Este fervor de las masas es normal en nuestro país dominado por la desmesurada pasión del balón, pero ¿qué hay de nosotros los cristianos evangélicos? ¿Cómo reaccionamos ante semejante influencia que ejercen los ídolos deportivos y los medios en nuestra visión de la vida? Aunque no es pecado que nos guste el futbol y disfrutemos viendo algunos partidos, podemos caer en la trampa de la sutil idolatría haciendo de Mou y Pep (válido también para C. Ronaldo o Messi y demás estrellas) unos seres dignos de admiración por su liderazgo lleno de arrolladora personalidad y sus estrategias en el juego que les han llevado a ganar casi todo.
Con el campeonato del mundo logrado por la selección española, los medios han resaltado continuamente la importante de ser un equipo, se habló mucho de la humildad de Del Bosque, de la sencillez de Iniesta, y del compromiso de Casillas con el tercer mundo. Hasta algunos líderes evangélicos han usado lo que dice la prensa sobre “la roja” para confeccionar sermones que apelen a los creyentes a la unidad y a la superación.
Reconocemos que ambos entrenadores y resto de figuras del balón están hechos a imagen y semejanza de Dios, y que todos tienen ciertos talentos, bondad y valores positivos; pero es un error confiar en ellos y exagerar sus logros. Sin ánimo de ser extremista, quisiera recordar en su contexto las palabras de la Biblia que dicen que maldito el hombre que confía en el hombre… pero bendito el hombre que confía en Dios, y cuya confianza es Dios (Jer 17:5-7).
Seamos realistas, todos ellos son deportistas con pies de barro, no santificados todavía por la gracia de Dios. El liderazgo de Mou y Pep dista mucho de ser un referente a la gente como lo fue el de Cristo. Mourinho señaló al periódico Marca, que su libro preferido era la Biblia, lástima que no aproveche sus enseñanzas para ir enmendando su fuerte carácter. Que decir de las contradicciones de Guardiola, que declaro por activa y por pasiva que no opinaba de los árbitros y poco después los atacó duramente hasta el punto de que las autoridades deportivas le han tenido que sancionar con una fuerte multa económica. La reconocida humildad del llamado maestro Del Bosque no es comparable con la mansedumbre del verdadero maestro Jesús. La sencillez de Iniesta no llega a superar a la de los primeros cristianos que comían juntos con alegría y sencillez de corazón. Las buenas obras de Casillas no nos pueden conmover más el corazón que la obra de miles de cristianos que predican y encarnan el amor del Señor hasta lo último de la tierra.
No, no escribo estas líneas para que los cristianos crezcamos en autoestima y nos creamos superiores a estos famosos deportistas, ya que somos pecadores igual que ellos, y también, decir de paso, mucho menos valorados que ellos. Las escribo para que el pueblo de Dios, si busca gente que admirar, no lo haga tanto entre los famosos que ensalza la prensa, sino entre sus hermanos que están en las iglesias. Hermanos que son unos valientes porque toman la cruz cada día, niegan su carne, sufren conflictos espirituales, aman a sus enemigos, e incluso mueren por la causa más noble que existe en la tierra: Cristo y su evangelio.
Me gustaron las palabras de Thierry Henry, ex jugador del Barcelona cuando comento en una entrevista que no entendía por qué le admiraban tanto a él cuando no era ningún héroe, los héroes- decía él- son los que están por todo el mundo ayudando y dando la vida por los demás.
Como cristianos reflexionemos por si estamos señalando como modelos y referencia a estos ídolos humanos de barro, que hoy son héroes populares y mañana tal vez villanos; hoy adorados y mañana posiblemente vilipendiados. Vigilemos si estamos dando en nuestra vida un lugar indebido a las megaestrellas del deporte, la música, el arte, el cine y demás profesiones poniéndolos a veces por encima del honor que Jesucristo y los creyentes merecen.
Recordemos que estos ídolos no van a sanar nuestras heridas emocionales, ni nos van a visitar cuando caigamos enfermos, ni nos van a amar como Cristo nos ama, ni pueden salvar nuestras almas. No olvidemos también que los verdaderos héroes no están tanto en la TV, sino en los bancos de nuestras iglesias, o evangelizando en los barrios, o en las escuelas dominicales formando a nuestros hijos, o de misioneros en los países del tercer mundo, o perseguidos y encarcelados, o sirviendo en ONGs, o…
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