Hastío, tal vez, de seguir sorteando engaños.
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Encontrar una pareja de tréboles y allí descansar, en estado de gracia o como en la hora del resarcimiento.
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Un ser desvalido es quien dice defender lo sagrado pero aprieta en su puño algún diamante que aliviaría las necesidades de su comunidad entera.
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Otra vez apareces por el aire que me vuelve a nacer, y el mismo aire se torna inquieto hasta electrizar mi felicidad. Así, dulcemente, apareces en los no sé cuántos hemisferios de mis apetencias. No descansaré ante este hermoso privilegio.
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Realidad posible del que edifica un testimonio: penetrar en el Reino.
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Incesante razón la del buen Amor que como lagar se ofrece.
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Sin representaciones, sin jugueteos. No apariencia sino Libertad: así el luminoso ámbito del creyente cuya fe logra que tiemble el pulso del mundo.
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Hay demasiados pillos en los negocios que luego se hacen los santurrones en templos y capillas, mientras besan anillos u oran al Dios que no obedecen. ¿No existen cristianos (apellídense católicos o evangélicos) que alcen su voz contra estos ladrones de cuello blanco? Vergüenza ajena tuve al leer diatribas contra Rodríguez Zapatero cuando recordó un texto del Deuteronomio: En su día le darás su jornal, y no se pondrá el sol sin dárselo; pues es pobre, y con él sustenta su vida. Pues el presidente de todos los empresarios españoles no paga ni en el día, ni en el mes, ni en largos meses hasta que quiebran sus empresas cuyas cuentas han sido saqueadas previamente: no he visto rasgarse las vestiduras a esa pléyade de exegetas que cuestionaron al actual presidente porque omitió el final del versículo: “Así no clamará contra ti a Jehová, y no serás responsable de pecado”. Supongo que lo hizo porque no es ni finge ser cristiano, como algunos otros mandatarios que babean la palabra “Dios” catoliqueando o enmascarándose de evangélicos (sea en España o en los Estados Unidos). ¿Qué más leyó del texto bíblico?: “No explotarás al jornalero pobre y necesitado, ya sea de tus hermanos o de los extranjeros que habitan en tu tierra dentro de tus ciudades”. ¡Ay, Señor, detén mis lágrimas! Aquí mi vergüenza es total: No he apreciado -en el mundo protestante- marchas o manifestaciones de las iglesias en favor de los extranjeros (que si son detenidos sin documentación van a parar a centros de internamiento denunciados por Amnistía Internacional), pero sí he oído comentarios lacerantes a algunos que dicen ser de la familia de la fe. Resulta que los tan denostados sindicatos españoles ahora están haciendo lo que deberían haber hecho los cristianos: defender al extranjero, como mil veces nos lo repiten los libros de nuestro Libro. Y hablando de quienes convocaron ese Tea Party, su extremismo antibíblico se ha manifestado, una vez más: han obligado a John McCain, algo tolerante en medio del cainismo republicano, a apoyar una ley de su Estado, Arizona, por la cual la policía puede detener y expulsar a cualquier extranjero que haya entrado de forma ilegal, algo contrario a su actuación política de largos años, donde criticó a Bush cuando invadió Irak o votó numerosas leyes propuestas por el partido contrario, entre ellas una ley migratoria generosa que sacó adelante el senador Edward Kennedy.
Mejor no citar el nombre de Dios en vano, pues el Cristo nuestro bien vapuleó a aquellos de sólo de boca le honraban pero hacían todo lo contrario de su ejemplo. Y si hay que criticar porque lo exige la moral cristiana, dicha crítica debe dirigirse hacia uno y otro flanco del fangal político.
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El pan mojado en el vino lo encierra todo.
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Ruega por la honda verdad, aquella que siempre está como lejana o en una estación perdida.
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¿Han llegado al corazón de la Palabra o sólo la han merodeado hasta torcerla en mil sentidos?
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Sobre tu barca estás sólo, remando por el mar infinito. Pero si Alguien te ofrece unas centellas, no las desprecies.
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La ceniza deja desiertos los cielos de Europa; la ceniza envuelve siempre a los rezagados que organizan su Misión por otro lado; la ceniza delata el paso de los trapecistas.
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Te despiertan inéditos tambores cuando soñabas con el Gólgota de la virtud.
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En Salamanca tuve un enigmático encuentro con Ana Enriqueta Terán (Venezuela, 1918), inmensa poeta, profetisa como Hulda, con anillos en los diez dedos. Nada grabó la cinta; tampoco funcionó la cámara fotográfica. Pero ella dijo, en otro tiempo: “Creo en la sacralización de la poesía y creo que hay una parte de sagrado en mí. Así lo siento, por eso mantengo un ritual para escribir: me levanto, me arreglo, me maquillo, me siento frente al papel, no de cualquier forma, sino con tacones altos. Me quedo un rato pensando, me persigno y empiezo a escribir, con gran respeto”.
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Sigue tu caviloso trajín en medio de este mundo ajetreado.
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Muestra el Pez o el Ancla a los sonrientes malvados.
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Paso de largo ante las puertas heladas. Y cuando arde la noche, lo mío es entrar donde me invitan a sentarme en la mesa del futuro.
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Amemos un poco a la Tierra, pues vamos liquidándola a marchas forzadas.
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La literatura se ha vuelto mercado. Las librerías van cerrando para dar paso a supermercados de libros de poco voltaje. Por eso se debe confiar en la buena poesía, siempre al margen del mercado, siempre voceando lo que aflige al hombre.
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Ya tengo bebida esa agua que aflora de profundidades milagrosas.
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Oh Dios, te dono mi edad de niño con todos su árboles altísimos.
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