En esta obra no sólo se rastrean motivos lucrecianos y virgilianos sino también el influjo de los tratados cosmológicos de Pontano. En este estudio, la autora, Isabel Segarra, propone el análisis de la figura y de la obra de Capece a través de sus lectoras: Isabel de Vilamarí y las mujeres cultas de su corte.” (Segarra Añón, 2001, pág. 123). Con este texto se condensa el clima espiritual e intelectual entre italianos y españoles en el reino de Nápoles, en la corte del virrey Pedro de Toledo.
En el círculo de Escipión Capece(1) todos están comprometidos en mayor o menor medida con la Reforma, transformando su fe en crisis en una nueva visión del Evangelio, pero sintiéndose libres para opinar y ser protagonistas directas o indirectas del movimiento de la Reforma. Los grupos reformados nacientes tienen en las mujeres los mejores aliados para la propaganda y la difusión evangélica, mientras ellas, generalmente personas cultas se sienten acogidas y respetadas en su seno. La importancia de Isabel de Vilamarí, princesa de Salerno, conocida como Isabella Vilamarina, y de otra también de origen español como Isabel Breseño (Isabella Bresegna), junto con la noble Julia Gonzaga sobrina del Cardenal Gonzaga y la poetisa Vitoria Colonna, familiar de Julia, forman un círculo de personas cultas y apasionadamente interesadas por la extensión del Evangelio.
El círculo intelectual de Vilamarí que allí se desarrolla en el siglo XVI, se conoce la gramática latina tanto como se promueve el humanismo, las ideologías renovadoras, la música española e italiana. Pero Isabel escribirá al cardenal, se muestra angustiada por la huida de su marido, Ferrante Sanseverino y le comenta la hostilidad del virrey de Nápoles, don Pedro de Toledo, hacia ella y su corte. Tras haberle confiscado sus bienes, acudirá a Carlos V con quien tenía buenas relaciones, pero sus enemigos la instigan para que se vaya a Barcelona. Cuando ya había conseguido de Carlos V el favor pedido, ella decide venir a España e incorporarse a la Corte de la Princesa de Portugal. En Barcelona escribe al cardenal el 10 de agosto de 1555 comunicándole la buena acogida en España. En 1559 volverá a Nápoles sin conseguir del emperador la defensa de sus intereses y moriría sin descendencia. Por su parte, su marido Ferrante Sanseverino, que había participado en la campaña de Flandes de Carlos V en 1544, se refugia en Francia después de convertirse al calvinismo, se declara enemigo del virrey español y muere en Aviñón en 1568.
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En la corte de Vilamarí, poetas, poetisas, humanistas, le dedican sus obras y, a un tiempo, provocan en la misma un paulatino proceso de introducción de las inquietudes reformistas. La espléndida formación cultural de Ferrante Sanseverino, su interés por la literatura, la música y el teatro, parece que contribuyeron a dejar en segundo plano las aptitudes de su esposa, pero, tal como constata Laura Cosentini en su libro dedicado a Isabel de Vilamarí, esta noble dama conocía bien las lenguas clásicas, era buena lectora, estudiaba música y canto. Presumía, además, de tener un espíritu agudo y refinado.
Un humanista contemporáneo, Ortensio Lando, refiere con admiración que la escuchó recitar versos latinos y declamar prosa en casa de otra dama de origen catalán, María de Cardona.
Más tarde llegaron disuasiones, manipulaciones e incluso persecuciones. Sólo las mujeres con cierta formación e independencia de criterio lograron realmente mantenerse fieles a las ideas de la Reforma —y aceptar las consecuencias de su elección— o renunciar a ella. En el contexto del Reino de Nápoles —y como ejemplo clarísimo o paradigma de lo expuesto hasta aquí— debemos analizar la importancia de una de las primeras mujeres partícipes de la Reforma, como Isabel de Vilamarí. Se trata de una dama que le es coetánea, también de origen español, a la que ya hemos aludido al comienzo de estas páginas: Isabel Breseño.” (Segarra Añón, 2001, pág. 130)
(1) En la corte renacentista de don Pedro de Toledo, Garcilaso se acoge a los dulces amigos humanistas y poetas: fr. Gerónimo Seripando, Antonio Telesio, Plácido di Sangro, Escipión Capece, los Galeota,... y, sin duda, el también desengañado Juan de Valdés.
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