No es difícil llegar a la conclusión de que
una congregación religiosa puede multiplicarse exponencialmente estableciendo sus cimientos en principios contrarios al Evangelio . Sólo hay que mirar el crecimiento de las sectas seudocristianas. Los mismos evangélicos que se empeñan en relacionar matemáticamente el crecimiento cuantitativo con el mover del Espíritu Santo se ven obligados a reconocer que la engañosa fórmula del
éxito causal no es aplicable, por ejemplo, a casos como la expansión del mormonismo, los Testigos de Jehová, los
moonis o los
raelianos .
Por lo tanto, y tras haber visto en el artículo anterior que no siempre se crece numéricamente por ser más veraz o estar más arraigado en las Escrituras, es importante apuntar algunos elementos arrinconadores del Evangelio en el proceder diario de la predicación y de los énfasis generales de iglesias en expansión.
Uno de estos errores de éxito más recurridos en la típica predicación evangelística es aquel en el que el punto de enganche recae en la suposición de que Jesucristo hará que tus problemas actuales sean resueltos al convertirte a Él . Son predicaciones en las que se usan historias de gente que, tras conocer a Cristo, han mejorado en sus finanzas, que quizás han avanzado en sus negocios o en su salud, o que ahora sienten y viven cosas muy agradables. Tras contar estas maravillosas experiencias, puede ocurrir que se realice una invitación pública a “recibir a Cristo en el corazón”, y es posible que así lo hagan muchos oyentes interesados que acaben integrándose en la iglesia que realiza la campaña evangelística.
Es evidente que el presentar a Cristo como una especie de lámpara de Aladino o de Santa Claus que nos regalará cosas que anhelamos es algo atractivo. Pero aunque muchas circunstancias pueden mejorar en la vida del nuevo convertido, el Evangelio que se desgarra de la cruz de Cristo no se puede fundamentar nunca en la venta de una mejora del bienestar personal en términos laborales, físicos, económicos, de relaciones personales u otras situaciones deseables. Es más, aunque la paz y la esperanza recibidas tras el perdón de Cristo serán algo único y definitivo,
las Escrituras nos enseñan que también es probable que, tras nuestra conversión, las circunstancias que rodean nuestra vida pudieran no desarrollarse como más nos gustaría.
Se dice que once de los doce apóstoles murieron torturados por causa su fe. Y lo que sí sabemos es que una de las promesas menos populares que recibimos los cristianos viene de boca de Jesús cuando nos dice que “
si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán ” (Juan 15, 20).
Ahí es nada.
De Pablo sabemos que vivió una vida
penosa en términos carnales: cárcel sin televisión, naufragios varios sin servicios de rescate, trabajos sin seguridad social para costearse sus
misiones , palos y más palos, y aquellas peticiones para que Dios le quitara ese misterioso e insoportable “
aguijón en la carne, un mensajero de Satanás ”,
que le abofeteaba para que no se enalteciera (2ª Corintios 12, 7). ¡Vaya usted a saber qué sería aquello! Lo que sí es sabido es que aquella petición no le fue concedida por un Dios que a cambio le pide a Pablo que se agarre a la Gracia que le ha sido regalada. Sin mejoras sociales. Estaba claro que Pablo se había convertido a Cristo, y no a un estado de bienestar o de gustirrinín bilirrubínico.
Continuará un poco más… ‘ Hay que tener el valor de decir la verdad,
sobre todo cuando se habla de la verdad.'
Platón
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