Como buena cristiana, hay una serie de frasecitas cliché que una escucha y repite a lo largo de su vida según la ocasión.
Como buena cristiana, hay una serie de frasecitas cliché que una escucha y repite a lo largo de su vida según la ocasión. La que viene a cuento hoy suele medrar especialmente en momentos catalogados como duros e incomprensibles, en los que el sujeto en cuestión o su interlocutor no entienden lo que está pasando. Os suena seguro: “Dios tiene un plan para tu vida”.
Bueno. Pues yo vengo a deciros que he descubierto que no. Que plan sí que tiene, pero que puede que no tenga que ver contigo. Así tal cual. Admito que es una especie de mazazo para el ego, sí. Me explico.
Había una vez un niño muy mimado, algo repelente, cuya madre había muerto y cuyo padre lo trataba como si fuera el primogénito a pesar de tener una decena de hijos más mayores. El mozo se llamaba José, el chaval aquél que, de haber vivido hoy, sería un saco de traumas por culpa de todo el sufrimiento que padeció: que si mis hermanos me hacen bullying; que si deciden cortarme el pescuezo; que si mejor me mandan a Egipto como esclavo; que si de niño mimado paso a tener que espabilarme para sobrevivir; que si mi jefa me acosa sexualmente y luego me echa las culpas; que si me meten en la cárcel y se olvidan de mí; que si me creo que voy a salir pero el desagradecido del copero pasa de mí… En fin, un drama de vida.
Estoy segura de que, si José nos hubiera tenido de amigos a cualquiera de nosotros, seguro que habría escuchado más de una vez algo así como: “¡Animo José! Confía en Dios, que tiene un plan para tu vida”. Pobre José. Pasándolas canutas y esperando a que Dios le revelara ese plan maestro que el Dios Todopoderoso había diseñado desde antes de la fundación del mundo especialmente para él, imaginándose qué plan sería aquél y esperando una revelación que le indicara cuando se iba a poner en marcha…
Y el caso es que sí, que Dios tenía un plan con la vida de José, pero la verdad es que éste no tenía nada que ver con él. Que sí, que es evidente que por el camino José maduró, creció, se hizo fuerte y hasta consiguió un buen trabajo y hasta un matrimonio ventajoso, pero digamos que eso fueron beneficios colaterales. Porque lo que Dios de verdad tenía en mente era salvar vidas (Gn 45,5). De egipcios, de cananeos, de la propia familia de José y de cualquiera que pudiera acercarse a Egipto a comprar alimento durante los siete años que duró la hambruna en el mundo conocido.
Y es que hay una diferencia entre tener un plan para tu vida y tener un plan con tu vida. Ahí está el quid de muchas vidas cristianas frustradas. Dios siempre tiene un plan con tu vida. No te ha creado en vano, tiene contados todos y cada uno de los cabellos de tu melena y hasta mandó a su único hijo a morir por ti. Pero puede que sus planes no tengan tanto que ver contigo, con las ideas románticas o egoístas o victimistas o autocomplacientes o de grandeza o llámalo X que tú o yo podamos tener sobre nuestra feliz existencia. Lo que Dios quiere es salvar vidas.
Yo me lo estoy haciendo mirar. El principal motivo por el que sigo viva una vez he entregado mi vida a Cristo no es la culminación última de mi mismidad como persona humana, individual y única, que necesita realizarse en esta vida, sino llevar el mensaje de la Cruz hasta los confines de la tierra (empezando, a ser posible, por mis vecinos). Si por el camino vivo mejor o peor, es por la gracia de Dios y con el propósito único de ponerlo a su servicio. Tanto mis sufrimientos como mis alegrías.
José no es el único ejemplo bíblico de que esto no tiene que ver contigo. Ni siquiera el mismo Jesús se libra. Dios no tenía un plan para su vida, sino un plan con su vida. La salvación del mundo. Salvar vidas.
Isabel Marín – Dra. Filología Hebrea – Países Bajos
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