“Fue un industrial. Un economista. Un médico humanitario. Un pionero de los medios. Un educador. Un reformador moral. Un botánico. Y un misionero cristiano. E hizo más por la transformación del subcontinente Indio en el siglo XIX que cualquier otro antes o después”.
Con estas palabras Vishal Mangalwadi introduce su breve pero cautivante obra sobre la vida de William Carey, “
El legado de William Carey” (Crossway, 1993), considerado una contribución única a la riqueza literaria existente sobre la vida de este hombre. Aunque su influencia primordial fue vista en la propagación del evangelio en muchas partes del continente Indio, no fue ni por poco su única influencia.
La historia de Carey demuestra cómo Dios puede usar la vida de un hombre para alterar el rostro y el carácter de un continente entero.
Es la historia de un joven con escasa educación formal, proveniente de una pequeña ciudad, que habla un dialecto del inglés, que había perdido casi todo su cabello por una enfermedad infantil. Aún así pudo descubrir su propósito en tierras lejanas… donde fue constantemente acosado por funcionarios coloniales, abandonado por los líderes de la Misión que le enviaron a la India, incomprendido y con la oposición de los misioneros más jóvenes enviados para ayudarle, sacudido por los contratiempos políticos de los colonialistas ingleses… Y aún así, sin proponérselo, se convirtió en la persona más influyente del Imperio Británico en la zona.
Mangalwadi introduce facetas del ministerio de Carey que son casi desconocidas para los lectores modernos. Por ejemplo,
su interés en la botánica lo llevó a traducir y publicar obras señeras sobre ciencia y horticultura. Introdujo la margarita inglesa en la India y descubrió una variedad única de eucaliptos,
Careya herbacea, nombrada así en su honor.
Introdujo la máquina de vapor en la India y fue uno de los
primeros fabricantes de papel local para sus imprentas. Su
campaña y esfuerzos para que se terminara con las prácticas usurarias, comunes en su día, devinieron en una proliferación de casas bancarias.
Construyó una imprenta y estableció editoriales que pervivieron luego de su muerte.
Formuló y publicó el primer diccionario de Sánscrito.
Contribuyó a la que la lengua nacional, el bengalí, fuera un lengua respetable y de vuelo literario.
Comenzó escuelas y proyectó una revolución educacional ofreciendo
educación para ambos sexos y todas las castas en las que se dividía la sociedad india. Fue instrumento de Dios para
poner fin a prácticas culturales de
infanticidio, matrimonio de niños, y el “sati” (quemar a la viuda y todas las pertenencias de un hombre muerto), insistió en el
tratamiento humanitario de leprosos rechazados, quemados o enterrados vivos por costumbres supersticiosas.
Carey no fue a la India para reformarla. Su ambición fue hacer accesible el evangelio al hombre y la mujer comunes.
Dedicó mucho tiempo de su ministerio a traducir la Biblia a cuarenta dialectos. El impacto cultural de Carey está unido a su compromiso a predicar el evangelio. Su indignación moral contra los pecados de la cultura india, combinados con su pasión de predicar a Cristo como único remedio para poner fin a tales pecados, tuvo un potente impacto sobre toda la cultura.
La influencia de su vida y ministerio no tuvo un bajo costo. Y
el precio no se limitó solamente a problemas de salud personal o tragedias familiares. Sufrió contratiempos devastadores cuando gran parte de su obra de traducción, incluido el primer borrador del diccionario sánscrito, los manuscritos originales, y diez de sus traducciones bíblicas, se quemaron en un voraz incendio. Tomó estos reveses como una forma que Dios tenía de reclamar la gloria que quizá había sido enfocada solo en Carey:
“Se consumieron en una tarde los trabajos de años. Cuán insondables son los caminos de Dios. Recientemente produje cosas de la máxima perfección de la que fui capaz, y contemplé mi obra misionera, tal vez con mucha satisfacción. El Señor me puso en el suelo, para que pueda mirarlo en forma más simple”.
Carey enfrentó una prueba aún más grande en los últimos años de su ministerio, cuando algunos jóvenes misioneros que venían ayudar se pelearon con los más veteranos. Más doloroso fueron las acusaciones. Aunque eran infundadas, repercutieron en Inglaterra:
“No recuerdo nada que me haya dado tanto dolor en mi vida entera como este cisma. Muchas noches insomnes he estado examinando qué hemos hecho para darles ocasión, pero no pude descubrir nada que tuviera que arreglar. La Misión está partida en dos, y exhibe la escandalosa apariencia de un cuerpo dividido contra sí mismo”.
A pesar de todo, Carey nunca cejó en su empeño de ver convertidos a los paganos. Su creencia de que todas las enfermedades que azotaban a la India estaban enraizadas en una rebelión moral, le dio ímpetu a su pasión de predicar la verdad, asentada sobre la fe y demostrada por el arrepentimiento. Era la única esperanza de aquellos cautivos en la oscuridad del pecado.
El libro de Mangawaldi no es una biografía completa de la vida de Carey. Pero es una de las más provocativas que he leído en los últimos años. Me llevó nuevamente a la vida de Carey con un renovado interés en predicar el evangelio que conquistó y transformó a una cultura oprimida por el pecado.
José Nuñez Diéguez – Pastor y Dr. En Historia – Argentina
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