Si entendemos por mística todo conocimiento de la divinidad que el hombre pueda alcanzar y que se mantiene oculto o secreto, toda teología tiene ese propósito y la Reforma también sería mística. Pero si nos referimos a la mística española del Barroco más próxima a nuestros reformadores, creemos que poco tenemos que advertir de las grandes diferencias. Para el historiador alemán Werner Weisbach, “El fundamento de la mística en cuanto fenómeno religioso reside en una singular forma de oración y de recogimiento que se distingue por su especial carácter psíquico. La voluntad está sumergida en el propio yo, apartada del mundo, pasiva, resignada, entregada profundamente a lo divino sentido íntimamente, dirigida con toda su capacidad de entusiasmo a su unión con él.” Será por tanto la mística una ciencia de lo sobrenatural, de manera que cada acto sea litúrgico-religioso o no, busca la unión con Dios y el progreso espiritual pero también como fruto de la gracia.
El mundo protestante ha acogido con menos benevolencia que el católico esta actitud religiosa de la espiritualidad mística. El éxtasis espiritual como experiencia de Dios en hombre y no de la virtud, de la profesión o vacación como bien estudió Max Weber, hace que no sea apetencia de la teología dogmática protestante. Pero Nieto deja claro que la Reforma en España en la primera parte del siglo XVI nada tuvo que ver con el misticismo cuyo punto crucial pertenece a la década de 1545 a 1555 y por tanto ni los alumbrados ni protestantes tendrían estas influencias. Además otras de las cualidades como la levitación, la bilocación,
la milagrería en general o los estigmas como experiencias prodigiosas, no eran objeto de estudio soteriológico, pues los cristianos evangélicos del XVI estaban en otros debates como la sola Escritura, sola fe, Solo Cristo, justificación, Ley-Evangelio o en general “doctrina evangélica”.
Sin embargo, también aparecerán en el campo católico procesos inquisitoriales de algunos místicos sospechosos de heterodoxia. En unos casos será por predicar en lengua vulgar su doctrina mística lo cual era un llamamiento a estas prácticas por gente inculta o inexperta y en otros porque el deseo de piedad era motivado por lecturas del Evangelio interpretado desde una teología que primaba la experiencia personal. Será pues la mística católica una contemplación más efectiva de Cristo, proclamada en libros como
Vita Christi de Ludolfo de Sajonia, o la
Imitación de Cristo de Thomas Kempis, que ponían el énfasis en la no conformación al mundo y en la ascesis como medio de imitar a Cristo, pero sin ese plus sobrenatural de la mística.
El choque frontal de los movimientos evangélicos con la mística es incuestionable. La misma Iglesia de Roma, pese a los esfuerzos por desarraigar la milagrería y los relatos de singulares experiencias sobrenaturales que proliferaban en toda Europa, no pudo con este tráfico idolátrico. Ni el mismo Concilio de Trento XE "Trento" fue capaz de modificar una práctica católica llena de fiestas de santos, peregrinaciones, veneración supersticiosa de reliquias que eran un serio rival del culto a Cristo. Por eso la Contrarreforma acusada de idolátrica y superficial por los movimientos evangélicos anteriores a Trento, tendría que permitir el misticismo y las experiencias sobrenaturales y hasta hacer que gozaran de mayor prestigio por las autoridades eclesiásticas, no como prueba de santidad y adelanto de la espiritualidad, sino porque se reconocía un arma para atacar a los reformistas protestantes más alejados de estas prácticas.
Pero además el misticismo español está basado en la experiencia de sus protagonistas y no en creaciones o especulaciones intelectuales y teológicas. La popularidad de esta espiritualidad que se infiltraba por todas las capas sociales aún entre el analfabetismo masivo de entonces, siempre fue proporcional a la fama de las experiencias extraordinarias que se contaban. Además de Pedro de Osuna, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Fray Luis de Granada, Ignacio de Loyola o Pedro Malon de Chaide autores de reconocido prestigio intelectual y espiritual, se unirían otros autores antiguos y modernos que exaltaron aún más el fanatismo por los fenómenos místicos, que alejaban al hombre del humanismo renacentista, mas mundano, no-divino y ubicado en el devenir de la historia. ¿Podemos incluir en esta espiritualidad mística la obra de Constantino Ponce de la Fuente, a cuya “Confesión de un pecador” para Menéndez y Pelayo es “el mejor trozo leído en nuestros místicos protestantes? ¿Es la ascética de Ponce mística y buscadora del éxtasis?
Según deduce Klaus Wagner(1) por las lecturas de la abundante biblioteca de Ponce de la Fuente, gran filósofo y teólogo, no saca sus recursos oratorios para la galería y el sentimentalismo evasivo, sino que, como dirá Mari Paz Aspe Ansa(2) “el arte retórico es para él un elemento al servicio de su intencionalidad apostólica. Pone en práctica lo que él mismo había pedido al predicador: estudio y diligencia”. Para Bataillón y José Ramón Guerrero(3) la influencia de Erasmo en su obra es evidente pues figurarán en su biblioteca diecisiete títulos del roterdano y aparecerá como un gran humanista conocedor de la literatura clásica griega y latina.
Un abismo demasiado grande existe pues entre la propuesta mística y ascética y la de un teólogo, biblista y exégeta, predicador y filólogo, que como dirá Pedro Vias Bos Tavares(4) representa mejor el evangelismo erasmiano peninsular, en valor intrínseco y fuerza divulgativa, además de ser su Catecismo un segundo intento de instrucción religiosa sobre una base histórica-bíblica, como lo había hecho primeramente Juan de Valdés con su Doctrina christiana.
1) El doctor Constantino Ponce de la Fuente. El hombre y su biblioteca. Klaus Wagner 1979
2) Constantino Ponce de la Fuente. El hombre y su lenguaje. María Paz Aspe Ansa. 1975
3) Catecismos españoles del siglo XVI. La obra catequética del Dr. Constantino Ponce de la Fuente. José Ramón Guerrero. 1969
4) Algumas notas sobre o “Catecismo peninsular”no seculo XVI. De Constantino a Frei Pedro de Santa Maria. Pedro Vilas Boas Tavares
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