I
Luego de su larga trayectoria como profesor del departamento de Letras de la Universidad Iberoamericana y de diversas instituciones teológicas, el pastor presbiteriano y maestro Gerald Nyenhuis, gracias al interés y la acuciosidad de Gloria Vergara, reúne, por fin, un conjunto de ensayos sobre una de sus grandes pasiones, la hermenéutica. Por supuesto, su deidad tutelar en este campo es Roman Ingarden, el estudioso a quien se ha consagrado desde hace décadas. Las traducciones de dos de sus obras principales (
La obra de arte literaria y La comprensión de la obra de arte literaria) son el telón de fondo del esfuerzo divulgativo de Nyenhuis y estos nueve artículos reunidos por Vergara son una muestra fehaciente, aunque breve, de dicho esfuerzo. Fechados entre 1986 y 2004, y presentados en diferentes foros, algunos de estos textos son demasiado sintéticos (el primero de ellos, de sólo dos páginas).
La compiladora resume muy bien el carácter de los textos reunidos, cuando explica: “Los artículo incluidos en este volumen, aunque no todos sobre el pensador polaco [Ingarden], guardan una relación importante, pues van desde la discusión de la enseñanza de las humanidades y la estilística de Alfonso Reyes, hasta la idea de las dos hermenéuticas y el pensamiento de Roman Ingarden…” (p. 8). La hermenéutica ingardeniana, en efecto, es el eje alrededor del cual giran estos textos, aunque de todos ellos el más notable sea el más extenso: “Análisis de Roman Ingarden de los conceptos de verdad en la literatura” (pp. 39-61). (Se echa mucho de menos una versión del ensayo “Roman Ingarden’s Contribution to the Reading and Analysis of the Literary Text”, publicado en un volumen colectivo coordinado por H.H. Rudnick en 1990.)
Los dos primeros textos, “La enseñanza de las humanidades” y “Aprender de la ficción” son unos pequeños abordajes a lo enunciado en sus títulos, textos casi de ocasión. En el segundo de ellos, Nyenhuis plantea la tesis de que las obras literarias ofrecen un “conocimiento práctico”, que “tiene que ver con la vida, con el ser humano, con la sociedad” (p. 15). El siguiente texto versa sobre la hermenéutica como “fenomenología del entendimiento” y como “lógica de la validación”. Los textos cuarto a texto se ocupan expresamente de Ingarden, el cuarto como una introducción a dicho autor, sobre todo en lo que cabe a las ideas expresada en
La obra de arte literaria; el quinto es el ya mencionado “Análisis de Roman Ingarden…” y el sexto se ocupa de establecer relaciones entre el autor polaco y los filologistas.
El ensayo más extenso (publicado en
Analecta Husserliana, no
Anacleta, como aparece varias veces en el libro, que tiene varias erratas parecidas) pasa revista al concepto de verdad, tal como es capaz de expresarlo una obra de arte literaria, partiendo de la distinción entre “verdad” y “veracidad”, tal como lo estudió Ingarden en su momento, quien trabajó los ocho aspectos de la verdad también y que son esbozados por Nyenhuis. La conclusión del ensayo se expresa en una pregunta que aplica los estudios ingardenianos a la necesaria exploración del asunto en cualquier obra literaria: “¿Debe una obra ‘verdadera’, en la medida en que es ‘en verdad’ una obra de arte valiosa, ser necesariamente ‘verdadera’ de acuerdo con otros sentidos de verdad? Si la respuesta es afirmativa, ¿en cuáles sentidos hemos considerado que lo es? ¿En relación a algunos de ellos únicamente? ¿o en sentidos totalmente diferentes?” (pp. 59-60). Nyenhuis ubica epistemológicamente la aplicación del sentido de verdad a lo expresado en una obra de arte literaria. El libro concluye con un curioso ensayo sobre la estilística de Alfonso Reyes, en la que Nyenhuis encuentra que, para el autor regiomontano, dicha disciplina es la actividad central en el estudio de la literatura.
II
El segundo libro, sobre el Cantar de los Cantares, es de un talante muy diferente al primero. Se trata, nada menos, del primer libro sobre temática religiosa publicado por su autor fuera del espacio eclesiástico. (En la segunda solapa hay una lista de otros materiales de Nyenhuis publicados previamente.) Para llegar a eso, hay que imaginarse a Felipe Garrido, director de la editorial Jus, recibiendo el original del volumen: un conjunto de lecciones dominicales de la parroquia presbiteriana Berith (Coyoacán, México, D.F.), en donde ha sido pastor durante décadas, expuestas como tales hace algunos años, y preguntándose: “¿Es viable publicar este material en el formato original en el que fue concebido y expuesto?”. Se entendería que al presentarlas de esa manera a un público no adicto a la iglesia, la editorial y el autor el autor se arriesgaron muchísimo, pues el estilo y la práctica eclesiástica de los cuales procede el libro literalmente se atreven a “invadir” otros territorios mediante el acercamiento detallado a uno de los libros eróticos más importantes de la antigüedad clásica, con todo y su ropaje religioso y su sorprendente inclusión en el canon de los libros sagrados. Fue una decisión muy valiente, hay que reconocerlo.
Inevitablemente, viene a la memoria el esfuerzo sostenido que hizo Ricardo Garibay por comentar, con su pasión característica, versículo por versículo, este libro, sobre todo en su programa de radio dedicado a las grandes obras literarias. La manera en que el escritor hidalguense divulgó el contenido del
Cantar sigue siendo un modelo de rigor y búsqueda de valores estéticos en obras ya consagradas por la tradición.
Siempre será digno de agradecimiento cualquier acercamiento a las Escrituras por personas versadas en Biblia, literatura y teología. La versión de la Biblia que utiliza Nyenhuis no es, como el señala, la “antigua” de Casiodoro de Reina, publicada en el exilio en 1569, pues de ser así obligaría al lector a confrontarse con un texto de esa época, es decir, en un español arcaico. Estamos ante la misma Biblia que educó literariamente a Carlos Monsiváis, por lo que, para un lector poco familiarizado con esta traducción el dato suelto que coloca Nyenhuis en el pórtico del libro no necesariamente le ayudará en su lectura. No, el autor utiliza más bien una de las revisiones (1960) de esa vetusta traducción, prohibida en su momento para utilizarse en su espacio geográfico y natural. Acaso el pasado misionero de Nyenhuis lo traicionó un poco a la hora de referirse a la Biblia utilizada. Pero lo que llama más la atención es que el libro combina observaciones eruditas con una intención un tanto moralizante, aun cuando se subraya cuidadosamente el trasfondo que las prácticas conyugales y sexuales del Medio Oriente le proporciona al contenido del poema. Nyenhuis se sitúa bien ante los riesgos de alegorizar demasiado el poema, como sucedió tantas veces en la historia de la lectura cristiana de las Escrituras hebreas.
Una cosa que puede reprocharse a Nyenhuis en esta nueva oportunidad (lo hemos hecho a propósito de otros comentarios bíblicos y doctrinales) es su falta de contextualización en el ambiente mexicano y latinoamericano. Sus más de 40 años de residencia en México no logran reflejarse más que escasamente, pues las conexiones que establece con la literatura española son mínimas y deja de lado la interesante producción poética latinoamericana alrededor de este gran poema, pues allí sobresalen, por sólo citar un par de ejemplos, la mexicana Concha Urquiza y el chileno Juvencio Valle. Lo mismo podría decirse sobre otros autores que han dejado profunda huella en los estudios sobre este libro bíblico, como es el caso de Luis Alonso Schökel, que Nyenhuis conoce tan bien. (Además, con este par de libros, Nyenhuis muestra una veta muy diferente a la de sus demás artículos y libros encaminados únicamente a defender “la sana doctrina”.)
Con todo, el recorrido por el
Cantar representa un verdadero tour de force a través de una de las cumbres de la literatura erótica de todos los tiempos, pues a la necesidad de disfrutar sus virtudes literarias, cuyos detalles son expuestos en varios momentos (la identificación de las cuatro voces que resuenan en el libro es muy importante, así como su estructura: pp. 34-36), el autor agrega el énfasis moral mencionado. Acaso las palabras con que el autor explica las intenciones divinas con respecto a este libro, resumen la manera en que un poema como éste debe leerse de manera integral:
La poesía siempre quiere decir más de lo que las palabras dicen. Tiene un excedente de sentido. En la Biblia, Dios emplea la poesía con frecuencia precisamente por este poder de la poesía. En el Cantar, donde Dios nos habla del amor humano y la fidelidad, la poesía es el instrumento de Dios para comunicar su mensaje. Pues, ¿cómo vamos a entender el amor entre Dios y su pueblo (que Dios mismo compara al amor entre esposos) si no entendemos el amor entre esposos?” (p. 39, énfasis original).
En otras palabras, los textos sagrados transmiten un mensaje trascendente no sólo porque atienden a la proyección de una revelación divina, sino porque muchas veces su alto valor literario puede ser capaz de causar tal impacto en quienes los lean que los capacita para acceder a sus propósitos más profundos. Hace mucho tiempo que se maneja el concepto de teopoética para referirse al fenómeno de evocación estética y manifestación del mensaje religioso, simultáneamente.
Seguramente no faltará tampoco quien plantee objeciones a una perspectiva como ésta a la hora de acercarse a un poema erótico como el
Cantar, pero hay que decir que, como obra introductoria, se trata de un buen esfuerzo de síntesis que cualquier persona puede disfrutar. Finalmente, puede afirmarse que, con este par de libros, Nyenhuis pasa de la teoría interpretativa a la práctica específica de análisis por medio de un estudio sistemático de un libro tan importante de la Biblia. Los resultados de este análisis saltan a la vista y muchos lectores/as se beneficiarán de ellos y desearán profundizar en el estudio de tan magnífico poema.
(Gracias a la generosa iniciativa de la editorial Jus, que convocó a un concurso de reseñas sobre sus novedades, el próximo 4 de mayo me reuniré nuevamente con mi profesor de Teología reformada y Hombre y cultura en América latina, cursos que, a pesar de todo, me han acompañado [y atormentado] durante un cuarto de siglo. No olvido los versos que se auto-dedicó un día: “En esto sé que soy viejo:/ en que oigo de mis pasos eco”. Los años no han pasado en vano…)
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