Muchos de estos protagonistas son importantes puesto que ejercieron una influencia indirecta en la sociedad y cultura religiosa española, como el cardenal Pole, Giovanni Morone, Bernadino Ochino, Marcoantonio Flaminio, Pietro Carnesecchi, etc. y que definitivamente se inclinarían por la doctrina evangélica y reformada. En la casa italiana de Diego Hurtado de Mendoza, que actuaba como embajador imperial, se reunían alrededor de su voluminosa biblioteca y con un buen número de obras de Lutero y otros reformadores, para debatir las ideas reformadas y refutarlas en el Concilio de Trento. Allí estaban también los conciliares españoles como Alonso de Castro, Bartolomé de Carranza y Juan Morillo.
En aquellas reuniones no habría acuerdo en el modo de manifestar las refutaciones. Alonso de Castro pareció entender mejor la profundidad de estas doctrinas y publica, en 1547, el tratado
De iusta haereticarum punitione (Salamanca 1547) en donde expone la necesidad de castigar al hereje por la peligrosidad de las doctrinas luteranas e instaba a los reyes cristianos a ejecutar las leyes sobre los pertinaces con el máximo rigor, como bien lo hacía en España la Inquisición.
El arzobispo Bartolomé de Carranza publicará su
Catecismo de doctrina cristiana en 1557, diez años más tarde, e introduciría textos de Lutero y Melanchton leídos o interpretados desde el catolicismo, pero que su lectura no pasó desapercibida a los ojos de Melchor Cano y su nada amigo el Inquisidor General Fernando Valdés. En 1558 sería procesado Carranza, siendo el primado más importante del mundo, y su causa duraría diecisiete años, muriendo al poco tiempo en Roma como sospechoso de herejía. El caso de Juan Morillo lo consideremos más detenidamente ya que hasta formó congregación con franceses e ingleses exilados, con sus respectivos cultos de fe reformada.
La influencia italiana en España de estos llamados “spirituali” es mayor de lo que podemos imaginar y que los investigadores actuales están poniendo cuidado en no perder estas pistas que explican la rápida irrupción de un protestantismo larvado y enclaustrado durante muchos años en España. No hemos de olvidar que la influencia de Juan de Valdés sobre los hombres y mujeres más influyentes de Italia, quienes posteriormente abrazarían el protestantismo, repercutieron en el adoctrinamiento de los españoles que iban al Concilio de Trento y pasaban largas temporadas en Italia.
Dice Menéndez y Pelayo, basado en el testimonio de Fray Bernardino de la Fresneda, que el “Doctor Morillo, aragonés, gran hereje, que venía del Concilio de Trento y traía de
allá errores luteranos”: el subraya
de allá como particularidad sorprendente. Morillo explicaba su luteranismo por las enseñanzas que recibió del Pole y de Carranza, sospechosos ambos, en efecto, de luteranismo en materia de justificación” (Bataillon, 1995, pág. 516)
Está pues claro como dice también Bataillon que tanto Carranza, como Constantino Ponce o Agustín Cazalla que estuvieron con el emperador Carlos V y su hijo Felipe II en diversas campañas europeas y que un día aparecieron herejes, no fue por casualidad ni por generación espontánea.
Bataillon dice que Menéndez y Pelayo pasó de largo por la verdad histórica que se ocultaba y que no era otra que Carranza estuvo en contacto con los valdesianos. Debió conocer a Juan de Valdés en la primera temporada de Italia por 1539 y saborear sus
Consideraciones divinas. Después se relacionaría frecuentemente en la época del Concilio con el obispo Priuli, Flaminio, Pole y Morone.
Alrededor de Juan de Valdés se movían un grupo de “persone nobili e illustri” que no formaba una iglesia, ni una secta, sino que eran espíritus ansiosos de otro tipo de Iglesia, la del “regno di Dio”, y entre las que se encontraban miembros de la corte como Segismundo Muñoz y Juan de Villafranca, y otros cuarenta o sesenta ilustres más que, veinte años después de la muerte de Juan de Valdés, murieron en la hoguera. Entre estos personajes y otros desconocidos aún, no solo estaba Julia Gonzaga o Carnesecchi que murió en la hoguera en 1567. Valdés había influido no solo en Nápoles, sino también en Viterbo, Verona y Venecia, en predicadores como Bernardino Occhino, fundador de los capuchinos, Vermigli, el poeta Marcoantonio Flaminio, obispos como Vergerio, Giberti, Soranzo o el comentado Priuli; cardenales de la talla de Contarini, Del Monte, Morone, Reginald Pole arzobispo de Londres, Sadotelo, Seripando, etc.
Este grupo evangélico y espiritualista tendría una influencia oculta y no fácil de explicar si no fuese por los resultados de ser el origen de la Reforma en España e Italia.
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