Juntos siguen el trayecto hacia la ciudad, juntos recorrerán más de 100 episodios en cinco temporadas (entre 1984 y 1989) y juntos se dedicarán a ayudar a los demás, a darles esperanza.
Así empezaba cada episodio de la serie
Autopista hacia el cielo. De acuerdo, no es la mejor serie de la historia, ni Michael Landon el mejor actor (aunque en su currículum cuenta con otras series de éxito como la longeva
Bonanza o
La casa de la pradera).
De acuerdo, su mensaje puede rozar el paternalismo y hasta una dosis de moralina que resbala hacia esa estética pseudorepublicana. Y sí, de acuerdo, las tramas no son las más elaboradas de la pequeña pantalla. Pero (siempre aparece un “pero” después de una lista de “de acuerdo”), resulta que es una serie que vale la pena reivindicar. Una serie blanca, sin demasiadas pretensiones de guión, pero con la clara (y sana) intención de lanzar mensajes positivos ante las dificultades de la vida.
Jonathan Smith es un ángel que baja a la tierra para ayudar a los demás, y uno de sus primeros “clientes” es, precisamente, Mark Gordon, un ex policía cascarrabias y con una gorra perpetua, pero que se convierte en su mano derecha y en el contrapunto humorístico que suele condimentar un poco los episodios.
Si partimos de la base que un ángel es una criatura espiritual sin cuerpo creada por Dios, algo nos falla, ya que Smith representa la encarnación de alguien que murió cuarenta años atrás. Sigue, pues, con la tradición de películas como
El cielo puede esperar (un buen film con Warren Beatty), en las que alguien muere y regresa para ayudar o observar a los vivos como un ángel. Un error teológico, sí, pero que en la serie sirve para conectar a Smith con su pasado (con su mujer y su hija, que descubrimos en un episodio que siguen vivas).
La verdad es que si la serie nos hubiera presentado a un ángel que baja para ayudar a los demás y que convierte su estado espiritual en uno corpóreo (los ángeles pueden hacerlo cuando Dios les encarga alguna tarea especial), hubiera resultado más creíble y más alejada del tópico erróneo de la persona que muere y regresa (se puede aceptar como licencia creativa, claro, pero la historia tampoco se hubiera visto afectada).
La serie, pues, parte de la base de que existe un universo paralelo al nuestro, una dimensión espiritual poblada por seres creados y superiores a los hombres, los ángeles, seres poderosos, no sometidos a las leyes físicas que nos rodean y que pueden estar involucrados en nuestras vidas sin que lo sepamos.
La serie prácticamente no se refiere al lado oscuro del mundo angelical (los ángeles caídos, los que se rebelaron contra Dios) y se centra más en la visión vitalista, amable y positiva del mundo de los ángeles. Del ángel, en este caso, un Jonathan Smith que procura por los demás.
El hecho de haber sido humano dificulta algo la posibilidad de entender el poder de Dios como creador de unos seres que tienen más conocimiento, poder y movilidad que los humanos, unos seres que pueden hablar, sentir y manifestar emociones. Sin ser dioses, los ángeles son más poderosos que los hombres y se pueden desplazar lo rápido que quieren, aunque sólo pueden estar en un sitio a la vez. No enferman y no mueren (algo que choca con el pasado de Smith como humano) y no envejecen (Smith, de hecho, regresa cuatro décadas después de morir, pero con otro aspecto).
Sea como sea, Smith y Gordon se encargan en cada capítulo de un caso distinto, enfrentándose a la soledad, la muerte, la injusticia o la enfermedad, pero dando siempre consejos morales, con unos valores basados en la importancia de la familia, el amor, la fe, la lealtad o la amistad, enfrentándolos a la mentira y el egoísmo.
Otro error de la serie era el hecho de que Smith ayudaba a los demás para ganarse sus alas, un concepto quizá demasiado católico de la salvación por obras, pero que lo dejaremos de nuevo como una licencia artística de la serie emitida originalmente por la NBC. El personaje de Landon contaba con algunos poderes poco angélicos y más cercanos a Harry Potter (como el de hacer desaparecer objetos sin tocarlos), pero también dejaba claro (y aquí quedaba clara su condición angélica) que no sentía hambre ni sueño, pero que sí era capaz de sentir emociones.
En el caso de su compañero, se nos presenta a un personaje casi prototípico en estos casos. Mark Gordon es la antítesis del calmado y pacífico Smith, con una capacidad para criticar todo lo que se menea y para ser una especie de gruñón pero de gran corazón. Eso sí, el tercer protagonista (invisible) de la historia es Dios (Jonathan y Mark se refieren a él como
El Jefe), a través de los diálogos que mantiene con Jonathan, de su intervención directa sobre fenómenos naturales y hasta de la forma de enviar señales al cascarrabias de Mark.
Se da la circunstancia de que Victor French murió de cáncer de pulmón poco después de grabar el último episodio de la serie (en 1989) y Landon lo haría un par de años más tarde, también a causa de un cáncer fulminante. Landon y French, pues, legaron una buena serie para reflexionar y para encontrarnos cara a cara con la desesperación, el miedo o la soledad, pero también con las mejores herramientas para afrontar todos esos problemas y que, a menudo, están más cerca de lo que creemos.
Tan sólo hace falta levantar la mirada y seguir el rastro de esa autopista, brumosa pero bien perfilada, que nos lleva sin desvíos, sin obstáculos, sin retenciones y sin peajes, hacia Dios.
En un episodio, Jonathan se lo deja bien claro a Mark. El amigo le pregunta al ángel: “Jonathan, ¿por qué nos vamos?”. “El trabajo está hecho”, responde. “¿Y qué pasa con Lizzy? ¿No vas a ayudarla?”. A lo que Jonathan contesta: “Tiene toda la ayuda que necesita: tiene amor y tiene fe.”
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