Hay quien vive la mentira como un trabajo a tiempo completo.
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No permitas que te confunda la apariencia de los demás; tampoco emitas juicios basados en el aspecto del prójimo. Puede que para los otros seas tú quien vista de forma extraña. Sal de tu entorno y verás cómo se desvanecen muchos prejuicios o aires de superioridad.
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El amor no es cosa de empeño. Tampoco de sollozos o esperanzas.
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Avaro de frío me llega este viento castellano. Claro, es agosto, cuyo peso aquí bien conozco. Pero sonrío, porque la espera será breve y octubre apagará el fuego por completo.
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Fácil resulta hablar de la tentación de vivir el máximo tiempo posible. Pero, ¿a que es más complejo tratar de razonar sobre la tentación de morir?
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No veo a la paloma, pero siento su aleteo.
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Un cortés alejamiento se merecen quienes muerden tus manos mientras profieren la pesadez de sus halagos.
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La teología idónea no es aquella de sesgo imperativo y arrogante (pseudocientífica), sino la que imanta, entusiasma y despierta el deseo de conocer más, por ti mismo, del poder creador de la Palabra. ¡Cuidado con el propósito de algunos de querer hacer de la Teología una disciplina científica! Al cristiano le conviene una aproximación sentimental, que es aquella que conmueve y, a la vez, incita a ampliar sus indagaciones. Esto siempre será mejor que esos otros desafueros y arbitrariedades que, por lo general y de forma tediosa, se avientan a los oídos u ojos de los creyentes. Quede constancia que no estoy contra las buenas exégesis, reflexivas pero que a la vez propician disfrute en el oyente o lector. La pena es que son escasas.
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Hay noches que habla el cielo, de tan tronantes que pasan las nubes.
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Éste sea tu reposo: saberte que eres quien eres, no quien deseaban que fueras.
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¡Volvió a ser mañana! Me levanté de madrugada hasta ver como volvía la mañana.
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Un violín me gorjea a Bach y a Brahams. Y yo en el sofá de mi piso barato, disfrutando de tal riqueza, como si estuviera corriendo sobre el alambre más alto del cielo.
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¡Detén tu mano solar sobre mi sexo! Así, aunque estemos a oscuras, algo de mí resplandecerá.
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Que tu corazón no se torne mustio, como las flores de esa jarra.
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Hermanable voy por esta realidad, orando a Dios que me exima de insidias y de otros golpes secos que propinan los envidiosos.
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Cierra los ojos, ángel, y lleva mi mensaje al Niño cuyo pan consumimos.
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Ninguna vergüenza tiene la gente que se dice estafada por tinglados financieros. Y es que la codicia por obtener dinero rápido no conoce banderas ni credos. Lo que ganan se lo embolsan sin rubor alguno. Pero cuando estalla el engaño pretenden que el Estado les devuelva su ´inversión´. Anotemos, para la posteridad, una confesión del mayor experto en tales menesteres, Bernard Madoff, ahora en la prisión de Butner, barriendo su cafetería por 14 centavos de dólar la hora: “La gente no hacía más que darme dinero a espuertas para que se lo invirtiera. Y si les decía que no, se ofendían. ¡Era una pesadilla!”.
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La vanidad terrena es como la opulencia de las enredaderas: el tiempo hace lo que quiere con ellas.
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Barres el polvo de todos los veranos y dejas reluciente el portal de tu casa. Es algo así como un maquillaje nuevo. Pero, ¿cómo limpiarás lo hondo, lo que está hundido bien adentro de ti? No lo sé de cierto, pues cada quien sabe cuánto debe abrir su ventana al Viento que purifica. Pero hazlo en cuanto puedas: en lo interior están depositadas tus imponentes pérdidas y la propia fuerza que regenerará lo que padece tu espíritu.
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