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¿Afirmaciones científicas?


Definitivo. No es lo mismo que James Watson, científico y Premio Nobel de Medicina (1962), afirme que “los negros son inferiores”; o que el famoso biólogo chileno Humberto Maturana diga que “los embriones no son humanos”; a que la mismas afirmaciones sean dichas o escritas por un individuo cualquiera.



Sin embargo, por fortuna, esta situación no desautoriza que otros puedan cuestionar el por qué tal diferencia. Aquella que, a modo de patrimonio casi incuestionable posee el mundo científico para sostener postulados concluyentes, pero no por ello discutibles.



Ahora bien, supongo que la interrogante del por qué algunos tienen el privilegio de plantear afirmaciones dudosas será resuelta apelando a los años de estudio, la especialización y la autoridad, producto de investigaciones y descubrimientos del mundo observado, propio del quehacer científico.



Pero, ¿qué sucede cuándo tales premisas se encuentran fuera del ejercicio de la ciencia y se enmarcan en apreciaciones personales? ¿Deberíamos aceptarlas por la autoridad que le confiere su procedencia? Me temo que no, y la razón es sencilla: hay creencias mucho más convincentes que otras. 



Por tanto, la lógica de ambas lumbreras científicas nos obliga a discriminar antes de adscribirnos a sus postulados, entre opiniones especializadas cuya validez se apoya en la comunidad científica y creencias personales discutibles, que en todo caso podríamos aceptar previo conocimiento de los argumentos.



Quisiera aclarar que de ningún modo estoy vilipendiando la creencia como algo carente de contenido, menos como una expresión dependiente de la aprobación científica. De hecho, me considero creyente. Por cierto, me parece que no han medido las consecuencias al presentar sus conclusiones públicamente. Puede que me equivoque, pero ahí está mi queja.



Ya que cualquiera podría afirmar con “justa razón” y usando los mismos axiomas que latinos, discapacitados, obreros de la construcción, socialistas, cristianos, ateos, judíos, homosexuales o derechistas, algún valor humano tienen, aunque no del todo.



Una verdadera ironía con toda la subjetividad de los especialistas que a estas alturas ya casi se han convertido en “sacerdotes de la sociedad”. Al ponerlo de este modo, supongo que, ni Watson ni Maturana aceptarían dicha hipótesis. De seguro propondrían que mi argumentación responde a algún tipo de falacia porque no podemos meter todos dentro del mismo saco. A decir verdad, cada quien piense lo quiera. Lo que estoy tratando de sostener es que a estas alturas ya deberíamos aceptar que el método de la época contemporánea ha sido insuficiente para enfrentar la realidad por los propios límites que su metodología le impone.



En este sentido, no deja de sorprender que ambas eminencias hagan ese tipo de afirmaciones, sobre todo, considerando sus competencias intelectuales.



En el caso del Dr. James Watson, por ejemplo, es difícil imaginar que no haya considerado el lugar de nacimiento, la familia, la geografía, la situación económica, la educación, la situación de esclavitud u otros factores para deslizar la idea de una supuesta inferioridad de la raza negra[i].



Por otra parte, el Dr. Maturana de ningún modo ignora que la gestación materna nunca dará como resultado un pequeño rinoceronte (por mucho que la criatura lo parezca), sino siempre un ser humano. Por eso, si estuviéramos en una mesa redonda y cada uno de ellos estuviera con sus argumentos sobre la mesa -muestras de ADN y embrión incluidos-, deberían aprovechar la oportunidad de retractarse en honor a los códigos de honestidad y rigurosidad científica que suponen sus años de ejercicio, rectificando el uso y abuso de la plataforma científica para comunicar sus creencias personales arbitrarias[ii].



Puede sonar violento, pero vale la pena recordar que tales deslices fueron materia prima de regímenes dantescos y totalitarios. Ahí esta la historia de los científicos y las atrocidades del régimen nazi.



Como podemos apreciar, no todo el discurso de los eruditos es siempre confiable, pues cuando los argumentos científicos se agotan, la creencia personal asoma. Creencia que, como he dicho anteriormente, no tiene nada de malo si se presenta con honestidad y se sabe defender. El problema radica en que de pronto los iconos del conocimiento ceden al intentar argumentar, creyendo que las credenciales son suficientes para influir sobre la opinión pública, subestimando el proceso de reflexión y las creencias individuales que todo ser humano posee.



Del mismo modo, podríamos pensar que la tentación de control no sólo se encuentra en ciertos regímenes, sino también en las ansias de algunas comunidades científicas que, consciente o inconscientemente, con opiniones personales pseudocientíficas e insuficientes desde todo punto de vista, aspiran a instalar el cientificismo como faro que debe gobernar sobre el resto de las dimensiones de la vida.



En consecuencia, primero, los científicos deben saber que, a diferencia del pasado y por razón de la época, están sometidos al escrutinio público. Por tanto, las licencias para sus postulados exigen precisión. En otras palabras, claridad para afirmar: “estoy sosteniendo esto o aquello desde la ciencia” o, derechamente, “desde mi cosmovisión personal”.



Porque a estas alturas es impresentable, para hombres con una epistemología y dialéctica concreta, un eclecticismo o una síntesis mal hecha. En efecto, no tienen necesidad. En ese contexto será interesante observar qué tan consistentes son sus credos.



Segundo, el desafío ahora es discutir por qué deberían ser dignos de nuestra confianza, si en el fondo han instrumentalizado un patrimonio de la humanidad para promover sus ideas o creencias personales. Certidumbres que, de ningún modo, son capaces de violentar nuestras creencias respecto de la no discriminación y la vida de un ser en gestación, tal como Andrea Balbontín, en un soporte ciudadano, lo ha expresado. Cito textual: “Un embrión, un feto, un nonato, no es una enfermedad, no es un tumor cancerígeno que es necesario extirpar, destruir, aniquilar para salvar la vida del paciente. Es una vida humana[iii].



Este punto es determinante porque para Watson y Maturana será difícil demostrar lo contrario, por muchos honores y reconocimientos que puedan tener sobre la pared. Lamentablemente, y a pesar de sus logros en el campo científico, también pasaran a la posteridad por el abuso del lenguaje con fines personales.



Tercero, desde mi punto de vista, prefiero seguir sosteniendo desde una cosmovisión cristiana que la vida humana, independiente de las situaciones particulares que pueda enfrentar, tiene su valor y dignidad en la imagen de un Dios y no en las apreciaciones inexactas de científicos connotados en esferas limitadas del saber humano que, excediéndose en su consideración de sí mismos, pretenden traspasar los linderos establecidos por la divinidad.



Este hecho demuestra que la supremacía del poder y el totalitarismo del conocimiento podrían ser dos ramas del mismo tronco. Cuestión que nos empuja a observar con horror desafortunadas declaraciones que, ahora sí, corresponden al campo de la pseudociencia: esa que nos quiso hacer creer que la creencia (fe), son impertinentes.



 



Christian Maureira – Sociólogo, Fundador de CPAC - Chile.



 



[i] Tormenta de críticas al Nobel Watson por despreciar a los negros



http://elpais.com/diario/2007/10/18/sociedad/1192658406_850215.html



[ii] Entrevista de 1994 muestra qué pensaba el famoso biólogo Humberto Maturana del aborto



http://www.biobiochile.cl/2014/05/29/entrevista-de-1994-muestra-que-pensaba-el-famoso-biologo-humberto-maturana-del-aborto.shtml



[iii] La ciudadanía tiene derecho a saber. Andrea Balboltín



http://m.elmostrador.cl/opinion/2015/02/19/aborto-la-ciudadania-tiene-derecho-a-saber/



 



 



 



 


 

 


1
COMENTARIOS

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Respondiendo a

Julie Estévez G
26/02/2015
13:29 h
1
 
Excelente!!! Sin desperdicios y oportuno para esta era postmoderna.
 



 
 
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