Pero además, Corro durante los años 1558 y 1559 estudiará en la Academia calvinista de Lausana. Después
sería recomendado por el mismo Calvino en la corte de Juana de Albret, dando clases al que sería rey de Francia, Enrique IV, contando con las simpatías de la reina Juana. En la ciudad de Nerac redactó unas
Reglas Gramaticales para aprender la lengua Española y Francesa (Oxford: Joseph Barnes, 1586). Publicadas sin mención de autor, contienen una dedicatoria firmada por «A. D. C.» esto es, Antonio del Corro. El cotejo de esta obra con
The Spanish Grammer permite concluir que la obra inglesa es traducción de las
Reglas Gramaticales con muy pocas variantes, las imprescindibles.
De allí pasó a ejercer su ministerio en Teobon, desde donde escribía a Casiodoro de Reina en 1563 consultándole dudas teológicas que mostraban su propensión al racionalismo místico o mejor teológico; esa carta fue interceptada, impresa, traducida y divulgada por Jean Cousin, lo que habrá de costarle no pocos problemas, como se verá más adelante. También sería pastor en Bergerac, donde recibió la visita de su condiscípulo Casiodoro de Reina. Uno de los primeros deseos, para servir a Dios desde su nueva doctrina, era establecer una iglesia calvinista española y hasta el mismo Calvino pensó en estas tierras del Bearne -Baja Navarra- para que los refugiados de la inquisición tuviesen un lugar de resistencia y de descanso. Según Menéndez y Pelayo “La introducción de los libros se hacía por
Bearne y tierras de Vendôme. Todo esto y los nombres de los autores y cuanto se refería al
colportage descubriólo el famoso agustino Fr. Lorenzo de Villavicencio, que desde Brujas, donde predicaba, fue disfrazado a la feria de Francfort, y conoció allí
de visu a Antonio del Corro y a Diego de Santa Cruz, que dirigían la empresa.” (Menéndez y Pelayo, 2007, pág. 764)
En 1560, con una nueva recomendación de Calvino, lo encontramos en Burdeos y allí, del Corro, entrará en contacto con familias de “marranos” entre quienes se encontraba apoyado. En 1562 es ministro calvinista en Toulouse, pero tendrá grandes problemas con el católico Monluc y tendrá que huir de la ciudad, volviendo de nuevo en 1563 al Bearne con la reina Albret. Pero los problemas de Corro no solo vendrían por los católicos romanos, sino por las acusaciones calvinistas de “servetista” de las que algunos españoles en Ginebra tuvieron que defenderlo.
Las cosas se agravarían aún más cuando Corro escribe una carta el 24 de diciembre de 1563 a Casiodoro de Reina, que no estaba bien visto en los círculos calvinistas. Esta carta, que ya hemos citado, es la célebre “Carta Teobonesa” que es un valioso documento para saber el pensamiento teológico y religioso de la Reforma española
. El primer tema que toca esta carta es el tema de la Biblia traducida al castellano. Corro, Reina y Valera parecen ser los más dispuestos a que la traducción de toda la Biblia se lleve a cabo. Había tenido contactos y era factible la consecución: “Este día de la Feria, vino aquí un impresor a hacer concierto conmigo de lo que podría costar la impresión de la Biblia. Antes de todas las cosas, demanda corrector para que se pueda bien sacar de su negocio. Y dice que si le damos el papel y corrector sustentado a nuestro gasto, que nos dará mil doscientos volúmenes en folio común, impresos con distinción de versetes, por cuatro reales y medio cada ejemplar. Y si él pusiere el papel, pide por cada ejemplar seis reales. En cuanto a la comodidad del papel, aquí la hay grande, porque estamos cerca de tres o cuatro molinos. Ofrece el impresor de asentar la prensa donde nosotros quisiéremos. Y para este efecto la reina de Navarra nos prestará uno de sus castillos, que será más cómodo. Y así será menester que usted envíe respuesta de su determinación, lo más presto que será posible, para que yo hable a la reina antes de que se vaya a Francia”. (Corro, 2006, pág. 6)
Sin embargo lo que dio quebraderos de cabeza a Corro, fue la petición de libros y tratados a Casiodoro de Reina que no encontraba en Teobón, Burdeos. “A este mismo rogué, como verá en su carta, que hiciese dar a usted cuatro escudos para que me comprase algunos tratados, o libros, que piense me harán provecho. Entre los cuales querría haber los libros de don Gaspar, y de Valentino Crotoaldo, y de otros que tratasen la doctrina de nuestra religión, con edificación de nuestras conciencias. Porque, cierto, ya estoy fastidiado de hebraísmos y helenismos, y los luengos comentarios no me dan gusto ni sabor alguno. Estos libros me podrá usted aderezar al dicho mercader de Bordeaux, y él pagará el flete.”
Además de estar cansado de las mismas opiniones, Corro confiesa que necesita profundizar más en determinados temas que andaban de boca en boca, pero nadie se las explicaba con verdaderos fundamentos. No es banal la cuestión, entra de lleno en la llaga del debate servetiano y calvinista, y entra a diseccionar todo un cuerpo de doctrina que no encontraba las explicaciones suficientes.
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