Si bien es verdad que son más importantes los motivos que llevan a la planificación familiar que los métodos utilizados, ello no significa que éstos puedan elegirse a la ligera. Para el creyente no se tratará nunca de algo neutro o irrelevante, sino que deben ser medios respetuosos con la vida ya engendrada y la dignidad de los seres humanos.
De ahí que la mejor solución sea siempre acudir al médico cristiano y al pastor para solicitar consejo clínico y, a la vez, asesoramiento ético.
Tras haber analizado ya los métodos naturales, de barrera (mecánica o química) y los fisiológicos, dentro de estos últimos decíamos el pasado domingo que un método anticonceptivo que generalmente suele ser definitivo es la esterilización, tanto femenina como masculina. Es una pequeña intervención quirúrgica que interrumpe la continuidad de las trompas, en la mujer, o de los conductos deferentes, en el hombre, impidiendo así para siempre el paso de los gametos. Los óvulos no pueden ya bajar por las trompas y el esperma eyaculado por el varón no contiene espermatozoides.
Se considera, por tanto, un método irreversible aunque en ocasiones resulta posible restablecer otra vez el normal funcionamiento.
Debido a las abundantes consideraciones éticas que suscita esta técnica decidims posponer su análisis, que vamos a abordar en el presente artículo.
ESTERILIZACIÓN Y CASTRACIÓN
El tema de la esterilización suele llevar de la mano al de la castración, sin embargo, se trata de dos cosas distintas. Por castración se entiende la extirpación de las glándulas sexuales masculinas o femeninas (testículos u ovarios) o bien, la eliminación total de las funciones de estos órganos.
En el mundo antiguo la castración constituía una de las mayores vejaciones con que se castigaba a los prisioneros de guerra. Asimismo se practicaba de manera voluntaria con el fin de desempeñar determinados oficios. La Biblia se refiere abundantemente a los “eunucos” que ejercían ciertas misiones de vigilancia sobre el harén o los hijos de los reyes. El evangelista Lucas relata la historia de la conversión de un etíope, funcionario de la reina Candace, que era también eunuco (
Hch. 8:26-40). Tal práctica llegó incluso hasta bien entrado el Renacimiento, pues las famosas “voces blancas” de ciertos coros europeos eran en realidad varones castrados.
La ablación de tales partes del cuerpo tiene repercusiones en el equilibrio psíquico y corporal del ser humano ya que la acción hormonal que estas glándulas ejercían se pierde por completo. A pesar de que es evidente que las personas tienen derecho a su integridad física, en ocasiones puede resultar imprescindible extraer ciertos órganos con el fin de curar o salvar al individuo, como ocurre cuando existen tumores malignos.
La castración sólo puede justificarse en estos casos, cuando el fin que se persigue es la salud de la persona. En ninguna otra situación ésta grave mutilación puede ser defendida desde el punto de vista ético porque atenta claramente contra la dignidad objetiva del ser humano. Ni los gobiernos ni las normativas jurídicas de ningún país están legitimados o tienen derecho alguno para llevar a la práctica un castigo semejante.
LA ESTERILIZACIÓN MASCULINA Y FEMENINA
En cuanto a la esterilización, que como se vio
consiste en la sección de los conductos deferentes (vasectomía) o la ligadura de trompas mediante una pequeña intervención quirúrgica, conviene decir que para el equilibrio de la persona tiene consecuencias mucho menos importantes que la castración. Las relaciones sexuales se pueden seguir manteniendo con normalidad y la actividad hormonal continúa su ritmo habitual.
Por supuesto que cualquier esterilización impuesta, venga de donde venga, debe ser considerada también como algo inmoral, incluso aunque pretenda equilibrar el control de la natalidad en un determinado país o región del planeta.
No obstante, ¿qué puede decirse acerca de la esterilización voluntaria? Hoy existen en el mundo centenares de millones de personas de ambos sexos esterilizadas. Si a ello se le añade el descenso en el número de matrimonios, el retraso en la incorporación al mundo laboral y, por tanto, del inicio de la vida familiar, así como el mayor número de mujeres trabajadoras, no es extraño que en España la tasa de fecundidad esté entre las más bajas del mundo.
Desde el punto de vista que nos afecta en este trabajo es imposible pasar por alto la siguiente cuestión: ¿es la esterilización un buen método para la planificación de la familia cristiana? A pesar de que se trata del procedimiento anticonceptivo más seguro de todos, ya que su eficacia es casi del 100%, en nuestra opinión la esterilización no debiera considerarse como un método “normal” para regular la natalidad. Es evidente que, en definitiva, son los esposos quienes deben decidir por sí mismos y los únicos responsables delante Dios, pero ¿por qué no agotar primero todas las demás posibilidades antes de recurrir a un medio tan radical para la integridad de la persona? Si existen otras alternativas no agresivas y respetuosas con el cuerpo humano ¿por qué recurrir a un método irreversible que elimina para siempre la posibilidad de volver a engendrar? El cuerpo humano no es sólo un instrumento del hombre o una cosa ajena a él, sino una parte material fundamental y constitutiva de la persona. De ahí que cualquier agresión arbitraria contra la integridad del organismo deba medirse por el daño que se hace al individuo en su totalidad.
Cuando sólo se tienen en cuenta criterios biológicos puede caerse en un reduccionismo inadmisible. La capacidad para tener hijos es una de las propiedades más extraordinarias que el creador ha concedido al ser humano y cuando se anula ésta de forma radical, irreversible e innecesaria, no se atenta únicamente contra un conducto o un órgano del cuerpo, sino contra la persona entera. Una cosa es arrancar una muela y otra muy distinta anular para siempre la posibilidad de alimentarse. Pues bien, la esterilización al eliminar definitivamente la posibilidad de engendrar se sitúa a este mismo nivel. Las consignas que en ocasiones se utilizan por parte de los hospitales y médicos no cristianos no acaban de convencer porque muchas de estas soluciones calificadas como “definitivas, libres, rápidas, estéticas y eficaces”, a veces se olvidan por completo del valor del ser humano. La gran trascendencia de este método exige que los esposos no actúen movidos sólo por la comodidad o la moda biomédica del momento, sino que mediten cuidadosamente en oración cuál es la voluntad de Dios para su matrimonio.
No obstante, esto no significa que no puedan existir familias en las que el único medio posible o aconsejable para controlar su fecundidad sea precisamente la esterilización de uno de los cónyuges. Cuando un facultativo recomienda este método, por ejemplo, a una mujer que si se queda embarazada puede enfermar seriamente, como en los casos de hipertensión arterial grave, dolencias renales, enfermedades hereditarias importantes, psicosis de embarazo, etc., su consejo está plenamente justificado. La ligadura tubárica o la vasectomía son entonces los mejores medios para prevenir la natalidad y salvar la vida de la mujer. La esterilización como terapia curativa o preventiva sería en tales casos claramente admisible.
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