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¿La Navidad que merecemos?

Muchos creemos que nos merecemos una linda Navidad, llena de comida, de regalos, de algo extra, de pasarla bien con la familia.

JOHANA LISBOA MARC Venezuela 14 DE DICIEMBRE DE 2017 20:16 h
Photo by Charl van Rooy on Unsplash

“¿Para qué tú, Navidad, si no hay gloria en las alturas ni en la tierra paz,  



y a José y María no les dan lugar ni dentro ni fuera  de la ciudad, 



y la Buena Nueva ya no es novedad,



y mandan callar a todos los ángeles que osan cantar?”



Pedro Casaldáliga



 



Prestando atención a todo lo que está ocurriendo en n



Zuestro país[i], percibo un ambiente de pesimismo, tristeza, desesperanza (y, en algunos casos, de hastío) de los venezolanos frente a la desfavorable situación económica por la que estamos atravesando y que a todos nos afecta. A menudo me encuentro en silencio haciendo “lo de María”, o sea, reflexionando y “guardando en mi corazón” cada situación que pasa. Medito, porque se me ha hecho costumbre el acto de formularme preguntas sobre algunos hechos contradictorios, incómodos, y muchas veces incomprensibles de la vida; y, también, porque la meditación es una de las disciplinas espirituales que ayudan a practicar una fe en consonancia con lo que se vive y lo que ocurre alrededor, permitiendo dar respuestas a cuestiones sociales, espirituales, personales; además de que ella nos ayuda a tener sabiduría y fe para comprender un poco más los hechos que ocurren, aceptarlos, asimilarlos y superar experiencias vividas.



Algunas interrogantes más comunes que a menudo escucho son: ¿Qué comeremos en esta Navidad? ¿Cómo hago para cumplirle la “Carta al Niño Jesús” de mis hijos? ¿Podré comprar ropa nueva para mi familia y para mí en este diciembre? ¿Me alcanzará el dinero para pintar la casa en esta época? ¿Con esta crisis será apropiado adornar mi casa con motivos navideños? ¿Será que podré comer alguna hallaca o pan de jamón en esta navidad? Y pare usted de contar las innumerables cuestiones que el venezolano justamente en estas fechas se formula.



Aquí no estoy haciendo distinción entre creyentes e incrédulos: todos, sin distingo de credo, color de piel, posición social o ideología política, se han hecho algunas o la mayoría de estas interrogantes. Muchos creemos que “nos merecemos” una linda Navidad, llena de comida, de regalos y, de ñapa (algo extra), pasarla bien con la familia. Pero ahora me pregunto yo, ¿será que realmente lo merecemos? ¿Quiénes somos nosotros para creer que merecemos algo así o para exigirle a Dios, cual si fuera el genio de la lámpara, todo eso? ¿Jesús habrá tenido una navidad así?



Si nos detenemos a leer (por enésima vez, pero con ojos distintos) los pasajes donde se narra el Nacimiento de Jesús el Mesías, nos daremos cuenta que fue totalmente diferente, y me atrevo a decir que Su nacimiento y la Navidad que celebramos son Polos Opuestos. Veamos resumidamente cómo fue tan magnífico acontecimiento:



Anuncio del nacimiento de Jesús a María y a José



Esta fue una situación un tanto incómoda para ambos. Si bien, en la antigüedad, Dios acostumbraba a hablarle a las personas por medio de profetas, en este caso Él envió a Gabriel (su ángel mensajero) para que diera estas maravillosas y a la vez atemorizantes noticias (ya verán por qué son atemorizantes). María, una chica buena, honesta, cuidadora de las costumbres judías y virgen, fue escogida por Dios. Cuando el ángel se le apareció, ella no entendía lo que pasaba (Lc. 1: 24), pero Gabriel le explicó que traería al mundo al hijo del Altísimo, y ella aceptó cumplir con esa gran responsabilidad (y con ello, los riesgos que traía). José, un hombre justo y guardador de las costumbres judías, al enterarse del “extraño embarazo” de María, sintió mucha decepción, confusión y, quizás, desilusión de su prometida; sin embargo, si la acusaba de fornicación, de seguro la matarían a pedradas, mas él no quiso eso, por lo que decidió romper su compromiso en secreto. Dios tenía todo planeado, y envió a Gabriel para que rescatara aquel compromiso, le explicó todo a José y éste comprendió que lo que sucedía era verdaderamente algo divino. Ambos enfrentaron los prejuicios de la sociedad y los suyos propios a fin de cumplir con el propósito del Señor.



Nacimiento en Belén



La acción estaba por empezar. María y José por fin se pusieron de acuerdo, y resulta que ahora al Emperador se le ocurrió realizar un censo de población. Cada quien debía ubicarse en el poblado de donde provenía su ascendencia. José, del linaje de David, se trasladó hasta Belén, la ciudad natal del Rey David, y tuvo que llevarse a María que, por cierto, tenía avanzado su embarazo. Para colmo, Belén aún seguía siendo un pequeño pueblo, no había muchas posadas, y al no encontrar lugar para recostarse a dar a luz al niño Jesús, José y María tuvieron que refugiarse en un oscuro, frío, lleno de animales y sucio establo. Allí, en el lugar menos pensado y el menos indicado para que naciera un bebé, Jesús vio la luz como un ser humano.



Visita de los pastores



La noche en que nació Jesús unos pastores vigilaban y cuidaban a sus ovejas (un oficio muy común en Belén), y de repente se les apareció un ángel, lo cual les causó un inmenso pavor. Mas el ángel los calmó y les dio la gran noticia de que en ese día había nacido en Belén el Mesías, todo esto acompañado de un gran coro de ángeles. Cuando los ángeles desaparecieron, los pastores volvieron en sí y se dispusieron a buscar a aquel niño en el pueblo; salieron corriendo montaña abajo, sorteando las piedras y demás obstáculos, pero con corazones llenos de gran expectación y emoción. Y allí, en ese pesebre, rodeado paja y animales, vieron al recién nacido, le contaron lo sucedió a María y a José, y lo adoraron.



Visita de los magos



Estos señores sabios vinieron de muy lejos siguiendo una estrella tan luminosa que les dio a entender que se trataba de que alguien muy importante había nacido. Cuando consultaron con Herodes el Grande sobre el nacimiento de Jesús, y éste les preguntó a los maestros de la Ley, le corroboraron que según Miqueas, el Mesías habría de nacer en Belén (Mq. 5:2). Entonces, los magos continuaron su camino en dirección a aquel pueblo, sospechando ya de la mala intención del rey, y llegaron justo al lugar donde estaba Jesús. Allí estaba aquel bebé dormidito, en el regazo de su madre, y los magos se gozaron y lo adoraron; además, le dieron regalos materiales y simbólicos que sirvieron de sustento económico a la joven familia.



Photo Johannes Hofmann UnsplashHuida a Egipto y regreso a Nazaret



Cuando por fin María y José pensaban que las tensiones habían pasado, Herodes el Grande, al sentirse burlado por los magos que no regresaron a Jerusalén, se llenó de furia y mandó matar a todos los niños varones menores de 2 años de Belén, por lo que la nueva familia tuvo que huir a Egipto tal como Dios le indicó a José que hiciera (“Dios también fue un inmigrante, Dios también tuvo que huir”… S. Benavides). Al morir Herodes, el Señor “llamó a Su hijo de Egipto”, y le dijo a José que regresara a Palestina. Pero él se dio cuenta que ahora en Belén había quedado reinando Arquelao, un hombre implacable y malvado, entonces Dios les permitió que se instalaran más bien en Nazaret. 



Todo esto y más ocurrió durante la primera navidad, y ahora me vuelvo a preguntar: ¿esos hechos se parecen a las festividades que nosotros solemos hacer? Evidentemente no. 



Dios encarnado se despojó de su gloria para llegar hasta nosotros y mostrarnos el amor inagotable del Señor. El Mesías no tuvo una cuna suave, calientita y acolchada; tampoco le hicieron un Baby Shower antes de nacer; más bien la angustia embargó el corazón de sus cuidadores sin saber qué decirles a su familia de lo que ocurría. Y el hecho de que pretendamos tener una “feliz navidad” con tantas cosas que ni el niño Jesús, el Verbo, el Rey Salvador  tuvo, ¿no es esa pretensión o deseo un poco osado e incluso fuera de lugar? Considero sí.



Lo que estoy tratando de expresar, LÉASE BIEN: No tiene nada que ver con alguna posición político-partidista que pueda tener. Es lo que el Espíritu Santo me ha hecho comprender durante mis meditaciones. Cada uno de los personajes claves en esta asombrosa historia tuvo que arriesgar y dejar algo por la sola mirada angelical de un inocente bebé. Y nosotros, ¿qué dejamos por Él? ¿Cómo celebramos estas fiestas en medio de tantas carencias que, quizás, no muchos habíamos experimentado otrora?



María asumió con valentía y sujeción el inmenso compromiso que tenía con Dios, arriesgando su compromiso con José, y hasta su propia vida. José luchó contra sus propios prejuicios y asumió la responsabilidad de un niño que no era suyo, por el compromiso que tenía con Dios. Los pastores dejaron a sus ovejas en la fría y peligrosa montaña, bajando como locos por esas laderas, solo para conocer al Mesías. Los magos viajaron miles de kilómetros para ver al Rey de los Judíos, y arriesgaron sus vidas al no cumplir con el rey Herodes de regresar a Jerusalén.



Y Jesús, ¿qué no dejó Jesús por nosotros? ¿Hace falta especificar cada uno de los sacrificios y dificultades que enfrentó aquí en la tierra por nosotros y por obediencia a su Padre, a fin de cumplir con el magnífico propósito de redención divina?



Entonces, ¿cuál es la Navidad que merecemos? ¿O más bien, la vida que merecemos? Jesús mismo nos dijo “El siervo no es mayor que su Señor, ni el enviado mayor que el que le envió” (Jn. 13: 16). María le dijo ángel: “He aquí la sierva (esclava) del Señor, hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lc. 1: 38) ¿Estamos dispuestos a decirle a Dios en toda circunstancia: “He aquí está tu siervo/a, hágase conmigo como quiera”? ¿O acaso pensamos que estas circunstancias por las que atravesamos no tienen nada que ver con el plan de Dios?



Los ángeles cantaron en el cielo “Gloria a Dios en el cielo más alto, y paz en la tierra para aquellos en quienes Dios se complace” (Lc. 2: 14 NTV). Dios se complace en aquellos que hacen Su voluntad, en aquellos que creen, en quienes toman su cruz cada día y le siguen. Nuestra paz es justamente eso. Hacer la voluntad del Señor, sabiendo que Él tiene el control de todo, sean las circunstancias que sean. Y además, Él nos enseña una lección que nos hace crecer con todo lo que nos ocurre.



Pidámosle al Padre más fe para agradarle, fortaleza para enfrentar las pruebas, sabiduría para poder hacer lo correcto en situaciones apremiantes, y seguir adelante con la frente en alto, mirando la ciudad venidera, e iluminando nuestra sociedad con el amor y la esperanza que solo tienen aquellos corazones que se afirman en La Roca. Aprendamos a vivir la navidad en las situaciones que sean y ser agradecidos, y si esta navidad se parece más a la que tuvo Jesús, ¡glorifiquemos a Dios! Y meditemos constantemente en nuestros caminos.



¡Brillemos, hablemos, actuemos, oremos!



 



Johana Lisboa Marcano – Lda. Educación Integral – Cumaná (Venezuela)​







[i] Venezuela



 




 

 


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