Cosas ocurridas en Roma: A. de Valdés

El celibato forzoso del clero es otro de los temas que toca el Arcediano y responde Lactancio. ¿Qué peor esclavitud, qué peor oprobio que la de los clérigos concubinarios? ¿Y acaso no se puede concebir que los sacerdotes dignos del Evangelio hagan que sus hijos aprendan un oficio que les asegure una honrada subsistencia? El sacerdote, arcediano de la catedral, prefiere este estado de concubinato:
“Mirad señor (aquí todo puede pasar): si yo me casase, sería menester que viviese con mi mujer, mala o buena, fea o hermosa, todos los días de mi vida o de la suya. Allende desto, si no quiere tener mujer propia, cuantas mujeres hay en el mundo hermosas son mías, o por mejor decir, en el lugar donde estoy. Manteniéndolas vosotros y gozamos nosotros de ellas.
- ¿Y del ánima? Pregunta Lactancio.
- Dejaos deso, que Dios es misericordioso. Yo rezo mis horas y me confieso a Dios cuando me acuesto y cuando me levanto; no tomo a nadie lo suyo, no doy a logro, no salteo camino, no mato a ninguno, ayuno todos los días que manda la iglesia, no se pasa día que no oigo misa. ¿No os parece que basta esto para ser cristiano? Esotro de las mujeres… a la fin somos hombres y Dios es misericordioso”.

En el Diálogo se toca también el tema de las riquezas del Vaticano. ¿Acaso Dios tiene necesidad de nuestras riquezas? Los pobres son templos vivos de Dios. Hay una iglesia donde quiera hay dos o tres reunidos en el nombre de Cristo. El mundo es el primer templo de Dios y un alma el más precioso de los templos, estando en segundo lugar los templos de piedra y sus ornamentos. La basílica de San Pedro se ha convertido en caballeriza – dirán angustiados algunos-, pero es peor que los vicios se alojen en el alma como caballos y algunos sigan viviendo de la colación de beneficios. Es mucho peor que el saqueo de las reliquias, el que se hayan violado a religiosas y doncellas, además de cuatro mil muertos en pecado mortal. Hay reliquias como la cabeza de Santa Ana que está en Alemania y en Francia. “El prepucio de nuestro Señor lo he visto en Roma y en Burgos… y la cabeza de Juan el Bautista en Roma y en Amiens, Francia…(1) Pues del palo de la cruz dígoos de verdad que si todo lo que dicen hay della en la cristiandad se juntase, bastaría para cargar una carreta. Dientes que mudaba nuestro Señor cuando era niño, pasan de quinientos los que hoy se muestran solamente en Francia. Pues leche de nuestra Señora, cabellos de la Magdalena, muelas de San Cristóbal, no tienen cuento… El otro día, en un monasterio muy antiguo me mostraron la tabla de las reliquias que tenían y vi entre otras cosas que decía: “Un pedazo del torrente de Cedrón”. Pregunté si era del agua o de las piedras de aquel arroyo lo que tenían; dijeronme que no me burlase de sus reliquias. Había otro capítulo que decía: ““De la tierra donde apareció el Ángel a los pastores” y no les osé preguntar qué entendían por aquello. Si os quisiese decir otras cosas más ridículas e impías que suelen decir que tienen, como del ala del Ángel San Gabriel, como de la penitencia de la Magdalena, huelgo de la mula y del buey, de la sombra del bordón de Santiago, de las plumas del Espíritu Santo, del jubón de la Trinidad y otras infinitas cosas a estas semejantes, sería para haceros morir de risa. Solamente os diré que pocos ha que en una iglesia colegial me mostraron una costilla de San Salvador. Si hubo otro Salvador sino Jesucristo y si él dejó acá alguna costilla o no, véanlo ellos” (Bataillon, 1995, pag. 378)

Menéndez y Pelayo cree que todos estos hechos supersticiosos, que “enteramente va perdida la fe, porque piensa el vulgo que la religión consiste en exterioridades y cosas visibles como las imágenes” son copia de la obra de Erasmo “Elogio de la locura”. Y que el Diálogo muestra la táctica de los primeros protestantes en atraer el favor de los príncipes, alimentándoles su ambición y codicia y aprovecharse de sus disensiones con Roma: “Si él (Carlos V) de esta vez reforma a la Iglesia, allende del servicio que hará a Dios, alcanzara en este mundo mayor fama y gloria que nunca príncipe alcanzó, y decirse ha hasta el fin del mundo que Jesucristo formó la Iglesia y el emperador la restauró” (Menéndez y Pelayo, 2007, pag. 560)

La obra de Alfonso de Valdés, aunque escrita con habilidad y llena de precauciones y atenuaciones a favor de la Santa Iglesia, y que él no se atrevió a imprimir, no dejaría de traerle disgustos. Juan Alemán, primer secretario del emperador, enemistado con Valdés desde antiguo, le delató como sospechoso de luteranismo al nuncio del Papa, Baltasar Castiglione. Este leería el Diálogo y “se hizo cruces al ver tanta irreverencia y solapado protestantismo. Le rogaría al Cesar, si estimaba la amistad del Papa, que recogiese el libro y quemase todas las copias. Carlos V diría no haber leído el tal Diálogo, ni sabía de él y que tenía a Valdés por buen cristiano, incapaz de escribir a sabiendas herejías, por lo que lo vería despacio y lo llevaría al Consejo. Casi todos fueron contrarios a Juan Alemán, pero este viendo la causa perdida, quiso engañar a Valdés, poniéndose él como defensor y los demás como acusadores. El Inquisidor Manrique, como buen erasmista, no hallaría doctrina sospechosa, aunque se censurasen costumbres de la iglesia. Castiglione insistiría que aunque el autor del Diálogo tuviese intenciones sanas, debía ser condenado como libelo difamatorio que podía amotinar al pueblo a favor de los luteranos” (Menéndez y Pelayo, 2007, pag. 561)

Las aguas no quedaron tranquilas y en una carta a Castiglione en la que Valdés comento que su librito no tenía intención de imprimirse, pero que sus amistades lo habían copiado. También insistirá en que no ha hablado contra el Papa, sino a favor del emperador y por tanto sentía su conciencia muy limpia, pues “todos lo loaron y aprobaron e instaron porque se imprimiese, ofreciéndose a defenderlo contra quien lo quisiese calumniar” La respuesta no se hizo esperar por Castiglione y de una manera altiva y cruel. Le llamaba imprudente, sacrílego y furia infernal. Se mofaba hasta de sus defectos físicos y “la malignidad en el hablar, se ve pintada en aquellos ojos venenosos, en aquel rostro pestilente y forzada risa”, deseándole bajase fuego del cielo y lo abrasase. Recordará la memoria de sus antepasados tachándolos de judíos y le amenaza con el sambenito y la Inquisición por haber escrito un Diálogo lleno de proposiciones impías y sospechosas de luteranismo.

En 1529 Valdés salió de España acompañando a la Corte. Asistiría a la Dieta de Ratisbona y el 21 de septiembre estaba en Augsburgo. En 1531 en Colonia y después en Bruselas. El 30 de junio de 1532 en Ratisbona, quebrantado de salud y achacoso. Lo más interesante de estos años fue en Augsburgo 1532, y sus relaciones con Felipe Melanchton, ambos de carácter apacible y dialogante, formularon y recogieron las creencias luteranas en la famosa Confesión de Augsburgo. Valdés como sabemos murió a primeros de octubre de 1532 en Viena, “de la gran infección de peste habían muerto algunos de la casa del emperador, y entre ellos su secretario principal, Alfonso de Valdés, que tenía singular favor. Era versado en latín y griego, y cuando el emperador quería algún documento latino bien escrito, recurría a Valdés”. Llorente dice, que a Alfonso se le procesó por sospechoso de luteranismo.

Dice Bataillon que en el momento de escribir el Diálogo de Lactancio y un Arcediano, no tenía todo un plan de reforma concreta. Es el evangelismo, el cristianismo evangélico, el alma misma de esa reforma. Menéndez y Pelayo dirá que Alfonso de Valdés no fue luterano en el sentido de que no pensaba como Lutero. Muchos reformadores españoles no pensaban como Lutero y algunos como los alumbrados se adelantaron a Lutero diez años, nada menos. Estos, aunque no llamasen a la gracia, la justificación por la fe, libre albedrió, con los mismos nombres que Lutero, sus doctrinas eran las mismas. Alfonso quizá tuvo que mantener una posición más cauta por la posición que ocupaba, pero para el irónico Castiglione era “un, nuevo reformador de las Ordenes y de las ceremonias cristianas, nuevo Licurgo, nuevo legislador, corrector de los santísimos concilios aprobados, nuevo censor de las costumbres de los hombres, decís al emperador que reforme la Iglesia con tener presos al Papa y a los cardenales y que haciéndolo conquistara la gloria inmortal... Porque los clérigos sean malos, ¿creéis que esto justifica el robar las custodias y los incensarios?”.

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1) Nos dice Bataillon que el lenguaje es más áspero y menos precavido que el de Erasmo, con un sentido españolísimo de la hipérbole (hipérbole?) y piensa que Calvino se inspiró en Valdés en su Tratado de las reliquias