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Perdonen un artículo tan corto esta semana. La urgencia apremia. He abierto los ojos esta madrugada como si me hubiera despertado el ruido atonal de los sintetizadores de una película de ciencia-ficción. Estaba en mi cabeza, pero eso era lo de menos.

Me he despertado con la sensación inminente del fin del mundo, otra vez, con la visión cáustica de un mundo en equilibrio. Y una voz me pedía que dejara de luchar, que era improductivo. Todo está bien. La Historia se ha resuelto. Ha triunfado la democracia en el mundo civilizado. La crisis no es más que un momento de angustia, ese instante sin respiración antes de salir a la superficie.

Todo está en su sitio, exactamente en el lugar donde debe estar. La miseria donde debe existir para que exista holgura en otro lugar. La opresión donde debe estar para que exista libertad en otro sitio. No debería importarnos mientras nos aseguremos de estar en el lado adecuado.

Ya no seremos nunca más Winston Smith. Nunca. Desechemos esa idea. Nuestro mundo no se parece al que describió George Orwell en 1984. No tenemos nada ante lo que rebelarnos. No tenemos a nadie ante quien quejarnos. Todos los que nos rodean solamente piensan en nuestro bien y en nuestro placer; lo dice la publicidad y hay que creerles, se gastan mucho dinero en hacerse creíbles.

Nadie está intentando engañarnos, ni someternos, ni controlarnos. Esas son cosas de hace siglos. Ahora somos civilizados. Es una nueva era; llegó el orden y el equilibrio. Solo se quejan los locos y los desagradecidos, y tú no quieres que pensemos que estás loco.

Pero al parpadear en mitad de la noche, al disminuir el sonido atronador de los sintetizadores, sólo seguía quedando oscuridad. Toda la claridad aparente del mundo no es más que una lamparita fluorescente.

Nadie nos pregunta, y nos insultan “posmodernos”, pero si es cierto que no hay oscuridad ahí afuera, entonces la pena y el desasosiego que nos envuelve debe salir de dentro de nosotros mismos.

Da igual cómo de lejos queramos llegar, no nos moveremos de este lugar, atrapados en unas reglas sociales retorcidas, sintiéndonos obligados a conformarnos con cada minúsculo detalle de la más pervertida realidad. No tocar nada, todo está perfecto, no alteres el orden. ¿Qué orden? Dentro de nosotros solo hay caos, y es contagioso. Y donde acaba el caos espera la pena, y donde la pena no llega empieza la ansiedad, y las cuencas vacías de los ojos de un futuro negro y lúgubre.

Pero no, dice la voz. No eres Winston Smith. No te quejes, no tienes derecho. No tienes derecho a nada, desagradecido.