Nosotros solo fuimos parte de esa Historia tan maravillosa iniciada en la eternidad por amor. Testigos de cómo Dios hace las cosas.
Estimados Seguidores:
En nombre de los astrónomos de Oriente, os escribimos esta pequeña misiva en esta fecha tan señalada en algunos países de occidente.
Es cierto que no acostumbramos a contestar todas las cartas escritas año tras año. Nos sorprende el número de éstas, así como de sus innumerables peticiones personales.
Lamentablemente continuamos viendo como la mayoría de gente sigue estando tan equivocada acerca de nuestra identidad. Nos cuesta entender el motivo de la aparente dificultad o dejadez en la investigación histórica sobre nuestra existencia. Así como la razón por la cual nos dieron a conocer, haciendo de nosotros personajes cargados de regalos para todos, dejando en segundo lugar el objetivo principal que nos llevó a emprender el inolvidable viaje a Belén. El más importante viaje de nuestras vidas.
En el primer escrito fiel a la realidad, recogido por el evangelista Mateo en el siglo I, no se quiso dar detalles de nuestros nombres, así como de nuestro físico y nivel socioeconómico ni se dijo cuántos éramos los viajeros, aventureros con el corazón lleno de esperanza. Ahora ya sabemos que en vuestro tiempo estos detalles os importan mucho, pero a nosotros solo nos movía, nos impulsaba a seguir adelante un único y común interés: un Rey había nacido. Un monarca lo suficientemente importante para que aun el cielo, el firmamento con sus estrellas diera señal, diera aviso de tan magnífico acontecimiento en la tierra.
Y ¡nosotros no íbamos a quedarnos de brazos cruzados como si tal cosa en nuestras casas! Siguiendo con nuestras vidas como si nada; como si nada hubiéramos visto. No.
Fuimos a Belén siguiendo la gran estrella y las Profecías de aquellos hombres respetuosos de Dios. El Dios y Señor que se reveló a tantas personas a lo largo de la historia quiso permitir que nosotros, simples sabios y estudiosos de las estrellas y los astros, conociéramos y adorásemos a su Único Hijo quien en realidad era el propio Dios encarnado: Jesús, hijo de María, siendo ésta virgen y, según se creía de José, descendiente de David, rey de Israel.
Cuando después de pasar por la capital, Jerusalén, y casi ser engañados por Herodes, al fin llegamos a la casa, no al establo, donde unos padres muy jóvenes le cuidaban amorosamente, postrándonos, lo adoramos: al niño, no a su madre, no a su padre. Le ofrecimos nuestros presentes: oro, incienso y mirra.
Nosotros solo fuimos parte de esa Historia tan maravillosa iniciada en la eternidad por amor. Testigos de cómo Dios hace las cosas. De no ser por la fe, ¿cómo estaríamos seguros de que ese niño, en una humilde familia, era verdaderamente Rey, digno de nuestros valiosos regalos y adoración?
¡Con qué gozo regresamos a nuestro país!
Nosotros le vimos y podemos deciros que Aquél es quien merece el reconocimiento y protagonismo, no nosotros. Aquél a quien se le debe pedir todo cuando ya se le conoce. No vengáis a nosotros con tantas peticiones de regalos y regalos. El mayor regalo fue ese niño que se hizo hombre y se entregó para morir y poder saldar la deuda que todos teníamos contraída con su Padre, el Dios Santo.
Nos apena cómo celebráis la Navidad año tras año sin celebrar en vuestras vidas, cada día, el amor que Dios os tiene. Olvidándoos durante todo el año de la misericordia de Dios, celebrando vuestros logros sin agradecer la vida a Quien todo le debéis.
Enseñáis que es buena la fe en el hombre, la esperanza, el amor, la paz o el sacrificio para ayudar al prójimo…, pero no vivís ni un solo día así. Os cuesta reconocer que solo necesitáis confiar en Dios, el único que nunca os ha fallado y el único que puede cambiar vuestros corazones para amar a vuestros familiares, amigos, vecinos, y enemigos. Para poderle amar a Él.
Esperamos que nuestra carta no se considere ambigua, sino que sirva para haceros pensar. Hay que cambiar para adorar únicamente al Rey de Belén y hacerle Rey de vuestra vida todos los días.
Quiera Él, en su soberana voluntad y poder, por su amor, obrar en vuestro ser transformando el corazón de piedra en un corazón vivo, valiente, decidido a arriesgarlo todo por Él, a buscarle hasta encontrarle y amarle. Tal como hizo con nosotros.
Con el amor del Rey de reyes,
vuestros sabios de Oriente
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