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Ser pastor no es ser psicólogo, y viceversa

El papel del psicólogo: mitos y verdades (II)

Uno de los grandes errores de planteamiento que ha dado lugar a una mala y equivocada concepción de la Psicología y su aplicación en los entornos evangélicos ha sido una explicación poco seria y en exceso general acerca de las intenciones con las que la Psicología se usaba entre los creyentes que solicitaban ayuda.
EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín Torralba 03 DE JULIO DE 2010 22:00 h

Ha sido por muchos la más temida de las intrusas y como a tal se la ha tratado: más que con reticencias yo diría que, por parte de algunas personas, con profunda inquina, lejos de un intento serio por conocer profundamente y hacer los análisis equilibrados de los que ya hemos hecho mención y que tan necesarios son para no pecar de generales y meter todo lo que desconocemos (o tememos) en el mismo saco. Se ha producido, en este sentido, una cierta “psicosis” en lo relacionado con el asunto que nos ocupa y se han sembrado miedos del todo infundados.

La Psicología, hablemos claro, no pretende “introducirse” en la iglesia, ni mucho menos invadirla, como algunos han querido dar a entender, sobre todo en el pasado, aunque con clara influencia en el presente. Pareciéramos ladrones, tal como nos pintaron algunos, de los cuales había que protegerse a como diera lugar. Dejemos zanjado de una buena vez que la consulta y la iglesia son y deben ser siempre áreas distintas. Y si alguien comete el atrevimiento de mezclarlas, confundirlas o incluso fundirlas, se está equivocando de pleno. Alguno habrá sin duda que, como en todas las áreas, no haga una buena praxis de su profesión, pero tales casos casos han de censurarse y abordarse de forma individual, no haciendo pagar a todos los demás sólo por unos pocos.

He de decir que la que escribe, personal y profesionalmente, no tiene ningún interés como psicóloga y mucho menos como cristiana en que los dos ámbitos se mimeticen. ¡Nada más faltaba! De ahí que los psicólogos no seamos (ni pretendamos ser) pastores o que los pastores no sean o pretendan ser psicólogos. Ambas áreas no debieran mezclarse a no ser que unos y otros tengan una preparación adecuada en ambas labores y que tengan claro cuáles son los límites de lo que se está tratando. En el pastorado hay, por encima de todas estas cuestiones, además, un elemento que no podemos perder de vista: un llamamiento personal de Dios mismo a desempeñar esa labor y esto, sin duda, son palabras mayores.

Respecto a la “panacea” que algunos dentro de la iglesia han visto en la Psicología, justo en el otro extremo de esta dimensión en la que nos situamos, merece la pena hacer igualmente apuntes muy concretos, por lo que en este punto también seré clara, aunque parezca de “perogrullo”: el Señor y Su poder no tienen ninguna limitación, pero las personas las tenemos todas. Su acción alcanza cualquier faceta del ser humano, conocida o desconocida por parte de éste, por lo que las potencialidades de la ayuda divina y la que pueden proporcionarse los individuos entre sí no son ni siquiera comparables. La Psicología sin embargo es, aún con todas sus limitaciones, para alguien que cree en un Dios Todopoderoso como es mi caso, otra más de las muchas herramientas que el Señor tiene a bien concedernos para sernos de utilidad y ayuda unos a otros, siendo responsables con el conocimiento que Él nos ha dado sobre el ser humano y actuando siempre desde la absoluta responsabilidad y conocimiento de los propios límites. No pequemos tampoco, entonces, de ver en en la Psicología el sustituto humano a la acción divina, porque entonces estaremos cayendo justo en el error del que se nos acusa: el más irreverente y absurdo de los intrusismos.

 
Por las mismas razones que antes se comentaban respecto a los líderes de las iglesias, tampoco los creyentes “de a pie”, sin formación real y seria en psicología (y me refiero a formación oficial, con títulos de por medio) deberían dedicarse a estas tareas. No es una cuestión trivial ésta y, sin embargo, muchos últimamente la abordan con extrema ligereza, aunque con preciosas intenciones. Claro, si lo pensamos, el orígen de esto es incluso lógico: entre “vecinos de culto” no hablamos de la farmacodinamia de los medicamentos que toma Fulanito, por poner un ejemplo cualquiera (“Cada uno en lo suyo”, dicen muy bien algunos, “De eso que se encarguen los médicos, que son los que saben”). Pero sí se habla de la depresión que padece, o de sus síntomas de ansiedad o de lo que debería hacer para resolver sus crisis de comunicación en pareja. No hablemos ya de aquello en lo que se han convertido determinadas “consejerías”. Y es que, sobre el comportamiento humano, como nos incumbe a todos, cada cual se ve en capacidad de opinar y a veces traspasamos esa delgada línea que separa la opinión personal de la que toma acciones concretas para incidir en la vida del otro. Esta pseudo-profesionalización de las opiniones personales es a la que hay que tener verdadero miedo, no a la Psicología como ciencia seria y rigurosa que es cuando se aplica adecuadamente.

En esa aproximación y acercamiento peligroso nos estamos encontrando auténticos plagios de la praxis profesional del psicólogo. Hay protocolos de evaluación, de intervención, utilización de técnicas claramente psicológicas con posibilidades tremendas cuando se usan adecuadamente por quien tiene facultades y formación para hacerlo, pero con potencialidades terribles para dañar cuando se malemplean por parte de quienes parten de las mejores intenciones, pero también de la irresponsabilidad de ejercer una profesión que no les corresponde. Supuestamente todos los que así actúan derivan los casos que corresponden al profesional, pero la realidad, permítanme que difiera, es otra muy distinta a la luz de lo que nos llega a las consultas. Es cierto que ciertos casos se derivan, pero no son todos los que corresponden. Son más bien los que, según la percepción de quien los está tratando, le desbordan, lo cual no tiene por qué coincidir (y de hecho, no coincide) con los casos que deberían ponerse en manos de un profesional. La realidad nos dice que hay casos que son propensos a generar dudas en este sentido. Qué duda cabe que cuando hay un caso de abuso sexual, eso va derivado directamente al profesional cualificado a tales efectos (qué menos). ¿Pero qué ocurre con los problemas de estado de ánimo, por poner sólo un ejemplo? ¿Se derivan todos ellos al profesional o más bien se tratan desde otros foros, dejando la derivación para casos de “extrema necesidad”?

Sepamos cada cual mantenernos en nuestro lugar, respetando los límites que la seriedad y la responsabilidad imponen. Para algo y por algo los psicólogos estamos regulados por colegios profesionales. Si los propios profesionales necesitamos regulación y límites, ¿podemos los creyentes, simplemente por las intenciones que nos respaldan, ser más listos que nadie y obviar las garantías mínimas que la ayuda hacia otros impone? Sinceramente, creo que no, ni por imposición externa ni tampoco en conciencia.


Artículos anteriores de esta serie:
 1Fe y psicología: aproximación 
 

 


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