Quizás su efusividad se deba a que se cansó y yo todavía estoy lejos (aunque, a decir verdad, ni tan lejos) de llegar al punto al que llegó él.
El que quiera saber hacia dónde me dirijo con este artículo, va a tener que seguir leyendo. Quizás al final, si es que llega al final (porque con mucha frecuencia comenzamos a leer algo que no logra mantener nuestro interés y lo abandonamos cuando vamos por la línea 17, la 24 ó la 36) diga: Tienen razón Chuy y el escribidor; o quizás diga pobrecitos estos dos que no saben entender dónde está la verdadera bendición.
Poco después de haber recibido en mi buzón electrónico el correo de Chuy que me ha inspirado para escribir lo que usted está empezando a leer (me pregunto si sus padres lo bautizarían con ese nombre, Chuy, o él lo adoptó en la época cuando nadaba feliz por las aguas que ahora amenazan con ahogarlo. En realidad no importa mucho, pero de todos modos lo menciono por aquello de las modas. (En su correo, este buen Chuy se muestra hastiado de ciertas modas.) Y porque, si está renunciando a todo lo que lo cautivó en el pasado y ha decidido volver a la senda antigua, debería también agarrar su Chuy, darle cristiana sepultura y volver a usar el nombre que le dieron sus padres cuando vino a este mundo aunque le hubiesen puesto Casimiro o Candelario.
Aquí en los Estados Unidos, cualquiera se cambia de nombre para «parecer gringo». Los Francisco terminan siendo Frank; los Manuel, Manny; los Pedro, Peter; los Alberto, Al; los Fernando, Nando; los Eugenio, Eugenio (estos, por lo menos a uno que conozco, no le dio por transformarse en Gene, pron. Yin). En Costa Rica circula un chiste un poco… raro… que viene bien al caso. Allí, en la jerga popular, a los homosexuales se les conoce como playos. Playo es una forma despectiva de referirse a este tipo de gente. Pues, había un homosexual a quien todos conocían como «Francisco, el playo». Un día decidió irse a vivir a Francia. Después de estar unos días allá, le escribió todo emocionado a un amigo para decirle que las cosas por Paris no podían ir mejor. Figúrate, le dijo, que en Costa Rica yo era «Francisco, el playo», y aquí en Paris, ahora soy «¡Francois le sensualité!» ¡Qué tal! Cada uno asciende en la escala de valores como puede.
Pues estaba diciendo que poco después de que me llegara el correo de Chuy, recibí otro que, aunque con un enfoque diferente, se mueve en la misma onda del de Chuy. Este se titula «Mecanismos de manipulación en las iglesias» y trae la firma de su autor, mi querido amigo el teólogo Juan Stam. Veremos si podemos hacer referencia a ambos documentos; si no, lo dejaremos para otra ocasión.
Para asegurarnos de que este Chuy Olivares realmente existe, fuimos a la Internet y ahí lo encontramos. Y ahí encontramos también el documento al que estamos haciendo referencia hoy. Pero también encontramos un vídeo en el que se ve a alguien predicando –como un moderno Juan Bautista- en la entrada del templo donde Joel Osteen y Marcos Witt pastorean una iglesia multitudinaria.
Y, como Juan el Bautista, llama a los cientos y miles que van entrando al santuario, a que se arrepientan. No sé por qué, pero ver ese vídeo y a ese hombre hablando de Jesús como el Camino, la Verdad y la Vida, me pareció entender que en ese lugar no se predica la verdadera Palabra. ¡Mal pensado que es uno!
«¡Me cansé!» dice Chuy. «Me cansé de escuchar “los mensajes” de aquellos que se enriquecen con el evangelio. De aquellos que venden sus revelaciones al mejor postor. De aquellos que solo saben pedir dinero. Me cansé de la televisión cristiana que vende milagros por 70 dólares al mes. “Pacte, pacte, pacte con Dios” dicen. “Siembre una semilla en mi ministerio y no olvide que mientras más jugosa sea la semilla, más jugosa será la bendición (esto último lo he añadido yo). Eso es volver al oscurantismo de la Edad Media donde por cada chelín que se depositaba en el arca se recibían las bendiciones de Dios. Me cansé de oír a predicadores decir: “Invoco la prosperidad en tu vida”, “Decreto una vida de éxito para ti”,”Desato las riquezas para ti”. Me cansé de que los pastores les pongan bozal a las ovejas y que les digan “No toquéis al ungido de Jehová” en lugar de decir, como Pablo:
“Todo lo que oísteis y visteis y aprendisteis de mí, esto haced, y el Dios de paz estará con vosotros”. Me cansé de los superungidos que buscan crear ambientes espirituales con gritos y manifestaciones emocionales. No hay nada más desolador que un culto carismático con excelente sonido y luces multicolores y humo que pretende ser “la nube de la gloria de Dios” pero sin vitalidad espiritual porque el ruido, los gritos y el desorden, las luces y el humo no son espiritualidad. Me cansé de los hambrientos de poder, de reconocimiento y de poder político. El liderazgo está enfermo de apostolitis aguda. Me cansé de los que presumen ser “doctores” en teología con su título que consiguieron por 1,500 dólares en la Internet. No soporto escuchar que otro más (sic) se autoproclamó profeta y apóstol. He decidido no participar más en el cristianismo que fabrica becerros de oro y vacas sagradas. No me pelearé por los primeros lugares en los eventos más renombrados que organizan las mega iglesias. Renuncio a querer adornar mi nombre con títulos de cualquier especie. No deseo ganar aplausos de auditorios famosos. Buscaré la convivencia de cristianos y de pastores que no tengan espíritu de plataforma».
Lo siento por el amigo Chuy porque si es cierto lo que dice y realmente está renunciando a toda la parafernalia que tanto éxito produce a los gurús y sus comparsas que, como el perrillo de la mujer cirofenicia, comen de lo que cae de la mesa de su señor, se ha practicado el más radical de los harakiris.
Porque a partir de esta decisión que habrá tomado, no pasará de ser un siervo inútil, que apenas hace lo que tiene que hacer (
Lucas 17:10).
Cuando el Espíritu Santo está presente en una predicación se nota, porque Él hace lo que los gritos y los pataleos no pueden. El Espíritu Santo se derrama, es contagioso; las vidas son tocadas más allá de las emociones. Entonces no es necesario que el predicador dé órdenes a la congregación para que los presentes digan amén, griten aleluyas, levanten los brazos, aplaudan a Dios que se merece esos aplausos y le pregunten tal o cual cosa al que está al lado. Que se caigan al piso mientras otros que no se caen corren a cubrir las piernas de las mujeres con algún trozo de tela discreta. Cuando tal cosa ocurre, nos recordamos de los profetas de Baal en la competencia con Elías. Permítanme citar textualmente este pasaje; en realidad, no resisto el deseo de hacerlo:
«… Y ellos tomaron el buey que le fue dado y lo prepararon, e invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: ¡Baal, respóndenos! Pero no había voz, ni quien respondiese; entre tanto, ellos andaban saltando cerca del altar que habían hecho. Y aconteció al mediodía, que Elías se burlaba de ellos, diciendo: Gritad en alta voz, porque dios es; quizá está meditando, o tiene algún trabajo, o va de camino; tal vez duerme, y hay que despertarle. Y ellos clamaban a grandes voces, y se sajaban con cuchillos y con lancetas conforme a su costumbre, hasta chorrear la sangre sobre ellos. Pasó el mediodía, y ellos siguieron gritando frenéticamente hasta la hora de ofrecerse el sacrificio, pero no hubo ninguna voz, ni quien respondiese ni escuchase».
Esto es lo que ocurre en muchas de nuestras congregaciones. No hay quien responda porque no hay quien escuche.
«Entonces dijo Elías a todo el pueblo: Acercaos a mí. Y todo el pueblo se le acercó… Cuando llegó la hora de ofrecerse el holocausto, se acercó el profeta Elías y dijo [no gritó ni se puso frenético, ni pidió al pueblo que hiciera ruido, ni brincó recorriendo la plataforma]: Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios… Entonces cayó fuego de Jehová y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y aun lamió el agua que estaba en la zanja» (
1 Reyes 18:20-40).
¡Eso es poder de Dios! ¡Eso cambia las vidas! ¡Eso mueve las voluntades! ¡Eso hace impacto en la sociedad! ¡Eso le da a la iglesia la verdadera dimensión que le anunció Jesús cuando dijo:
«De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre» (
Juan 14:12).
¡Qué triste es ver hoy día a tantos Elías convertidos en profetas de Baal! ¡Qué triste es comprobar cómo nuestro liderazgo eclesiástico equivoca el camino y los procedimientos, incluso teniendo en la Palabra ejemplos tan claros como el que hemos señalado.
Un guía ciego, o enceguecido, no puede guiar a otro ciego porque ambos caerán en el hoyo (
Mateo 15:14).
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