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Del uso de himnos y coros en la adoración

Rubén Gómez

En uno de mis anteriores artículos publicados en esta misma sección[i] he tenido la oportunidad de realizar algunas observaciones sobre ciertas tendencias (¿derivas?) que se vienen observando en el culto comunitario de un tiempo a esta parte. Hoy me centraré en un área concreta: el canto congregacional.

Soy plenamente consciente de que ir contracorriente no es fácil, y de que generalizar siempre conlleva un riesgo. No es mi intención denostar lo nuevo per se ni idealizar lo tradicional (“antiguo”, si se prefiere); me conformo con introducir algunas ideas que puedan servir de contrapunto a lo que sucede con cada vez mayor frecuencia en bastantes iglesias evangélicas, sean de la denominación que sean.

A fin de disipar cualquier duda o malentendido, diré que me gusta mucho la música –todo tipo de música– y el canto. De niño estudié solfeo y poco después aprendí a tocar la guitarra. Ya en el ministerio pastoral, he dirigido a distintas congregaciones en la alabanza, tanto tradicional como contemporánea, en muchísimas ocasiones. Mi generación, buena conocedora del riquísimo acervo musical proveniente de la Reforma, también fue la primera que comenzó a cantar los famosos “coritos” en las iglesias evangélicas a raíz de la influencia del Jesus Movement de principios de los años 70 del siglo pasado. Asimismo, fuimos pioneros en la introducción de otros instrumentos que no fueran el órgano o el piano en los cultos.

El punto de partida de la adoración es el conocimiento de Dios.Él nos invita a conocerle y nos encomienda la tarea de darle a conocer. Esa doble vertiente debería estar siempre presente en el culto cristiano y, por descontado, también en el canto congregacional. Así que lo relevante no es la forma en sí de la adoración, sino si se adora o no de acuerdo a la voluntad de Dios.

Sucede que de manera más o menos sutil se ha ido produciendo un cambio en la alabanza durante las últimas décadas. Por un lado, hemos pasado de cantar directamente las palabras inspiradas de Dios en la Biblia (básicamente salmos), o bien tamizadas a través de las composiciones de grandes teólogos, a cantarle a Dios nuestras propias palabras. En el primer caso se canta acerca de Dios y de lo que él nos dice, mientras que en el segundo se le canta a Dios lo que nosotros pensamos. Esto ha provocado que la alabanza musical pase de ser algo objetivo que se hace y, por tanto, en lo que se participa comunitariamente, a algo subjetivo que se siente y que, por consiguiente, se experimenta de forma individual (aunque estemos en medio de una multitud).

Hay un segundo factor, el hecho de vivir en plena cultura del entretenimiento, que ha hecho que los grupos de alabanza corran el serio peligro de actuar y entretener, abandonando así su papel de facilitadores de la alabanza y convirtiéndose en protagonistas de la misma. Y todo esto mientras el resto de la congregación asiste al espectáculo de forma un tanto pasiva, cuando no desconcertada.

Resulta paradójico, pero en muchos sentidos hemos vuelto a la situación anterior a la Reforma Protestante del siglo XVI. Durante siglos, el pueblo congregado no cantaba ni interpretaba melodías. Todo lo hacían los “profesionales” (músicos y cantores). Fue la Reforma la que introdujo la participación de toda la comunidad en los cantos, que servían además para instruir a las personas, en su mayoría analfabetos, en un idioma que por fin podían entender. Ahora parece que la música vuelve a estar en manos de unos pocos, y el que pueda que se acople. Cada poco tiempo se cambia el repertorio y muchas personas ni siquiera tienen tiempo de aprenderse las letras. Antes cantaba toda la congregación; ahora cantan mucho unos pocos, pero muchos no cantan. En el mejor de los casos, balbucean. Y yo me pregunto: ¿es esto de verdad lo que queremos? Una adoración cristiana y bíblica digna de ese nombre es la que tiene lugar en el seno de la congregación de creyentes, no en el escenario.

Por lo general, los himnos evangélicos o protestantes tradicionales se centran fundamentalmente en Dios y hablan de sus atributos. Reconocen la soberanía del Señor, son didácticos y apelan esencialmente al entendimiento como base para la acción. Algunos enseñan doctrinas fundamentales de las Escrituras; otros sirven para confesar nuestros pecados y suplicar el perdón divino. También los hay evangelísticos, de comunión, de confianza o de consagración.

Por su parte, muchos coros actuales tienden a centrarse más en nosotros, en nuestros sentimientos y necesidades subjetivas. Algunos son inanes y en realidad no dicen nada relevante o se limitan a repetir machaconamente las mismas ideas. Por último, y esto es lo peor con diferencia, hay ciertas letras que resultan bíblica y teológicamente más que cuestionables.

Resulta imposible hacer aquí un análisis pormenorizado del asunto, pero cualquier lectura sosegada y crítica de los himnarios y libros de coros que podamos tener a mano nos puede servir para comprobar lo anteriormente expuesto. Siempre hay excepciones honrosas, por supuesto, pero la tendencia general está ahí para todo el que quiera verla y reflexionar.

En muchos casos los himnos cuentan con una calidad musical, poética, espiritual y teológica considerablemente superior a la de los coros contemporáneos que solemos cantar. ¿Quiere esto decir que hay que renunciar a cantar coros y sólo debemos cantar himnos? ¡De ninguna manera! Pero tampoco podemos permitirnos el lujo de perder ese maravilloso patrimonio y enorme riqueza que nos han legado generaciones anteriores de creyentes.

No hay nada malo en expresar nuestra emotividad humana a la hora de adorar a Dios (¡todo lo contrario!). Sin embargo, algo falla cuando se hace de nuestros sentimientos y emociones la base de la adoración, o cuando la adoración no sobrepasa el plano emocional y se traduce en cambios prácticos y reales en nuestra vida. La clave está en saber en qué consiste la adoración, y luego en utilizar los medios más apropiados para transmitirla y canalizarla de forma adecuada. La adoración debe involucrar nuestro cuerpo, mente y espíritu, pero nunca debe perseguir el agradarnos a nosotros mismos o hacer que nos lo pasemos bien, sino agradar a Dios y dar testimonio de él. Para ello se pueden hacer las cosas de maneras muy diversas, teniendo en cuenta la gran diversidad de culturas, razas, lenguas, edades y caracteres, pero siempre conservando y potenciando aquello que hemos recibido y que forma parte del patrimonio cristiano.

Sé que esto sonará extraño a muchos oídos, pero un culto en el que hay un preludio musical, donde se realiza una confesión comunitaria de pecado, se recita el Credo Apostólico, se hace una lectura bíblica antifonal, se ora el Padrenuestro, se canta el himno “Castillo fuerte es nuestro Dios”, se predica sobre la divinidad de Jesucristo y se finaliza con una doxología y un postludio puede tener tanto o más de adoración genuina y profunda que otro que comienza con un tiempo de alabanza compuesto íntegramente por coros, donde se ora espontáneamente, alguien da un testimonio de su experiencia cristiana y se predica sobre cómo vencer la depresión. Y viceversa, claro.

No es cuestión de tener que escoger entre un modelo u otro, o entre himnos y coros, sino de tomar lo mejor de ambos y ponerlo al servicio de la auténtica adoración a Dios: que le conozcamos más y que a través nuestro otras personas también lleguen a conocerle.

Rubén Gómez - Pastor, autor y traductor - España
 

 


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COMENTARIOS

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Natalia
03/02/2014
19:29 h
13
 
(5) Pol: Hola. Quisiera decirte que discrepo contigo en lo que has expuesto. Como muestra un botón: no somos hermanos. Católicos y cristianos bíblicos (de esos que leen la Biblia y la asumen entera como autoridad) no son hermanos. Lea usted su propia Biblia, y asevere que el caballero Jorge Mario no es más que un fanfarrón condenado por las Escrituras. Ni 'papa' ni 'Pope'. Falso profeta ante todo. Entonces, puede que entonces esté usted por primera vez cerca de empezar a aceptar a Dios tal y como es. Y quizá entonces... nos podremos llamar 'hermanos'. Lea Mateo 23, el extracto que dice: '»Pero no permitan que a ustedes se les llame “Rabí”, porque tienen un solo Maestro y todos ustedes son he
 
Respondiendo a Natalia

Esteban Soto. Protestantólogo.
02/02/2014
19:50 h
12
 
La alabanza es un acto espiritual personal y público por medio del cual exaltamos al autor y consumador de la fe objetiva, de la vida, la alegría, el perdón, la gracia inefable. La alabanza comunitaria no es ocasión para expresar la fe subjetiva, esa que mezclada con emociones siempre cambiantes, tiende a acreditar como verdadero algo que por naturaleza no requiere de esa estimación. Dios es quien es a pesar de nuestro sentimiento circunstancial. Por otro lado los líderes tienden a “contemporizar” con las nuevas propuestas con tal de contentar, retener a la juventud, lo que significa abrir la puerta de las iglesias a la práctica musical de discotecas, grupos heavy, rock satánico, criterios e
 
Respondiendo a Esteban Soto. Protestantólogo.

caren
29/01/2014
22:47 h
11
 
Pol LLaunas, el libro de Lucas, capítulo 22 versículos 17 al 20, dice : 17 Y habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros; 18 porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga. 19 Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. 20 De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama. Puedo decirte que Jesús no dijo 'este es mi cuerpo o esta es mi sangre', sino que dijo 'esto' y 'esta copa', refiriéndose a lo que estaba represent
 
Respondiendo a caren

rodriguez
28/11/2013
23:14 h
10
 
Tienes razón hermano echo de menos los himnos y temo que va a perderse podrían hermanos ente todos adaptarlos y cuidar de ellos entre todo forman parte de nosotros y de nuestros momentos
 
Respondiendo a rodriguez

Carlos César González Cruz.
22/11/2013
00:32 h
9
 
Antes, la música era parte del culto, ahora es un culto a la música. Los cantos den la iglesia ya no son para la gloria de Dios, ahora es un 'espectáculo' que se presta para protagonizar el ego. La música no es para sentirnos bien, no es para alejar nuestros males emocionales, la música es parte de la ofrenda que ofrece una congregación agradecida a Dios al rendirle culto a Dios. Bendiciones hnos.!
 
Respondiendo a Carlos César González Cruz.

Juan Sauce
22/11/2013
00:32 h
8
 
Magnífica reflexión. Dios no está tanto por los estilos de música como por las almas que le adoran en espíritu y verdad, sea cual sea su estilo; y la riqueza que tienen los himnos antiguos es increíble. Me alegra mucho cuando escucho algunas de esas antiguas canciones con ritmos renovados. Es una manera de que no se pierdan.
 
Respondiendo a Juan Sauce

angeles
22/11/2013
00:36 h
7
 
Me gusta mucho el artículo. Lamentablemente son menos las iglesias que aún conservan lo coros. Es muy claro el análisis de cómo se ha insertado la cultura del entretenimiento en la vida cristiana de la iglesia. Y es una pena. Además recurren a vanas repeticiones, se pasan ahi más de media hora con un estribillo y la congregación pierde la atención, porque es muy cansado. Ojalá hubiera un equilibrio. Pero hoy día 'los himnos ya no venden' y desgraciadamente también las iglesias masivas son un gran negocio.
 
Respondiendo a angeles

Alfonso Chíncaro (Perú)
20/11/2013
00:03 h
6
 
Buen artículo. Decir 'El punto de partida de la adoración es el conocimiento de Dios' es acertado. No viví la época de los himnos, aunque sí canté coritos. Cuando llegó la renovación de la alabanza, estuvieron a cargo de ella, en nuestra congregación, personas preparadas y serias, que se centraron en Dios e hicieron muy buena música. La mayoría tendía a imitar las grabaciones que daban protagonismo al solista; entre nosotros, la directora de música le puso énfasis al coro. Crecimos con la noción de que los músicos debían ser facilitadores (o catalizadores, algo así) de la alabanza del pueblo.
 
Respondiendo a Alfonso Chíncaro (Perú)

Pol Llaunas
20/11/2013
00:03 h
5
 
Adorar es contemplar: 'Contemplaron al que traspasaron' y, como decía Juan lleno de Espíritu: '¡mirad al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!' --- Para eso, Jesús debería ser visible. Y Él dijo: 'mirad que estoy con vosotros hasta el fin del mundo'. ¿Visible? Sí: en la Eucaristía católica. En el verdadero culto se come su cuerpo y se bebe su sangre (Juan 6). Si no, el 'culto' es solo cantar canciones... y como dice el articulista, ahora ya ni eso, porque son difíciles o desconocidas. Cualquier misa católica es más activa: levantarse, arrodillarse, campanas, olor de incienso y velas, caminar al altar, 'gustad y ved' el vino y el pan, darse la mano... tacto, visión, olfato, sabor...¡
 
Respondiendo a Pol Llaunas

Daniel Hofkamp
20/11/2013
00:03 h
4
 
Diferenciar entre 'coros' e 'himnos' para mí no tiene sentido, prefiero hablar de canciones. Creo que es importante fomentar una adoración adecuada teológicamente y que involucre a toda la congregación, pero es cuestión de voluntad y creatividad el hacerlo bien, sea con canciones nuevas o antiguas, sin olvidar que el 'cántico nuevo' es bíblico y nos anima a renovar también las formas en las que nos expresamos.
 
Respondiendo a Daniel Hofkamp

Lic. Jorge A. Soncini
18/11/2013
10:38 h
3
 
Coincido con vos en la mayorìa de lo expuesto. La pèrdida de la identidadhistòrica de los himnos hace que muchos jòvenes no puedan disfrutar la riqueza espiritual y teològica de los mismos. Una filosofìa pos moderna permea hoy las canciones que nos llegan y la falta de creatividad en la presente generaciòn es tambièn resultante de los tiempos que correm.
 
Respondiendo a Lic. Jorge A. Soncini

MONICA GARCIA
17/11/2013
23:54 h
2
 
Si tengo que ser honesta,y debo serlo,tengo en la cabecera de mi cama el viejo himnario que herede de mi abuelita. Muchas noches cuando en la intimidad de mi cuarto,asolas con Dios,leo su palabra y busco su presencia,acudo a ese viejo himnario que tiene 497 himnos de los cuales,a lo sumo,sabre cantar 10 o 12. Para mi es una verdadera lastima. Entonces me pongo a leer las letras de esos himnos y son verdadera poesia,olor fragente que se eleva. Llamame antigua si quieres,no me importa. Esas letras me dan vida,me hacen empequeñecer por que su mensaje me traspasa,como la palabra de Dios que es viva y es eficaz. UNA PENA QUE NO SE CANTEN MAS AMENUDO.
 
Respondiendo a MONICA GARCIA

jrmm
17/11/2013
08:24 h
1
 
bien, bien
 



 
 
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