Mariano Rajoy, líder del principal partido de la oposición, también ha hablado del papel del Estado en términos similares a los del PSOE: “
La laicidad es un atributo o cualidad del Estado en virtud del cual asume su radical incompetencia en materia religiosa e ideológica […] Esta autolimitación al servicio de la libertad impone al Estado una actitud de neutralidad confesional que es, asimismo, garantía de las libertades. La laicidad excluye la identificación del Estado con una confesión religiosa […] Por lo tanto, la laicidad excluye, también, una beligerencia u hostilidad antirreligiosa” (Ver el discurso completo
aquí).
Pero, ¿qué significa exactamente “
neutralidad del Estado”? En el discurso de ambas formaciones políticas se cita el “
deber de cooperación del Estado con las distintas confesiones”. Al respecto, el responsable del PP, se pregunta:
“¿Tendrá que ser la libertad de practicar una religión la única libertad pública a la que el Estado no facilita de modo adecuado su ejercicio? ¿No atienden las organizaciones religiosas muchas necesidades sociales, más allá de las estrictamente religiosas, que son de interés público?”. Aunque es evidente que Rajoy está pensando en la Iglesia Católica más que en otra cosa, es de justicia pedirle que no se olvide nunca de que, de facto, las iglesias evangélicas subyacen implícitas en su discurso.
A las afirmaciones anteriores del líder del PP le sigue otra interesante pregunta retórica: “
¿Acaso no resulta radicalmente imposible distinguir entre acción social y actividad religiosa, ya que aquélla es una proyección del compromiso religioso?”. La verdad es que el señor Rajoy acierta en su teología y, en este sentido, los frutos objetivos de la Iglesia protestante demuestran el desarrollo de una labor social amplia y excelente sin que, gracias a Dios, haya sido nunca parte del poder político de este país y sin recibir “
por el Estado, vía Presupuestos, unos 30 millones de euros al año”, como si recibe la institución católica (según datos de
El País).
Más allá de la asistencia social a los más desfavorecidos, las iglesias hacen mucho más que esto por el mundo. El mero suceso de que la conversión genuina a Jesucristo provoque que el ladrón, el violador, el vecino hiperruidoso, el que vomita y orina en el portal de viviendas, el maltratador…, etc. hayan dejado de practicar aquellas conductas para acudir a reuniones de iglesia es ya un triunfo social de repercusiones extraordinarias para todos.
Ni siquiera hablo de que el nuevo creyente sea activista de la acción de su iglesia u ONG evangélica.
Basta tan sólo con cuantificar el mal que el nuevo creyente ha dejado de practicar para que salgamos beneficiados miles de ciudadanos, dígase: familia, vecinos, viandantes, servicios sociales, policía, SAMUR, cárceles, sistema judicial, mobiliario urbano y un largo etcétera.
Los datos ofrecidos por el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) en abril de 2006 señalan que la seguridad ciudadana está considerada como regular, mala o muy mala por el 69,5% de los españoles, siendo calificada como uno de los cuatro problemas nacionales más graves en cuanto a repercusión personal. Justo hace un momento me entero de que en varias calles de la periferia madrileña se quedan sin alumbrado nocturno provocando el aumento de robos de coches en la zona y el miedo a salir de casa. Y todo porque hay vándalos que roban el tendido eléctrico para luego venderlo a chatarreros ¿Serían estos chicos cristianos auténticos?
El gobierno no puede hacer oficial ningún dogma de fe, de igual modo que
no puede permanecer indiferente ante la labor que realizan las iglesias cristianas. Debe haber cooperación y facilidades significativas entre ambas partes, pues esta indiferencia no es neutralidad ni bien social, del mismo modo en el que los gobernantes no dejan de ser neutrales por gastar dinero en campañas de prevención de drogas o en el aumento del número de policías. Si nuestros impuestos se destinan para pagar las películas de
Torrente no hay que rasgarse las vestiduras cuando como Iglesia evangélica pedimos menos trabas y más facilidades para todo. Mire usted.
Recuerdo las palabras de un amigo: “
no sé si Cristo ha resucitado o no, pero si todos fuéramos como los cristianos que conozco las cosas irían mucho mejor”. Y
no es que quienes decimos ser seguidores de Jesús seamos por sistema mejores que otros. No. Pero es cierto que tras conocer a Cristo entramos en un proceso de cambio de mejora respecto a lo que éramos antes, comenzando el bien al prójimo tan sólo con dejar de lado algunas de las actitudes que hasta entonces realizábamos.
A menudo escuchamos a políticos dando las gracias a las fuerzas armadas, a la policía, a los bomberos o a otros profesionales públicos asalariados que contribuyen al bienestar general. Pero ya no es tan habitual que los políticos expresen la misma consideración con los voluntariosos evangélicos que, movidos por su fe, bendicen al otro de forma directa, indirecta y gratuita cuando no costosa, superando en muchos casos a los propios esfuerzos institucionales en cuanto a la persecución del mismo resultado, pues lo que millones de euros no siempre consiguen, sí lo hace Jesucristo.
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