Al contrario, el amor debe hacernos decir siempre la verdad, para que en todo lo que hagamos nos parezcamos cada vez más a Cristo, quien gobierna sobre la iglesia. (Ef 4:15 ,TLA)
Hoy en día estamos viendo a una nueva generación de jóvenes levantarse y decir: ¡YA BASTA! Están cansados de quienes les dicen cómo ser mejores personas, pero que ellos mismos no lo son, de personas que no practican lo que predican, de personas que no entienden el verdadero concepto de discípulo de Jesús. Los jóvenes están deseosos de ver a personas que imiten a Jesús, de personas que decidan arriesgarse a ser como Jesús.
Cuando vemos que el hijo se asemeja tanto en personalidad como en carácter al padre, decimos: “De tal palo, tal astilla”. En realidad, en la fe cristiana, el Padre quiere que nosotros seamos en todo como su Hijo Jesús:
“Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Ef 1:4,5 RV60). Solamente Dios tiene una respuesta para la salvación del ser humano: adoptarnos como sus hijos y ¡hacernos como su Hijo Jesús!
Pero esto no ocurre automáticamente en el ser humano y, por eso, necesitamos arrepentirnos de nuestros pecados, alcanzar el perdón de Dios, y nacer de nuevo
(Jn 3:3) y, como bebés espirituales, crecer
“hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef 4:13 RV60). ¡Parecernos a Cristo no es una opción! ¡Si nacimos de nuevo es necesario que esa transformación se vea en nosotros!
“El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn 2:6).
Pues bien, ser como Jesús es un riesgo. Él mismo lo dijo:
“Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc 9:23 RV60). El Señor Jesús nos exige un amor supremo y una lealtad a toda prueba. El “tome su cruz cada día” suena muy suave hoy porque la cruz, para muchos de sus seguidores, ha venido a ser parte del vestuario, un adorno y nada más, o simplemente un símbolo al cual algunos adoran. Pero en los días de Jesús la cruz era símbolo de vergüenza y muerte, así que ese cristianismo ligero, como una dieta alimenticia que hoy en día se vive, ¡no aparece en el Nuevo Testamento!
Jesús fue muy claro con sus discípulos. Una y otra vez él les dijo:
“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn 16:33 RV60). El cristiano solamente encuentra paz a medida que crece, y en ese tránsito es probada su verdadera afiliación espiritual a través del sufrimiento, por la verdad, por las aflicciones, los problemas, las tentaciones, sus luchas, sus lágrimas, y aun, el martirio; pero sigue firme confiando en las promesas del Señor Jesús, no mirándose a sí mismo. Se parece a Jesús en todo: ama como Él nos amó; perdona como él perdonó; y esa similitud nos libra de llevar un cuaderno con las fallas de los demás y con lo que le han hecho para justificarse a sí mismo; no apela a la autoconmiseración que lo hunde en depresión, sino que pone toda su confianza en el Señor y Salvador Jesús durante toda su vida en esta tierra;
el verdadero discípulo de Jesús sabe que su crecimiento hacia la madurez en Cristo no es una emoción pasajera, sino una decisión hecha con todas las fuerzas del espíritu, del alma y del cuerpo.
Permítame decirle que cuando leo la vida del apóstol Pablo -quizás el héroe más importante del Cristianismo después de la de Jesús-, me impacta. Antes de nacer de nuevo, lo vemos perseguir hasta la muerte a la Iglesia y consentir en la muerte de los primeros mártires de la fe cristiana; luego, su conversión en el camino a Damasco; vemos su humillación, el hombre religioso judío, doctor y observador de la ley, el orgulloso Saulo de Tarso, tiene que aprender el discipulado inicial de manos de un hermano desconocido llamado Ananías; después depende para su desarrollo del hombre de Dios, Bernabé; de repente, se destaca en medio de todos los apóstoles; hoy conocemos el verdadero Plan de Dios para el ser humano, y gracias a que el Espíritu Santo usó a Pablo para decírnoslo de manera que todos lo podamos entender.
Pablo sufre en todo su trayecto hasta la madurez en Cristo de muchas maneras. Sin embargo, él no se amilana, no culpa a otros, no se deprime; ni las más oscuras cárceles de Imperio Romano lo silencian. Uno no puede ver lo que Dios hace con ese ser humano tan especial llamado Pablo de Tarso y seguir viviendo en la mediocridad espiritual. ¿Cuál fue la marca distintiva de aquellos hombres y mujeres del primer siglo de la Cristiandad, que los diferencia de nosotros?
Ellos consideraron la fe cristiana no como una religión llena de ritos vacíos en los que uno considera a ver qué pueden hacer esas prácticas por nosotros sino que, sencillamente, aquellos primeros discípulos de Jesús corrieron el riesgo de parecerse a él, de tal manera que pudieron decir:
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál 2:20 RV60). En otras palabras:
¡Arriésgate a ser como Jesús!
José Antonio Hurtado Hidalgo – Abogado - España
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