Por primera vez en muchos años, pues, el Atleti consiguió ser protagonista en lugar de su rival de la capital, el Real Madrid. Y ganaron la final, la sufrieron y la disfrutaron. Enfrente se encontraron con un equipo más que curioso, el Fulham británico, un club con más de 130 años de historia pero que nunca ha ganado un título. Pero no es curioso por eso, la verdad, sino por estar ubicado en uno de los barrios más adinerados (por no decir pijos) de Londres, donde comparten rivalidad con otro club, el Chelsea, aunque este sí que consiguió despegar en su día y convertirse en uno de los grandes del país y hasta del continente. Resulta que la conexión televisiva y cinematográfica del Fulham pasa por el hecho de contar entre sus seguidores con el desaparecido Michael Jackson (hasta en eso tenía que ser diferente), Pierce Brosnan, Hugh Grant (¿quién puede encarnar mejor la imagen de un gentleman británico en sus gradas?) o, atención, nuestro doctor favorito: exacto, Gregory House, o sea, el gran Hugh Laurie.
Un servidor siguió el partido a pesar de que lo retransmitía Telecinco (regalar audiencia a los basureros de Fuencarral me indigna) y a pesar también de que el comentarista era JJ Santos, uno de los periodistas deportivos más cargantes del país. Admito, no obstante, que en esta ocasión el comentarista salió bastante airoso del encargo, ya que tuvo que lidiar con lo peor que le puede pasar a alguien en una cabina de un estadio de futbol: compartir retransmisión con otros comentaristas que no aportan nada.
De entrada, JJ estaba acompañado por el exjugador azulgrana Gulliermo Amor, un futbolista que encandilaba con su ímpetu en el campo, pero que duerme a las ovejas con un micrófono en la mano. Para rematarlo, completaba el trío Enrique Collar, delantero del Atleti en 1962, año en que el club colchonero se proclamó campeón de la Recopa de Europa. Durante la retransmisión, el señor Collar no aparecía (hasta JJ le dijo que le había notado “algo ausente”) y seguro que lo habría pasado mejor en el palco que sufriendo en un rol que no es el suyo. Al final, el tono de JJ hacia él rozaba el paternalismo y daba hasta cosa, pero lo cierto es que el tono que debe prevalecer en una retransmisión deportiva debe combinar la narración con comentarios técnicos, otros más triviales y hasta un cierto debate en los momentos de menos emoción en el campo. Pero JJ estaba solo ante el peligro.
Alguien pensará que, al menos, le quedaba el recurso de conectar con su aliada a pie de campo, Sara Carbonero (uno de los tres grandes trasvases de La Sexta a Telecinco, a golpe de talonario que no de calidad televisiva, junto a Pilar Rubio y Tania Llaseras). Pues tampoco, ya que la señora de Casillas demostró tener poca capacidad de maniobra encima del terreno. Sí, habló con el príncipe Felipe (colchonero más o menos confeso), pero a la hora de pillar a jugadores atléticos tras el triunfo se encalló y hasta puso la excusa de estar rodeada “por una nube de periodistas”, como si sus colegas le barraran el paso o le ataran el cable del micro a los pies para que no pudiera acceder a Forlán, el Kun y compañía.
Pero olvidémonos de Telecinco (y no en este artículo, el consejo es que lo hagan para siempre) y vayamos a otras cadenas como Antena 3 y Cuatro que tampoco se cubrieron precisamente de gloria. En el caso de Antena 3, por omisión. Es evidente que cualquier medio privado puede informar de lo que le dé la gana (y lo hacen), pero el mismo día de la final, en la sección de deportes del informativo de Matías Prats, Manu Sánchez habló del Real Madrid, del Barça, del final tan emocionante de esta Liga, de Laporta, de Raúl, de este y del otro. ¿Segundos dedicados a la final europea del Atleti? Cero. Ridículo, vaya. No hace falta ser muy sagaz para adivinar que alguien en la cadena de San Sebastián de los Reyes prefirió ignorar a los seguidores atléticos (y a los demás, claro) antes que hablar de un partido que iba a retransmitir el gran enemigo: Telecinco. Una cosa es que una cadena contraprograme a la otra (cutre, y más viendo programas de chistes y de niños cantores, pero lícito), pero otra es que decida menospreciar de esa forma a un club. Muy triste.
Y sí, vamos a Cuatro, la guinda de la final. El periodista enviado a Hamburgo por la cadena era Manolo Lama, uno de los rostros más populares de Cuatro. El hombre, paseando por las calles de la ciudad alemana al lado de un grupo de seguidores colchoneros, se topó con un mendigo de los de aspecto clásico: mucha ropa vieja, tirado en el suelo, acompañado de un perro y con la mirada perdida, asustada. Lama no tuvo mejor ocurrencia que echarle una moneda y animar a sus acompañantes a demostrar su generosidad. Así, los chavales dejaron monedas, un teléfono móvil, bufandas (un objeto que el hombre recogió como un bien preciado, aunque sin perder su cara de asustado) y hasta una tarjeta de crédito ante el aliento de un Lama que demostró tener muy poca dignidad (ante él tenía a un hombre con mucha más) y que para hacerse el gracioso (algo que ya no consigue en el plató con su compinche Carreño, el otro Manolo) tuvo que humillar y pisar a una persona. Para rematar la escena, los supuestos solidarios se dedicaron a recoger los objetos (bufanda incluida, que hay que ser cafre) que habían depositado.
Eso sí, al día siguiente Lama se disculpó, aunque dijo que lo único que quería era “arrancar una sonrisa de esa persona”. Todos, pues, muy graciosos y muy profesionales. Eso me pasa por poner según qué cosas en la tele.
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