Es maravilloso pensar, que tenemos un Dios que durante tantos siglos ha estado perseverando en busca del ser humano para salvar sus almas y darles una vida mejor.
Muchas veces hemos escuchado que el Dios del Antiguo Testamento parece otra persona muy distinta al Dios del Nuevo Testamento. Parece un Dios vengador que administra sus juicios y estos son cruelmente ejecutados. A veces por medio de desastres naturales, como el diluvio, o las plagas de Egipto, y otras veces utilizando pueblos crueles como los asirios, o babilonios, para castigar a su pueblo. Pero esto solo se ve así si leemos la Biblia a trozos o por porciones, sin mirar desde una perspectiva global de lo que Dios está haciendo.
Por ese motivo comenzamos desde el principio.
Leemos en el libro de Génesis: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”[i].
Lo que realmente podemos observar, a través de la historia, es que todos los crímenes y atrocidades se han cometido por mano del ser humano y en todas las generaciones. Sin embargo, el sol sigue saliendo, sobre justos e injustos: “para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”[ii].
Así que Dios ofrece las mismas oportunidades a todos y, no solo eso, sino que vemos que, a lo largo de la Palabra, Dios llama al hombre a vivir de una manera justa y digna. Uno de los medios que ha usado para que al hombre le resultara más sencillo de entender son los mensajes proclamados por medio de los profetas. Palabras como estas claman continuamente por las bocas de todos ellos: “Diles: Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?”[iii].
Dios ha estado siempre ofreciendo oportunidades a los hombres para que puedan tener una buena vida: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia”[iv].
En todo tiempo ha mandado a sus profetas para que el pueblo entienda su deseo. En Ezequiel 18:23 leemos: “¿Quiero yo la muerte del impío?, dice Jehová el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos?”. Y en Jeremías 29:1 “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis”.
Y en todos los profetas menores encontramos un mismo patrón de mensaje con palabras que se repiten: “Volveos a mí” (Zac 1:3-4 y Mal 3:7); “Más no os volvisteis a mí” (Amós 4:6,8,10,11); “Meditad en vuestros caminos” (Hageo 1:5,7).
Estas son palabras de alguien que quiere recuperar una relación perdida, y se da cuenta de que no está siendo escuchado. Y de que aquellos a quien está llamando, le vuelven la espalda.
Vemos como Dios no se ha cansado de perseverar detrás de todos los seres humanos esperando un cambio de actitud en el hombre.
En Génesis vemos que Dios crea al ser humano, este peca, pero Dios le da la promesa de que su simiente herirá a aquella criatura causante de su desgracia[v]. Más adelante vemos como le da una promesa a Abraham, para que por medio de él comience a realizarse la promesa de esa simiente. Y durante todo el resto del Antiguo Testamento podemos ir siguiendo la genealogía de Jesucristo, pues nos muestra la vida de todos sus antepasados: Isaac, Jacob, Judá, Fares, Rahab, Rut, Obed... hasta llegar a Jesús, el Cristo, el Mesías anunciado primeramente por Dios y después por todos los profetas.
Y en todo este recorrido generacional vemos como Dios interviene en la vida de aquellos para los que hizo la promesa.
Y si seguimos libro por libro, personaje por personaje, historia tras historia, nos daremos cuenta del cuidado que Dios ha tenido, con todo, para cumplir la promesa que hizo a Adán y Eva, en el huerto del Edén. A Abraham, cuando confió en él y salió de su casa y de su parentela (Gén 12). A David, cuando le dijo que un hijo suyo sería el que le edificaría casa: “El edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino”[vi]; “Pero tú no edificarás la casa, sino tu hijo que saldrá de tus lomos, él edificará casa a mi nombre”[vii]. Y a todo aquel a quién Dios le hacía alguna promesa.
Así que no tiene sentido pensar que el Dios del Antiguo Testamento se trata de otro Dios diferente al del Nuevo testamento. Y si aún podemos tener alguna duda, este versículo, conocido por todos, nos aclara muchas cosas: es la cita de Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.”
Primeramente, el Dios del que habla en estos versículos es el del Antiguo Testamento, y está diciendo que este Dios amó tanto al ser humano que entregó a su Hijo para salvar a todo aquel que en él crea. Y no para condenarlo, sino para salvar al mundo. A todo el que crea en Jesucristo.
Es maravilloso pensar, que tenemos un Dios que durante tantos siglos ha estado perseverando en busca del ser humano para salvar sus almas y darles una vida mejor.
Débora Gutiérrez Simino – Estudiante de Teología – La Carlota (España
[i] Génesis 1:27-28
[ii] Mateo 5:45
[iii] Ezequiel 33:11
[iv] Deuteronomio 30:19
[v] Génesis 3:15
[vi] 2º Samuel 7:13
[vii] 2º Crónicas 6:9
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