Parménides, en su poema titulado
Acerca de la naturaleza, testifica que a los dioses les es dado tener concepciones del mundo que a los hombres no; por ello a nosotros solamente nos toca seguir apariencias, conformarnos con las “mortales opiniones” que podemos alcanzar. No hay que olvidar que a partir de esta idea se erigió el
mito de la caverna: un hato de hombres destinados fatalmente a mirar sólo la sombra de las cosas, un abaratado reflejo del mundo ideal al que sólo pocos acceden. Esos pocos suelen ser despreciados, concluiría Platón, recordando a Sócrates.
Muchos siglos más tarde, Magritte diría, en una serie de cuadros titulada
La condición humana (1935), que es el artista el que, superando el pasillo y la hoguera, logra ver al mundo tal cual es y, no sólo eso, sino que en un gesto de sumo optimismo, asume que logra transmitir el mundo, por medio de su obra, en su verdadera esencia.
Menciono esto porque, desde los griegos hasta la
Matrix de los hermanos Wachowski, ha sido normal pensar que la gran mayoría de los hombres viven conformados al mundo que ven, un mundo falso, incompleto y vano. El apóstol Pablo, quien más que conocer las ideas griegas conocía la naturaleza humana, aconseja a los creyentes en Roma lo siguiente:
“No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Rom. 12.2).
Aquí Pablo previene al cristiano de un riesgo que sigue siendo real en el caótico siglo XXI: conformarse, modelarse según el mundo, amoldarse a él.Es necesario recordar de nuevo que las cartas paulinas fueron siempre dirigidas a grupos de conversos, por lo que las tremendas y terribles advertencias sobre la hechicería, el robo, la idolatría fueron escritas también a nosotros, que hemos creído.
Es claro que hemos asumido en muchas ocasiones actitudes, formas, lenguajes, ideas que son del mundo, tan sutilmente que no hemos querido notarlo.
Pongo como ejemplo la creciente industria musical cristiana en México y parte de América Latina (ignoro si ocurre lo mismo en otras latitudes). Omitiendo la influencia excesiva y las pautas que imitamos reverencialmente de los países de lengua inglesa, hemos visto en los últimos tiempos una diversificación genérica que todavía escandaliza a los mayores: cumbia, reggaetón, duranguense, ranchero, heavy metal, todos los géneros han sido reelaborados en el ámbito cristiano, como antaño lo fue el
Moscóforo griego dentro de las catacumbas; aunque todavía no del todo, en el contexto eclesiástico aún monopolizado por el pop, la balada y, cada vez con menor fuerza, el himno. Hay ya conciertos de esta música urbana donde se pueden ver hombres y mujeres bailando de la misma manera que en un concierto mundano. “
Pero la diferencia son las letras”, se arguye.
Funky y Redimi2 son grupos reggaetoneros que “
buscan transmitir el mensaje de salvación a un público que difícilmente se acercaría al evangelio por otros medios”. Algunas de sus canciones cuentan las vidas tristes, superficiales y vacías de las personas sin Cristo como en “
Ella quiere que la miren” donde, en la última estrofa se canta: “
Le digo que hay un Hombre que la ama / Que cada noche la ve llorando en su cama / El que siempre la ha tratado como una dama / Que no le importa su pasado y nunca le reclama”. Este anónimo “Hombre” (sustituido a veces por “alguien” o el personal pero no menos indefinido “tú”) se ha vuelto recurrente en la música cristiana; el nombre de Cristo e incluso el nombre de Dios ha desaparecido por motivos mercadotécnicos, de alcance. No obstante, con todas estas multiformes manifestaciones, estamos nuevamente ante el viejo fenómeno de la inculturación del evangelio.
En la Biblia el caso más cercano a un proceso de inculturación que atestiguamos es en el libro de los Hechos 17.15-34, en la visita de Pablo al Areópago. Respecto a la música cristiana, en su afán de alcanzar un público más vasto y de transmitir un mensaje positivo, es precisamente el género la categoría que permite establecer un diálogo entre los artistas y los oyentes.
La pregunta sigue siendo:
¿es el Evangelio transmitido con la eficacia requerida para que el público pueda recibirlo? ¿O es que la forma supera el contenido y sólo el público capta el ritmo, el que va al cuerpo, a la carne, mas no al espíritu? El solo hecho de que la duda exista es síntoma negativo. Pablo también recuerda a los romanos que el Evangelio es
“poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (1.16), razón por la que no debemos avergonzarnos de él sino anunciarlo, sin disfraz ni máscara.
Si hablamos de música para entretenimiento, para goce individual del creyente, el problema pierde relevancia; sin embargo, si la meta de un grupo, de un artista, de una obra sea literaria, musical, pictórica o escultórica, es anunciar el evangelio, no debemos dejar lugar a la ambigüedad ni a la duda, que cunde tanto en el mundo. Y quien confunde a los pequeños o estorba el acceso a Dios, es anatema. La gente sigue requiriendo un mensaje directo, eficaz, que penetre “
hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos” (Heb 4.12). Eso hace la Palabra de Dios, el Evangelio. Hoy pervive en nosotros el miedo al rechazo y nos excusamos diciendo que no hay que echarles perlas a los cerdos, asumiendo equivocadamente que casi todos afuera son cerdos.
Reconozco que el problema en el medio artístico es muy complejo y que apenas lo he rozado; reconozco también que urge una reflexión bíblica y mayor orientación pastoral sobre el mismo. El arte es un camino con muchas puertas, casi todas equivocadas.
El cristianismo se está conformando al mundo, las letras de canciones son sólo una parte del problema, las actitudes tolerantes hacia la homosexualidad, el abuso del alcohol, la unión libre; teologías como la de la prosperidad, son otras caras de esta adaptación que nos afecta como pueblo de Dios. Tristemente esto está provocando generaciones de “cristianos” débiles, que son ya como el tamo que arrebata el viento. Al final, Jesucristo “
limpiará su era y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará”. (Mt. 3.12).
Valoremos en qué medida nuestra personalidad, nuestras actitudes y nuestras acciones como creyentes y como iglesia local están conformadas al mundo y apartémonos de ellas. En Romanos 12.2 Dios pide que consagremos nuestra mente y que nos esforcemos con todo nuestro corazón en examinarlo todo, hasta descubrir su voluntad buena, agradable y perfecta.
Samuel Lagunas Cerda - Lic. Lengua y Literatura Hispánicas – México
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