Si bien es verdad que son más importantes los motivos que llevan a la planificación familiar que los métodos utilizados, ello no significa que éstos puedan elegirse a la ligera. Para el creyente no se tratará nunca de algo neutro o irrelevante, sino que deben ser medios respetuosos con la vida ya engendrada y la dignidad de los seres humanos.
De ahí que la mejor solución sea siempre acudir al médico cristiano y al pastor para solicitar consejo clínico y, a la vez, asesoramiento ético.
Tras haber analizado ya los métodos naturales, de barrera (mecánica o química) y los fisiológicos,
vamos a finalizar esta serie sobre Demografía y bioética afrontando el aborto provocado como método para el control de la natalidad.
MÉTODOS ABORTIVOS
Consisten en la interrupción voluntaria del embarazo mediante medicamentos o instrumentos especiales. Tal como se ha señalado con motivo del DIU,
no nos parece que el recurso habitual a los métodos abortivos deba considerarse como una técnica anticonceptiva más.
No es lo mismo evitar la concepción que destruir deliberadamente un embrión humano. Este tema por su importancia y amplitud debe ser tratado en un capítulo dedicado específicamente al aborto, por lo que
en este artículo no se harán valoraciones éticas y sólo se mencionarán los principales medios abortivos empleados en la actualidad.
Entre los más conocidos sistemas medicamentosos que pueden inducir el aborto está la
administración de prostaglandinas, sustancias que actúan sobre el cuello uterino provocando las contracciones y la expulsión del feto. Suelen emplearse durante la primera mitad de la gestación mediante la introducción de óvulos vaginales o geles aplicados en el mismo cuello uterino. También es posible recurrir a la administración intravenosa o intraamniótica.
La
píldora del día después tiene también un efecto abortivo ya que impide la implantación del embrión dentro de las 72 horas después de la relación sexual. Durante las primeras semanas del embarazo es posible tomar otra sustancia, la RU-486* o Mifepristone, que inhibe la acción de la progesterona de la que depende el embarazo y eleva la producción de las prostaglandinas que provocan las contracciones del útero. Por lo tanto, la gestación se interrumpe produciéndose el aborto a las 48 horas después de la administración.
Entre los posibles efectos secundarios de esta técnica está la elevada proporción de hemorragias uterinas intensas. Al parecer se dan en el 90% de las mujeres que abortan y suelen durar entre ocho y nueve días. Aunque en algunos casos pueden persistir hasta un mes. Las prostaglandinas producen dolores abdominales, náuseas, vómitos y diarreas. Los psicólogos afirman que el aborto químico provoca en la mujer un mayor sentimiento de culpa que el aborto quirúrgico.
Actualmente se utilizan como
técnicas abortivas instrumentales la aspiración o método de Karman, consistente como su nombre indica en la aspiración del embrión y el resto del contenido uterino mediante una cánula introducida en dicha cavidad. También se utiliza el raspado quirúrgico por medio de una cucharilla metálica con la que se rasca toda la superficie interior del útero extrayendo así al embrión junto al resto de los tejidos embrionarios.
Por último, en fases avanzadas de la gestación, hacia los tres meses y medio, es posible también inducir el aborto mediante una
inyección intraamniótica. Lo que se hace es pinchar el saco amniótico que rodea al feto con una larga aguja a través de la pared del abdomen. Esta aguja extrae líquido del amnios para inyectar después una solución de suero hipertónico con un alto contenido en sal o bien prostaglandinas con el mismo fin, provocar el desprendimiento de la placenta y la muerte del feto.
Ninguno de estos métodos abortivos nos parece éticamente correcto para una adecuada planificación del número de hijos, y menos aún en el seno de la familia cristiana.
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