No obstante, durante el mes de julio del año 1994
la prensa lanzó la singular noticia de una mujer italiana que había conseguido quedarse embarazada y tener un bebé a la avanzada edad de 63 años (El País, 19.07.94). Muchos titulares se formularon la pregunta:
¿madre o abuela? Al parecer se trataba de una madre que tres años atrás había perdido a su hijo de 17 años en un accidente automovilístico. Con el fin de paliar el tremendo dolor que esta muerte le produjo decidió volver a tener otro, para lo cual recurrió a la fecundación “in vitro”. Después de múltiples trámites legales y burocráticos consiguió que le implantaran un óvulo de otra mujer, fecundado artificialmente mediante esperma de un donante. La estimulación hormonal que durante un cierto tiempo se le aplicó permitió que el embrión anidara correctamente en su útero y a los nueve meses dio a luz un niño que le fue extraído por medio de cesárea.
En la Biblia se relatan también varias historias de mujeres estériles que gracias a la voluntad de Dios concibieron y dieron a luz hijos sanos, como los casos de Rebeca, la esposa de Isaac (Gn. 25:21); Raquel, esposa de Jacob (Gn. 30:1); la madre de Sansón (Jue. 13:2) o Ana, mujer de Elcana (1 S. 1:2). Sin embargo, sólo se mencionan dos situaciones en las que al problema de esterilidad se le añade también el de la avanzada edad. En efecto, tanto Sarai, mujer de Abram, como la esposa de Zacarías, Elisabet, -que sería la madre de Juan el Bautista- además de ser infértiles habían alcanzado ya la edad de la menopausia.
En el caso de Sarai el problema, que ha venido constituyendo una piedra de tropiezo para los críticos racionalistas de todas las épocas, es que tal promesa se hizo cuando Abram rondaba ya los cien años de edad y ella tenía alrededor de noventa (Gn. 17:17). ¿Quién se podía creer una cosa así? ¿No era una propuesta que, desde la lógica humana, merecía tomársela a risa? Pues eso es precisamente lo que hizo Sarai cuando se enteró de tal promesa, "se rió" porque "le había cesado ya la costumbre de las mujeres" y pensó: "¿después que he envejecido tendré deleite, siendo también mi señor ya viejo?" (Gn. 18:12). Pero, lo cierto es que Dios insistió en ese extraño pacto y le prometió al noble patriarca que por medio del hijo que le había de nacer, Isaac (que significa "risa"), su descendencia sería tan numerosa como las estrellas del firmamento. Y, en efecto, así ocurrió.
Pues bien,
aquello que durante la ‚poca de los patriarcas bíblicos fue un auténtico milagro de la omnipotencia divina, hoy parece poder hacerlo también la tecnología científica. La cuestión que se plantea en la actualidad no es si se puede o no hacer, sino si es éticamente conveniente hacerlo.
El caso concreto mencionado de la sexagenaria italiana que consiguió ser madre a su avanzada edad, así como de otros que han sucedido después, pueden servirnos para el análisis ético de este tipo de partos postmenopáusicos. Si bien es verdad que los sentimientos de una madre que acaba de perder a su hijo son fácilmente comprensibles, también es cierto que la pretensión de quedarse embarazada a cierta edad resulta completamente irracional. No saber, o no querer, aceptar la edad real que se tiene y pretender por todos los medios la gestación de un bebé ¿no constituye, ya de por sí, motivo suficiente para un adecuado tratamiento psicológico? ¿No sería más eficaz, en tales casos, el recurso al psicólogo que el embarazo postmenopáusico? Desear un niño para que ocupe el vacío dejado por el primer hijo perdido no es algo que sea necesariamente negativo, sin embargo, existe el peligro de convertir al segundo en una especie de doble sustituto del primero ¿sería esto deseable para la formación del hijo que se anhela e, incluso, para los propios padres? ¿Podría caerse en un exceso de cariño, o en una sobreprotección por parte de la madre, que perjudicara el normal desarrollo del pequeño?
Al bebé que se concibe en tales condiciones ¿no se le está obligando a crecer con unos padres de edad avanzada que quizás no puedan ayudarle cuando él todavía lo requiera? ¿Podría esto provocar traumas en el hijo o la hija? Si realmente algunas personas necesitan tanto satisfacer el deseo maternal a cierta edad ¿por qué no recurrir a la adopción de niños con problemas? ¿No sería mejor canalizar el amor materno ayudando y educando a criaturas huérfanas con deficiencias físicas o psíquicas, a quienes generalmente las parejas habituales no desean adoptar? Desde la perspectiva ética esta última posibilidad parece bastante más equilibrada que el recurso apasionado a una gestación fuera del tiempo natural.
Es muy posible que la medicina consiga prolongar artificialmente, o incluso reactivar en las mujeres, el período de ovulación y que esto mejore las condiciones de vida al retrasar los síntomas de la vejez. Es evidente que todo aquello que contribuya a fomentar la salud humana ha de ser bien recibido. No obstante, el recurso a métodos irreflexivos o imprudentes que atenten contra la vida y libertad de las futuras personas será siempre algo que se deberá evitar.
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