Cursó estudios en Alcalá, Salamanca y Bolonia y acompañaría a don Hurtado de Mendoza a Roma, ordenándose sacerdote en 1547. Viajó por Italia y los Países Bajos como consejero de Hurtado y sería cronista oficial de Carlos V en 1555. Estudiaría los manuscritos griegos de Hurtado y dominaría las obras de Platón y Aristóteles, estando siempre pendiente de formar una buena biblioteca y recopilar datos para una historia de España.
Es también uno de los mejores helenistas del siglo XVI, que se unirá por derecho propio a los nombres de Fernán Núñez de Guzmán, Pedro Juan Núñez, Antonio Agustín o Andrés Laguna, del cual dimos su semblanza en una biografía anterior ya publicada. Uno de los helenistas españoles más olvidados es sin duda Pedro Galés, protestante valenciano que fue perseguido por toda Europa.
Es muy probable que Páez de Castro, al participar en el Concilio de Trento como capellán del Rey (durante tres años) y relacionarse con Morillo y posiblemente con Valdés o Enzinas, adquiriera sus doctrinas evangélicas que en casa de Hurtado de Mendoza se debatían. Escribiría en Bruselas en 1556 un
Memorial al rey Felipe II sobre las librerías. De contenido bíblico existe un libro de los Profetas en escritura askenazi, que poseía en su biblioteca y ahora está en los fondos de la biblioteca del Escorial.
“Tras viajar a Italia en 1545, y tras un tiempo al servicio de Diego Hurtado de Mendoza, el relevo de su protector como embajador en Roma, a instancias del Pontífice, hizo que Páez decidiera trasladarse a los Paises Bajos. Se conocen cartas suyas escritas en Bruselas desde 1554 hasta 1556, y de ellas se colige que se hallaba bajo la protección de Granvela. En la primavera de 1555 le llega el nombramiento de cronista y capellán real, con un pequeño intervalo de tiempo entreuna y otra merced.191 El mismo nos dice que los referidos nombramientos “los debo a un grande amigo que tengo en la Cámara de su Majestad, flamenco, que se llama Guillaume Van Male, al que yo conocí en el Concilio de Trento: el ha sido el movedor de todo, después le ayudarán muchos, entre los cuales fue el Cardenal mi patrón, y el comendador mayor D. Luis de Avila”.192 El cardenal al que se refiere es don Francisco de Mendoza y Bobadilla. Hacia 1558 debió convertirse en secretario del arzobispo Carranza, pues en la conocida declaración de fray Baltasar Pérez ante el Santo Oficio sevillano, acusa a Páez poco menos que de ser el “soplón” infiltrado en la Corte de Bruselas que mantenía informados de cualquier peligro a los heterodoxos miembros del cenáculo de Lovaina, sirviéndose para este fin de sus relaciones como secretario del prelado. Si la acusación era cierta, Felipe II no dio muestras de saberlo, convirtiéndose Páez de Castro poco después en destacado miembro del círculo humanístico de El Escorial.
En estos primeros años al servicio del Monarca escribió una traducción al castellano de la Odisea, que quedó inédita, y propuso la creación en Valladolid de una gran biblioteca real, proyecto que después se haría realidad en la gran biblioteca escurialense193, y se le atribuye un Discurso sobre las cualidades que un Consejero del Rey ha de tener.
Nombrado cronista se dedicó durante los años siguientes a recopilar el material que podría servirle para escribir su Historia. Sin embargo, en 1559 abandonó la Corte. Tras un viaje a Italia, (en agosto y septiembre de 1559 estaba de nuevo en Roma), regresó a España a finales de año, situando su residencia en el pueblo natal de Quer, hasta su muerte. Teodoro Martin se pregunta acerca de las razones que llevaron a este alejamiento, y las cifra en el “sentido universalista y erasmista” de Páez, que no conectó con los proyectos y aspiraciones de Felipe II. No somos de la misma opinión, precisamente fue el talante y el pensamiento erasmizante del humanista guadalajereño lo que le permitió medrar en el entorno filipino. Sin duda, el gran giro de 1559 supuso para Páez, como para el humanismo español en general, un duro golpe.
Pero su retiro en Quer obedeció más a cuestiones de edad que a razones ideológicas (en 1560 era sexagenario). Su vinculación con Felipe II en materias literarias siguió siendo muy grande, aconsejándole sobre materias culturales, y a su muerte el Rey ordenó adquirir sus libros para la Biblioteca Laurentina, y guardó otros en su poder, como revelan los inventarios reales realizados en 1598-1600. Páez pudo estar ausente, pero su pluma y su nombre, no. (Gonzalo Sánchez-Molero, 1997, pág. 770)
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