Se ha de pasar de la historia de los acontecimientos a la historia interior cuyas experiencias personales son únicas. La espiritualidad describe las motivaciones y formas de los cristianos en el devenir histórico, pero es eminentemente religiosa. José María Martínez(2) dice que la espiritualidad “se refiere a cuanto puede llevar al ser humano, con todas sus facultades espirituales, a una correcta relación con Dios” Es pues algo más que el cultivo del espíritu, algo más que un sentimiento o un fenómeno psicológico.
La espiritualidad suele partir de un momento de radical transformación o conversión que cambia al individuo y cambia la sociedad. Agustín de Hipona, hombre de costumbres licenciosas en su juventud, llego a ser el teólogo más sobresaliente de la antigüedad. Esto nos lleva a considerar que la espiritualidad también influye de manera determinante en la cultura. Lo religioso ha nutrido todo arte y creado pensamiento y provocado toda clase de conquistas. Dirá J.M. Martínez: “Reúnanse esos tesoros culturales y se verá que la espiritualidad lejos de oscurecer la ilustración, le ha proporcionado sus mayores esplendores. Se ha convertido así en uno de los tesoros inmateriales que han enriquecido a la humanidad. El repudio de la religión sería el mayor atentado contra la civilización”
Aspectos a considerar son: el Humanismo y la piedad popular. No estamos de acuerdo con el enfoque restringido que se hace al referirse a autores profundos y ortodoxos que fueron perseguidos por una Inquisición asustadiza solo porque unos “alumbrados” se habían puesto al margen de los sacramentos y la iglesia. Esto supone ignorar el Humanismo español que además de admirar la antigüedad pagana, también destacaba las virtudes del cristianismo primitivo, retornando para ello a las fuentes bíblicas y patrísticas. Tras este humanismo, emprendieron camino espíritus movidos por una sincera reforma que buscaba eliminar todo formalismo exterior, para volver a las profundidades del verdadero Evangelio. Esto hará que la piedad popular se transforme, buscando la base de Cristo en vez de una vida religiosa desacreditada por la superstición.
El mundo de los conversos, de algunos conventos empeñados en reformas, los alumbrados, los erasmistas y luteranos principalmente, estaba tomando aquella sociedad con su cultura y sus experiencias de la vida espiritual. Decir que la Inquisición vivía asustada por solo “unos excesos” de unos pocos alumbrados, erasmistas o luteranos, supone ignorar todos los intentos de ir reformando una sociedad intransigente con judío-conversos y moriscos, con una jerarquía corrupta que imponía su dogma por la fuerza del “brazo secular” pero que no era más que una mascarada religiosa, vacía de valores esenciales.
La piedad popular después de estos últimos años del siglo XV hasta mediados del XVI, volverá al impulso mistificador supersticioso, pero en estos años del XVI hay un florecimiento de las letras y las artes y de la espiritualidad. Después de la segunda mitad del XVI, excepto fray Luis de León, Pedro Malón de Chaide o fray Cipriano de la Huerga, pocos autores dejarán de estar tocados de esa mística visionaria y barroca. El culteranismo (término despectivo acuñado para esconder el “luteranismo” como extranjerizante o de no parecer luterano) convertirá a la mística en un enigma estético y preciosista, en un laberinto sin salida cuyo objetivo era la ornamentación más que el mensaje.
Se dice también que dentro de la espiritualidad del siglo XVI la sensibilidad religiosa conservaba aún la conciencia de pecado, porque en los jubileos se vendían indulgencias. Sin embargo esto conducirá a un abuso tan clamoroso, que la religiosidad popular se convertirá en mera curiosidad de la muerte, del satanismo y de la brujería. Las predicaciones populares degeneran en superstición por fomentar la devoción de los santos y las reliquias.
Pero el siglo XVI, además de ser tumultuoso y provocador de reformas, es un siglo rico espiritualmente y ajeno a muchas de las supersticiones. Con Jiménez de Cisneros y la Universidad de Alcalá, la renovación teológica da pasos positivos hacia la reforma deseada. La conquista de los moros y las reformas de los Reyes Católicos buscan unificar la fe difuminada por el efecto de las tres culturas: moros-judíos-cristianos. Pero, sobre todo, España se apasiona por la vida interior y la oración. Dice Dumeige: ”Contemplativos o apostólicos, reformadores o fundadores, hombres o mujeres, sacerdotes o seglares, individuos o grupos, todo el mundo manifiesta una vitalidad espiritual de rara intensidad. El gusto por la Sagrada Escritura sirve de alimento a la piedad. La comunión frecuente se intensifica a lo largo de este siglo. El celo misionero empuja a los religiosos a nuevas tierras, adonde llevarán la doctrina y la espiritualidad cristiana.”
Pero serán los nuevos vientos de la Reforma protestante los que provocarán un seísmo de tal magnitud que conmoverá los cimientos de Roma, con doctrinas como la salvación por gracia mediante la fe o el sacerdocio universal de los creyentes, que se alejarían de la vía del ascetismo como forma de salvación.
1) Historia de la espiritualidad. G. Dumeige
2) Introducción a la espiritualidad cristiana. José M. Martínez. CLIE 1997
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