A la lejana colaboración entre ambos teólogos, Ratzinger y Küng, en el marco del Concilio Vaticano II, le ha seguido en estos tiempos una fuerte animadversión a pesar del encuentro que tuvieron en 2005. Un riesgo que hay que superar en relación con el tema de la posible reforma en la Iglesia Católica es que este problema no tiene nada que ver con un “pleito entre teólogos”, pues lo que está en juego en realidad es la discrepancia entre diferentes concepciones de la naturaleza de la Iglesia. Si para Ratzinger debe ser, todavía, un ejército verticalizado dispuesto siempre a someterse a los dictados del jefe terrenal máximo, para Küng, con sus evidentes salvedades, la Iglesia debe aprender a dialogar con todas las manifestaciones espirituales para propiciar la paz entre las religiones, primer paso para una auténtica paz en la Tierra.
Por otro lado,
habría que plantearse la pregunta acerca de la disposición al cambio por parte de las demás iglesias cristianas, especialmente las protestantes o evangélicas, y especialmente en el ámbito de habla hispana. Los espacios eclesiásticos otrora ligados a la tradición teológica denominada
histórica (por su relación con los movimientos del siglo XVI y posteriores), supuestamente más familiarizados con el lenguaje y, sobre todo, con la praxis derivada de las acciones de cambio realizadas por los reformadores de diversas épocas, han tenido que adaptarse a las exigencias coyunturales de la religiosidad dominante, pues si durante algunos lustros lo hizo con base en la progresiva pentecostalización del campo religioso, ahora está en función de las derivaciones de aquél, lo cual implica que el rostro de estas iglesias y comunidades ha cambiado, de hecho, pero no por criterios dirigidos por una idea de “reforma”, lo cual las distancia doblemente de los movimientos religiosos mencionados.
Y es que acaso
la palabra reforma implica dos sentidos que complican los rumbos de renovación. Por un lado, porque recuerda la experiencia histórica de la
protesta, origen del nombre genérico de protestantismo, que tiende a dejar de usarse y, por el otro, sus resonancias políticas, especialmente por las coyunturas recientes que hablan todo el tiempo de reformas, la mayoría de las cuales se posponen indefinidamente. Este tipo de asociaciones constituye un gran obstáculo ideológico para abrir la conciencia eclesial a las necesarias reformas, justo aquellas que están implícitas en el lema ya aludido (“Iglesia reformada, siempre reformándose”), pero que no se ve que se hagan realidad tan fácilmente al interior de las comunidades más institucionalizadas.
Acaso, precisamente, el extremo desbalance que hay entre la vivencia y comprensión de las iglesias como
instituciones o
movimientos sea uno de los mayores obstáculos para esperar, exigir y practicar reformas de fondo que las capaciten para que, en estos tiempos de diálogo interreligioso, aterricen de verdad las observaciones de tantos sociólogos que contemplan cómo se anquilosan en sus conceptos y realizaciones mezquinas. El punto crítico es el miedo a la precariedad que representa, en primer lugar, entender
que ya no se posee la verdad como antes, esto es, que los aires de superioridad eclesiásticos no pueden sino dejar su lugar al diálogo, la humildad y el aprendizaje mutuo. Cuando las iglesias se asumen a sí mismas como movimientos, en medio del riesgo de no organizarse con infraestructuras socialmente suficientes, ganan en cambio la posibilidad de no despegar los pies de la tierra y en la capacidad de cambiar en aquello que se requiere para estar a la altura de los tiempos.
Tal vez por ello, autores como Elizabeth Brusco han expuesto la necesidad de que haya reformas eclesiásticas específicas, como la del machismo, para advertir con claridad cuáles aspectos deben mostrar en los hechos que se está realizando una transformación humana efectiva.(1) De otra manera, el tan traído y llevado discurso del cambio de vida, seguirá siendo no otra cosa que una ficción, pues no resulta creíble que organismos
reformistas, en el sentido de ser promotoras de cambios incompletos, sean capaces de representar la causa del Evangelio radical de Jesús, quien no vaciló en renunciar a su comodidad para apostar por una reforma profunda de la existencia en todos sus órdenes. El machismo es un buen ejemplo, pues hay que ver la forma en que sigue funcionando dentro de las iglesias, “históricas”, pentecostales o de diversos tipos. Y así podría hablarse de muchas reformas más, con nombre y apellidos todas ellas…
Tal vez por ello pocas iglesias de hoy están dispuestas a reformarse continuamente, pues sus estructuras y el estatus alcanzado les impiden dar pasos sólidos en el sentido que se espera de ellas. Por eso, una nueva reforma eclesiástica, o mejor dicho, un conjunto de reformas al interior de las iglesias, sigue siendo una utopía soñada por núcleos a veces muy aislados dentro de las comunidades. Pero se vale seguir soñando y creyendo en la acción de aquél Espíritu libre y sorpresivo que pugna siempre por hacer de las suyas en su espacio natural de acción.
1) Cf. E. Brusco. The Reformation of Machismo: Evangelical Conversion and Gender in Colombia. (La reforma del machismo: conversión evangélica y género en Colombia.) Austin, Universidad de Texas, 1995. Brusco explora los cambios efectivos en la mentalidad masculina al ser confrontada por las demandas del Evangelio, más allá de los estereotipos triunfalistas de las misiones extranjeras.
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