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Ojo con los infiltrados

Nos encontramos, por estos días, trabajando en la malla curricular sobre la que se sustentará nuestro Programa de Diplomado en Creación de Literatura Cristiana.
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 19 DE JUNIO DE 2010 22:00 h

Digo nuestro y explico, para quienes no lo saben: La Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos, ALEC ha firmado un acuerdo con el Seminario Evangélico de Puerto Rico, SEPR para trabajar juntos en la formación de escritores a nivel universitario.
Para el SEPR esto implica una feliz expansión de su territorio; implica quitar las estacas y correrlas un poco más alejadas de su centro. Sabios han sido su Presidente, el Dr. Sergio Ojeda Cárcamo y su Decano Académico, el Dr. José Irizarry al no dejar pasar la oportunidad que el 14 de mayo de 2010 llegó a las puertas del Seminario en la forma de una propuesta como la que les llevaba ALEC.

Este no es el primer desafío que ellos aceptan.; en realidad, es uno más de varios a los que han respondido afirmativamente como lo han hecho con nosotros. El nuestro, sin embargo, no tiene precedentes ni en la historia del Seminario ni en la historia de la iglesia cristiana de habla hispana.

Lo hemos venido diciendo y repitiendo desde que nos percatamos de ello. Los sistemas educacionales formales han implementado planes con miras a producir médicos, periodistas, abogados, obreros calificados, agrimensores y diplomáticos de carrera sin mencionar una infinidad de otras carreras que tienen bien ganada una posición en los planes de las universidades e institutos de educación superior pero hasta donde llega nuestro conocimiento no existe un centro de estudios, del nivel que sea, que incluya en su currículo la preparación de escritores.

Las universidades, seminarios e institutos teológicos superiores siguen la misma tendencia. Producen teólogos, biblistas, pastores, evangelistas, administradores, profesores de escuela dominical, maestros de niños, ministros de jóvenes, músicos, instrumentistas y hasta directores de música, pero ninguno tiene en su plan de estudios la preparación de escritores. Afirmamos, «ninguno» pero aceptamos la corrección si alguien nos dice que estamos equivocados.

El SEPR, más y más comprometido con las iglesias hispanas en el sentido de darles todo el apoyo que necesitan para la preparación de su personal, trátese de pastores, de evangelistas, de profesores o de administradores, ha acogido con entusiasmo y una valiente apertura la oferta de unir sus fuerzas con ALEC. Y nosotros, con una carta mucho más ambiciosa a medio esconder en la manga, no se la hemos ocultado a ellos ni a nadie. Más bien lo decimos abiertamente pues creemos que además que es algo que no se intenta todos los días, es meritorio y tremendamente prometedor.
Fuimos, como decía, a golpear las puertas del Seminario Evangélico de Puerto Rico ofreciéndoles que trabajáramos juntos en la preparación de escritores de habla castellana que puedan llegar a serlo teniendo una base académico-teológica sólida como es la que el SEPR ofrece. Pero en ALEC vamos más allá. Mucho más allá. Y esta es la carga explosiva de la carta que tenemos en la manga. Con la más auténtica de las humildades afirmamos lo que para nosotros es una convicción y un incentivo que no nace en nosotros sino en el deseo de Dios. Creemos que Él nos la ha entregado y no dejaremos que nadie nos la arrebate. Y cuando hablamos de «nadie» nos estamos refiriendo, más que nada, a lo que Pablo describe en Efesios 6.12 como: «principados, potestades, gobernadores de las tinieblas de este siglo, huestes espirituales de maldad en las regiones celestes». Lo curioso del caso es que el ser espiritual que se vale de todas las ramificaciones que describe el apóstol para intentar detener los planes de Dios, también se vale, muchas veces, de seres humanos, incluso amigos nuestros que pueden llegar a identificarse con nuestra visión pero que, sin darse cuenta, están trabajando como agentes encubiertos o infiltrados del enemigo. (*) (**) De ahí el título de mi artículo de hoy: Ojo con los infiltrados.

Ah, sí, la carta en la manga:

Nuestra meta va mucho más allá que solamente producir escritores con formación académico-teológica de primer orden. Nosotros en ALEC vamos hacia la creación, dentro del más breve plazo, de la Escuela (o Universidad) Cristiana Hispanoamericana de Escritores, ECHE.

Ya llegaremos a lo de infiltrados. Por ahora, permítaseme desvelar algunos otros secretillos contenidos en la carta de la manga. El que tiene oídos para oír, que oiga:

Los egresados de nuestros programas, primero de Diplomado, con el cual estamos comenzando y, más adelante, de Magister y finalmente de Doctorado (o Ph. D.) no solo serán escritores de primer nivel sino que serán los profesores que constituirán la base docente de la ECHE. De manera que no estamos hablando de minucias ni de pequeñeces sino de, como dicen en Costa Rica, «pasos de animal grande».

En la malla curricular en la que estamos trabajando por estos días como digo al comienzo de este artículo, la exigencia final para que el alumno reciba su Diploma en Creación de Literatura Cristiana después de dos años de estudios, será que escriba una novela y la presente y defienda en una sesión presencial en el Seminario Evangélico de Puerto Rico y ante una Comisión ad hoc.

Y ahora, algo sobre los infiltrados. No estamos necesariamente hablando de personas, que las puede haber; tampoco estamos hablando de decisiones, de ideas nuevas, de salir a buscar ayuda para llenar una malla que nos resultó demasiado grande, que por obtener una ayuda financiera negociamos algunos de nuestros principios. Y así, podríamos seguir alargando la lista.

Hasta ahora, ALEC se ha mantenido fiel a su visión original. No hemos buscado protagonismos; no hemos buscado que nos aplaudan; no hemos pedido que nos inviten a los eventos internacionales; no hemos modificado los esquemas que adoptamos desde hace diez años. No nos hemos metido «a la mala» en ninguna parte, como alguien alguna vez sugirió (no. No sugirió sino que lo dijo abiertamente y con todas sus letras) que, valiéndonos de la ingenuidad de la gente de España, nos habíamos ido a meter allá para hacer no recuerdo qué barbaridades. Buscamos ayuda pero sin prometer lo que no tenemos ni podemos dar. Poco a poco, los que nos observan habrán tenido que aceptar que no somos mercaderes de nada ni explotadores de nadie; que dependemos de la gracia y de la provisión de Dios para llevar a cabo lo que creemos que es nuestro deber.

Hemos confeccionado el primer borrador de una malla ambiciosísima. Tendremos que trabajarla para ver en qué queda, finalmente. Así son estas cosas. Pero sea que quede intacta o que quede poco de lo que se incluyó originalmente en ella, una cosa es cierta: Buscamos la excelencia. Lo que estamos proyectando viene a confirmar lo que siempre hemos creído y lo que siempre ha sido la brújula que nos indica el Norte: buscar la excelencia. No siempre lo hemos logrado como quisiéramos, pero considerando todos los elementos que entran en juego cuando uno de nuestros estudiantes da un paso al frente y se dispone a escribir una novela, lo que hemos logrado hasta ahora es un producto con el cual podemos pararnos en cualquiera esquina de nuestra Hispanoamérica sin que se nos ponga roja la cara de vergüenza.

Para muestra un botón. Tenemos varios más, pero valga este por hoy:
La Casa Nelson, de Nashville, Tennessee, que ha publicado de «nuestro» (de ALEC) Miguel Angel Moreno Gómez su primera novela «Peones ciegos», ya publicó su segunda, «La vidriera carmesí». Y el año que viene, publicará su tercera «Praemortis». Mientras tanto, Miguel Angel trabaja ya en la cuarta, «La zarza de tres espinas».

Nuestra ambición y nuestra intransigencia radica en que para ganarnos un espacio en el mundo de la literatura cristiana (o secular) de hoy, tenemos que: primero, mantenernos fieles a nuestra visión/misión original. Y en eso no hemos claudicado. Segundo, tenemos que cuidarnos de los infiltrados, trátese de personas, de ideas, de novedades, de dinero o de alabanzas o luces de neón. Nada de esto tiene cabida en el ámbito íntimo de ALEC (como tampoco lo tiene el plagio ni el concepto de éxito según el estilo que le da el mundo y muchos, muchísimos de nuestros hermanos en la fe).

(*) A lo largo de mis cuarenta años de servicio misionero he visto cómo movimientos que en un momento fueron de una eficacia admirable en el proyecto global de la iglesia, de pronto se desfiguraron, debilitándose al punto de desaparecer. O, si no desaparecieron, cambiaron la visión que un día los hizo fuertes por «otra mejor» que fue la que los llevó a la ruina. No hay espectáculo más triste que ver el local donde una vez funcionó una iglesia o una entidad cristiana convertido en un almacén de granos o en un salón de belleza para perros. O una iniciativa que un día fue creada y sostenida para servir a las necesidades de los más desposeídos sin buscar otra cosa que hacer realidad el consejo de Jesús en su Sermón de la Montaña, convertida en una fuente generadora de dinero olvidando lo que fue su propósito original. En ALEC no somos enemigos de las ideas nuevas que auguran cambios «para mejor» sino que, como recomienda el texto sagrado, primero procuramos hacer lo que nos dice que hagamos el apóstol Juan en su primera carta (4.1): «Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo» (1 Juan 4.1).
(**) Uno de los muchos libros que circulan entre nosotros cuenta la estrategia utilizada por el enemigo para infiltrar una iglesia floreciente del medio Este de los Estados Unidos que crecía y se multiplicaba sobre la base de la oración unida. Toda la membresía, como un solo hombre y una sola mujer, se reunía a determinada hora del día para orar. La unidad en el espíritu y la oración sustentada sobre esta unidad estaba haciendo que la iglesia produjera grandes, cuantiosos y hermosos frutos. Todo anduvo bien hasta que unos cuantos «nuevos convertidos» que pronto llegaron a ser «nuevos miembros» introdujeron «nuevas ideas» que, acogidas como buenas por la congregación, terminaron por destruir la unidad, destruir el espíritu de oración y destruir la iglesia. Conozco a una pareja de misioneros que eran parte de esa iglesia y fueron testigos de lo que aquí afirmo. Aquellos nuevos convertidos no eran tales. Eran agentes infiltrados enviados a sembrar cizaña y a destruir.
Por eso, ojo con los infiltrados.
 

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