En estos últimos días aplausos, por un lado, y gritos escandalizados, por el otro, se elevan al cielo tras hacerse pública la última reforma llevada a cabo por el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón. Esta última reforma está basada en la supresión de la malformación del feto como causa de aborto.
Lógicamente, los poderes opositores han elevado su indignación hasta lo más alto alegando la falta de constitucionalidad y el supuesto atraso social que esta medida representa. Por su parte, el ministro Gallardón se ha dedicado a afirmar que toma esta decisión conforme a lo acordado en la doctrina del Tribunal Constitucional, además de convenios internacionales corroborados por España, sobre todo los relativos a las personas discapacitadas.
Supongo que la disputa estará servida a lo largo de estos dos meses que queden para que, finalmente, se presente de forma oficial dicha reforma. Y esta pugna se debatirá en medio de toda esta amalgama de ideales y pensamientos que luchan por escalar más arriba que el de al lado.
Pensando en este hecho me ha llamado la atención otro aspecto en sí. ¿Cómo habíamos podido permitir que una irregularidad física o psíquica en el feto fuese motivo de aborto? ¿Acaso las personas que nacen con una enfermedad, del tipo que sea, que les imposibilita según qué cosas, no tienen derecho a formar parte de esta sociedad? Francamente me cuesta aceptar tal idea. Y, además, la concibo como una de las mayores ideas discriminatorias, por no decir la que más, que he podido observar en toda mi vida. Parece que en este mundo no haya sitio para los enfermos psíquicos o los discapacitados físicos.
La idea que la antigua ley me transmite es esa. Queremos una sociedad completamente perfecta. Queremos mujeres y hombres derechos y bien plantados. No aceptamos cualquier cromosoma fallido. Pues, sinceramente, esta sí que me parece una ideología ancestral: el fruto de todos aquellos siglos durante los cuales estas irregularidades en las personas se veían como una posesión satánica o un error de la naturaleza; como una burda hechicería. Pensamientos de las edades Antigua y Media en adelante… hasta nuestros días, como bien queda demostrado. ¡Qué tristeza me acarrea el hecho de saber que estas ideas han tenido tantos herederos!
Si a esto le sumamos el aumento de usos y objetivos equívocos de la manipulación genética, o ingeniería genética como se la suele esconder, a través de la cual podemos controlar el ADN y transferirlo de unos organismos a otros (hecho que permite crear nuevas especies y corregir todo tipo de defectos genéticos), podemos llegar a la conclusión de que estamos regresando a los días de la Alemania nazi, donde tan sólo se quería una única raza, pura y sin defectos, y donde las personas con cualquier tipo de discapacidad no eran consideradas personas, sino objetos de laboratorio con los que se podía experimentar sin ningún tipo de límites.
Tengo fe. Y de la misma manera que creo en un Dios justo y capaz de todo, que no excluye a nadie de su eterna promesa y que espera a todos con paciencia, tengo fe y creo en la necesidad de esas personas en nuestra sociedad. En la dependencia de su papel para la construcción de una pirámide social equilibrada y elocuente, de la que todos formamos parte.
Con la más completa humildad, creo que la revisión de los motivos de aborto es necesaria y correcta. Y de la misma manera que se ha estudiado e investigado lo correcto o no que era este motivo, deberían estudiarse e investigarse el resto. Recordemos que todos, de una forma u otra, más o menos visible, más o menos apreciable, todos, absolutamente todos, tenemos defectos y discapacidades que nos impiden muchas cosas.
Jonatán Soriano Altamirano - Estudiante de Periodismo - Tarragona (España)
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