que dio lugar a muchas películas de bajo presupuesto, como la británica
El alimento de los dioses, basada en una novela de H. G. Wells sobre unas ratas que amenazan devorar a los hombres. Se trata generalmente de mutaciones de animales, que adquieren un tamaño descomunal o aumentan en gran número, constituyendo una plaga, como en
Marabunta. A la que siguen variantes con muchas otras especies, como
Piraña, Caimán o El enjambre.
El cine de catástrofes adquiere una especial importancia en los años setenta con películas como
La aventura del Poseidón, Terremoto, o Meteoro, que nos muestran colosos ardiendo, aviones que se estrellan y peligros espaciales. Son grandes espectáculos de dudoso valor artístico, aunque haya excepciones como
La última ola de Peter Weir. En los noventa el cine de desastres naturales se va alejando cada vez más de la ficción, para acercarse a la realidad de una forma algo tediosa como en
La tormenta del siglo, o con ecologismo ingenuo, como
El día de mañana. Shyamalan vuelve aquí sin embargo a la serie-B, pero sobre todo a su gran maestro, Hitchcock, que utiliza una rebelión de
Los pájaros, para crear una de sus películas más inquietantes.
UNA OBRA DE AUTOR
La carrera de este director hindú de formación católica, afincado en Filadelfia, ha sorprendido a muchos desde sus inicios. Alabado por la originalidad de
El sexto sentido (1999)
, fue apoyado por la gran industria, hasta el punto de darle
carta blanca para cualquiera de sus proyectos. Shyamalan es hoy lo más parecido a un autor, que reconoce Hollywood. Su trayectoria es sin embargo bastante sorprendente. Tras la extrañeza que produjo
El protegido (2000)
, su cine se hace casi religioso en
Señales (2002), para introducirse en la crítica social de
El bosque (2004), y establecer de una vez por todas, su prestigio como director de obras de finales sorprendentes.
La cinefilia ha visto siempre con sospecha sus trampas de guión, pero descargó todas sus críticas contra una de sus más películas más valientes y personales,
La joven del agua (2006), que acusó de vergonzoso exhibicionismo. El problema es que a diferencia de las anteriores, ésta no funcionó en la taquilla. Cuando Shyamalan presentó el proyecto de
El incidente (llamado originalmente
El efecto verde), se encontró con la sorpresa de que tanto Disney como Warner le daban la espalda. Tras reescribirla varias veces, la Fox se mostró dispuesta a participar, si otro asumía la mitad del coste de la producción. El director lo encontró finalmente en su India nativa, a través de una compañía llamada UTV.
En este largometraje, Shyamalan ha vuelto a trabajar con dos de sus colaboradores habituales: el director de fotografía japonés Tak Fujimoto y el compositor James Newton Howard. Para el montaje, ha contado con el ganador del Oscar por
Titanic. El problema lo ha tenido en la extremada violencia de los suicidios, con los que se inicia el film, que le han hecho obtener la calificación mayor para adultos, que existe en Estados Unidos,
R, por la que los menores de 17 años no pueden entrar en los cines sin alguien mayor de edad. Lo que reduce bastante la audiencia. Aunque la película ha sido finalmente un éxito, tanto en España como en Estados Unidos.
ALGO ESTÁ SUCEDIENDO
Algo está sucediendo aquí / pero no sabes lo qué es, decía la famosa canción de Bob Dylan, en su
Balada para un hombre delgado de 1965. Esa es la impresión que uno tiene cuando uno ve el
happening (incidente), que inicia la película de Shyamalan. El hombre parece haber perdido su instinto más básico, el de supervivencia. Una extraña oleada de suicidios sacude Nueva York. En torno a Central Park la gente se comporta de forma incomprensible. Unos se lanzan desde lo alto de los edificios, otros se clavan objetos punzantes, y hay incluso quien se vuela los sesos con un arma, parando los coches en medio de la calle. El caos se adueña de la ciudad, y empieza a extenderse por toda la costa este de Estados Unidos.
No tardamos en averiguar que el problema viene de un virus que parece transmitirse por el aire. La explicación nos la da un profesor de ciencias de un instituto de Filadelfía, Elliot Moore (interpretado por Mark Wahlberg, el protagonista de la película de Scorsese,
Infiltrados, conocido por su fe católica). Le acompaña su mujer, Alma, una terapeuta aquejada de la misma incapacidad de mostrar sus sentimientos que el personaje de Wahlberg. A los que se une un profesor de matemáticas (John Leguizamo) con su hija de ocho años, en dirección a las zonas rurales de Pensilvania, para intentar huir de la amenaza que se cierne sobre las grandes ciudades.
Las ciudades son el entorno de seguridad que busca al hombre al este del Edén, al intentar transformar el paisaje en escenario humano. La epidemia parece ser algo de origen vegetal, pero es un mal intangible, invisible e imperceptible, que altera el comportamiento de las propias víctimas y vuelve a unas contra otras. Es una especie de virus que se transmite por el aire, pero se naturaleza es algo enigmática. No se sabe si es una invasión extraterrestre, un atentado terrorista o un efecto del cambio climático. En un sentido la ambigüedad se mantiene hasta el final.
LA GRAN AGONÍA DEL PLANETA TIERRA
En los años setenta una obra de Hald Lindsey, La gran agonía del planeta tierra, se convirtió en un best-seller para el público americano, creyente o no creyente, como el que siguió la serie de los noventa Dejados Atrás. Músicos como Bob Dylan o Bob Marley hablaban del libro, aunque no tuvieran en ese momento nada que ver con la fe evangélica. Fue todo un fenómeno sociológico, que demuestra cómo la gente en general se identifica con la idea de que este mundo está en peligro.
Algunos han pensado que esta es una buena manera de introducir el Evangelio. El problema es que semejante interpretación escatológica refleja muy poco de la esperanza cristiana que nos habla del gran futuro del planeta tierra. La obra de Cristo no consiste simplemente en salvar almas, sino en redimir a la creación de los efectos del pecado. En ese sentido hay un futuro glorioso para la tierra. Una nueva tierra, es cierto, pero no totalmente diferente que la actual. La palabra que usa Pedro en su segunda carta, capítulo tres, versículo trece, y
Apocalipsis 21:1 (
neos), habla de una renovación, aunque sea así como por fuego, no de una nueva creación. En la restauración de todas las cosas, “los mansos heredarán la tierra” (
Mateo 5:5).
La creación misma, dice
Romanos 8, “espera anhelo ardiente la revelación de los hijos de Dios, para ser liberada de la esclavitud de la corrupción” (vv. 20-21). Satanás no tiene la última palabra sobre esta tierra.
Son estos campos, estos bosques, estas ciudades, estas calles, esta gente, los que serán el escenario de la redención. En este momento son campos de combate, llenos de dolor y lucha, pero entonces serán campos de victoria, surgidos de esa semilla del Reino, sembrada con lágrimas. La conspiración del grano de mostaza dará un gran fruto. El desierto florecerá como la rosa y las montañas destilarán dulce vino. El lobo y el cordero se alimentarán juntos, puesto que la tierra estará llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar.
MULTIMEDIA
Pueden escuchar aquí una entrevista de Daniel Oval a
José de Segovia sobre la película “El incidente” en eMision.net (audio, 6 Mb)
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