Estar en la sala de espera de un médico es inquietante, un lugar donde la sensación es de que el tiempo no pasa.
Pero algo aún más abrumador es estar en la sala de espera de Dios, cuando acosados por situaciones críticas que tú ni yo podemos resolver, esperamos ansiosamente un milagro como respuesta a nuestras oraciones, a pesar de que tenemos la impresión que Dios no tiene prisa alguna. Las Sagradas Escrituras aseguran que Dios hace todas las cosas en el tiempo preciso (Eclesiastés 3:11) y, obviamente, desconocemos los tiempos de Dios, no sabemos lo que El quiere hacer, ignoramos lo que ahora mismo está haciendo, ¡ni mucho menos sabemos cómo ni cuándo va a hacer lo que tiene determinado hacer! Una ignorancia que insume nuestro tiempo esperando que llegue el tiempo de Dios sobre nuestra vida y sus complejas circunstancias.
La Biblia habla de quienes sentados en la sala de espera de Dios velaron durante mucho tiempo esperando el tiempo de Dios, ¡y uno de ellos fue Abraham! Un hombre al que Dios prometiéndole un hijo le aseguró una descendencia tan numerosa como “las arenas del mar y las estrellas de los cielos” por lo que, ilusionado, se sentó en la sala de espera. Y aunque los años pasaron y la promesa no se concretaba, él y su esposa siguieron creyendo y esperando en Dios.
Pero sabiendo que la fe tiene fases predecibles, nos preguntamos ¿qué pasa con nuestra fe y con nuestros sentimientos cuando lo que esperamos de Dios no llega? Veamos algo de esas etapas:
1 - La fase del sueño
Dios pone ilusionantes sueños en nuestro corazón en forma de proyectos, desafíos, programas u objetivos, sueños que cambian de manera radical la perspectiva integral de nuestras vidas, llenándolas de expectativas y esperanza.
2 - La fase de la decisión
Abraham recibió un sueño de gran trascendencia mundial y alcance eterno, una promesa que estaba entretejida en la compleja urdimbre profética de los planes divinos, y lo sugerente es que la depositó como un ilusionante sueño en el corazón de un sencillo hombre de fe. Pero eso es solo el principio, porque la fase que estamos considerando nos recuerda que, si creemos a Dios, debemos involucrarnos en ese sueño que Él nos da, y eso sucede cuando de manera responsable, seria y formal tomamos la decisión de hacer nuestro ese sueño con todos los riesgos que ello implica.
3 - La fase de la paciencia
En términos generales, un sueño abarca un proceso de tiempo y demanda un gran desgaste anímico. Martin Luther King tuvo un sueño de igualdad racial que la perversidad y el odio humano frustró de manera violenta y temprana. Abraham esperó pacientemente durante once años y, ¿cuántas y cuáles fueron las cosas que sucedieron a lo largo de esos once años? ¡Pocas, pero trascendentes! Porque acosado por las dudas, cayó en la tentación del desánimo y fue justamente en ese momento en el que nació Ismael.
No obstante Dios le seguía diciendo persistentemente “¡Espera! Sigue creyendo en el sueño que te di”, y eso nos lleva a la cuarta fase de la fe.
4 - La fase de la dificultad
No solo la espera es larga, sino que la vida se nos va complicando. Abraham, con 99 años, y Sara, con 89 años a cuestas, ¡aún no tenían el hijo prometido! Y en medio de toda esta dilatada espera, Dios se permite una broma singular que, de alguna manera, viene a robustecer y confirmar la vieja promesa: le cambia el nombre original de Abram (“padre enaltecido”) por el de Abraham, o sea “padre de una gran nación”. Llegado el tiempo, Dios les concede el hijo esperado al que llaman Isaac (“risa”), pero en verdad quien se ríe es Dios, porque ahora y con ese peculiar sentido del humor, le pide que renuncie al sueño, diciéndole: “quiero que me entregues lo que te di”.
Lo cierto es que los vaivenes de la vida suelen meternos en obscuros callejones sin salida donde creemos que todo está perdido, y es en tales circunstancias cuando cuestionamos el amor de Dios y donde es fácil caer en el agobio de la desesperanza.
El caso de Abraham
En Romanos 4:17-21 Pablo evoca esta historia señalando cinco cosas que le permitieron a Abraham ser testigo del cumplimiento de la promesa de Dios en su propia vida. En el v.17 dice que Abraham “creyó a Dios”; en el v.18 asegura que “creyó en esperanza contra esperanza”, o sea, que a pesar de estar acosado por las dudas y el desánimo, no abandonó su sueño sino que siguió creyendo y siguió esperando en Dios. El v.19 dice que asumió el hecho de que su cuerpo “estaba muerto”, lo cual hacía humanamente improbable el esperado milagro; pero a pesar de su desgaste físico, su fe no se debilitó. Mientras Abraham y Sara envejecían más y más, el acoso de la incredulidad también le hostigaba más y más, pero según el v.20 Abraham fortaleció su fe glorificando a Dios.
Y todo eso ocurrió (v.21) porque se trataba de un hombre totalmente convencido de que Dios es inmensamente poderoso para cumplir todo lo que promete.
Jesús dijo: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible” (Marcos 9:23). Y ¿en qué creía Abraham? ¿En sí mismo? ¡No! ¿En sus sentimientos? ¡No! ¿En las evidencias? ¡No!
Abraham creía en Dios porque, sencillamente, él era un hombre de fe y ¡eso es lo que basta!
Juan Carlos Quinteros Ontivero – Pastor jubilado – Argentina
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