Releo la frase “
toma tu cruz y sígueme”, y reflexiono.
Me llaman mucho la atención las procesiones interminables de curiosos, aficionados, historiadores o simples turistas que se acercan a importantes e históricos lugares o monumentos que conmemoran o significan poco o mucho para una nación o cosmogonía en particular.
La figura del
turista es muy interesante. Permítanseme algunas líneas al respecto. Unas veces acompañado, otras muy en solitario, el turista con cámara y alguna que otra guía en sus manos sondea los más interesantes y llamativos lugares del mundo. Sin correr riesgos ni adquirir compromisos, paga por ver y salir de ciertos espacios. Su curiosidad, emotividad y sed de conocimiento lo lleva por los más recónditos intersticios de las grandes urbes, buscando esos anhelados portales a la historia y el pasado.
Mis queridos amigos, hago estos comentarios, pues es precisamente aquello, en que se está convirtiendo el evangelio para muchos. Más terrible aún, aquello en que algunos están convirtiendo la iglesia y, peor aún, a Cristo. Muchos cristianos -evangélicos, pentecostales- podrían perfectamente ser definidos como unos verdaderos turistas del calvario.
En el evangelio de hoy, nuestra Latinoamérica es una expectante del acelerado crecimiento de las iglesias evangélicas, e ilustra el interesante y a la vez sospechoso acercamiento que los fieles tienen frente a los compromisos y desafíos que Cristo postuló en sus ya conocidas parábolas. Sus sermones, enseñanzas y demás retumban en mis oídos, en especial aquella gran frase, que se ha constituido en estandarte de la fe cristiana: “
Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.
Es un impresionante llamado que hace el Hijo de Dios, un desafío que a esta sociedad, y más al llamado pueblo de Dios, poco le interesa cumplir. Debería ser una imagen diferente a la del turista, el cual se acerca sin correr riesgos, a tomarle efusivamente una foto al madero, a las piedras y a aquel lugar que se constituye en el momento culmen del sacrificio de Cristo. Porque eso significa el Calvario: un lugar de negación total de los deseos personales que, rendidos ante Dios, permiten seguir sus ideas, su ruta.
El
turista del Calvario es un tipo de cristiano que cada vez más se agolpa en las inmensas iglesias de nuestra Latinoamérica especialmente. Hemos reemplazado el Calvario, lugar simbólico de la renuncia y el sacrificio en nuestra fe, por un confortable sofá, donde entre tertulia, café y alguno que otro cántico satisfacemos nuestras necesidades espirituales. Es precisamente una religiosidad, la evangélica, que actualmente carece del sacrificio que le impone el Calvario, ese patíbulo que convoca hacia la entrega, la renuncia del yo y estar alineados con las demandas del Hijo de Dios.
Sólo unos pocos locos y revolucionarios se atreven a hablar en nombre de la justicia y la verdad del cielo, instituyendo y siendo partícipes verdaderamente de las marcas de Cristo. Obviamente, expatriados y exiliados en sus pequeños lugares, excluidos de las majestuosas tribunas del mundo evangélico actual, levantan una voz de protesta y reprensión que sólo unos cuantos que comparten sus locuras se atreven a seguir.
Debo decir que ciertamente es muy atractiva la vida del turista. Es menos engorrosa. Requiere un precio que está al alcance de todos. El confort es precisamente su atractivo. Se conforma con la imagen alegórica del Cordero de Dios antes que salir a defender el nombre aguerrido del León de Judá. El placer y el hedonismo son precisamente aquello que persigue el turista del Calvario, distinto a morir sobre la cruz, y seguir al Hijo de Dios.
Raúl Lesmes Caro – Antropólogo – Urabá (Colombia)
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