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A los pobres siempre

Sí. Respiro por la herida. Para qué negarlo. (Recuerdo a Luis Ruiz cuando imposibilitado de asistir a nuestro seminario de Lima, Perú, en noviembre de 2007 dijo que nos envidiaba a los que iríamos, pero no con esa envidia santa tan propia de nosotros sino con aquella otra, la mala, la que corroe; es decir, que de verdad le dolía no poder estar en la cita peruana y lo reconocía hidalgamente.)
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 13 DE MARZO DE 2010 23:00 h

Nací y me crié en un hogar humilde precisamente en la ciudad de Concepción, tan tristemente famosa por estos días, no tanto por encontrarse muy cerca del epicentro del terremoto del 27 de febrero y por la cantidad de edificios, casi nuevos, que se vinieron al suelo con las consiguientes muertes que todos lamentamos sino por los tan publicitados saqueos.

Y aunque la vida me ha dado muchísimo más de lo que les ha dado a muchos de los de mi clase, nunca he hecho alarde de esta circunstancia ni he renegado de mis orígenes. No he querido ni podría. Me siento muy cómodo entre los míos. Nunca aprendí a tomar el té con el dedo meñique alzado y formando con él un coqueto semi círculo. Ni a decir: «¡Sí, pos hombre, fíjáte tú!» usando para ello una voz impostada. No compagino con aquellos que, sin que lo vayan a conseguir jamás, intentan identificarse con los de la clase a la que no pertenecen. Un Pérez nunca alcanzará a un Subercaseaux a menos que sea un Perez-Cotapo, en tal caso, a lo mejor; ni un Silva a un Ruiz-Tagle. Misión imposible es la de un Fernández tratando de ponerse al mismo nivel que un Errázuriz. Por eso, prefiero quedarme con mi modesto Orellana Salazar este último apellido que me diera mi madre, de origen judío, según afirman algunos. Recuérdese que, como decía en un artículo anterior, Chile es quizás el país latinoamericano con más marcadas clases sociales; por eso, en esto de los intentos de unos de alcanzar a las alturas de otros, cabe traer de nuevo a colación aquella estrofa del bolero «Mar y cielo» tan famoso en mis tiempos de muchacho:
El mar y el cielo se ven igual de azules
y en la distancia parece que se unen
mejor es que recuerdes que el cielo es siempre cielo
que nunca nunca nunca el mar lo alcanzará
permíteme igualarme con el cielo
que a ti te corresponde ser el mar.

Somos, hoy por hoy, tan pocos los que sacamos la voz por los pobres, que bien vale la pena correr el riesgo de apostar a perdedor. Y a propósito de apostar, seguramente habrás oído el cuento de aquel tipo que por varias noches seguidas soñó con una voz que, en tono entre imperativo y sugerente, le decía: «¡Juégale al cinco! ¡Juégale al cinco! ¡Juégale al cinco!» Convencido que estaba a punto de hacerse millonario, juntó toda la platita que pudo, se fue al hipódromo y le jugó todo al caballo número cinco. Y el caballo número cinco llegó quinto… ¡Plop!

No dejo de pensar en los alcances socio-teológicos de aquella declaración de Jesús cuando, dirigiéndose a sus discípulos, les dijo: «A los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis» (Mateo 26:11). Estas palabras parecieran dar carácter oficial a la pobreza. Claro, siempre ha habido pobres, desde que el mundo es mundo, incluyendo a la primera pareja cuyo apellido Pérez (perez…eréis, si comiereis, etc., etc.), los identifica como de la clase pobre. Y no solo los ha habido sino que los sistemas que los crean no paran de producirlos en serie de día y de noche.

Para establecer normas que permitieran al pueblo de Israel vivir decente y respetuosamente como nación, Dios instituyó una serie de leyes que protegieran a los pobres de los ricos. No para eliminar las diferencias sino para que estos no abusaran demasiado de aquellos. Dentro del concepto del Año del Jubileo, por ejemplo, la Ley Mosaica establecía, entre otras cosas, lo siguiente: «Si su hermano empobrece, ustedes tienen la obligación de ayudarlo, tal como harían con un extranjero; de esa forma él podrá seguir viviendo entre ustedes. Teman a Dios y dejen que su hermano viva con ustedes. No le cobren interés por el dinero que le presten. Recuerden: No le cobren interés. Denle al costo cuanto necesita. No traten de hacer ganancia a costa de su pobreza… Si un israelita empobrece y se vende como esclavo, no deben tratarlo como a un esclavo común sino como a un servidor a sueldo o como un huésped. Él les servirá solamente hasta el año de jubileo. Entonces, ese año quedará libre junto con sus hijos, y podrá regresar a su familia y a sus posesiones» (Levítico 25:35-41, Nueva Biblia al Día).

¡Bendito año de jubileo! Sin embargo… Copio del Diccionario Ilustrado de la Biblia, de Caribe, p. 351: «Según la tradición rabínica, la ley del jubileo no se observó después del destierro. Tampoco parece haberse cumplido estrictamente antes del destierro, pues de lo contrario no se explicarían las quejas de los profetas contra los acaparadores» («Oíd esto, los que explotáis a los menesterosos, y arruináis a los pobres de la tierra, diciendo: ¿Cuándo pasará el mes, y venderemos el trigo; y la semana, y abriremos los graneros del pan, y achicaremos la medida, y subiremos el precio, y falsearemos con engaño la balanza, para comprar los pobres por dinero, y los necesitados por un par de zapatos, y venderemos los desechos del trigo?»)

Una cosa es lo que Dios nos manda que hagamos y otra es lo que nosotros hacemos.

Escribo a raíz del terremoto de Chile y algunas de las situaciones que han quedado a flor de suelo como consecuencia del sismo.
Se ha hecho un caudal inusitado de los saqueos, lo cual deploramos y nos avergüenza primero por ser chilenos y segundo por ser penquistas. Aunque, como afirma el periodista Jorge Ramos, a quien estaré citando más adelante, ha quedado demostrado que el terremoto no partió a Chile en dos sino que dejó claro que hay dos Chiles.

Uno de estos Chile no ha salido a saquear tiendas, pero sí no se ha tardado en politizar los hechos. Y, más que eso, en desempolvar y sacar a la luz pública el mismo espíritu clasista que salió a relucir en 1973. En aquel tiempo, todo lo que hacía el gobierno, todo, era malo. Y todo lo que hacía la oposición, tratárase de lo que se tratara, todo, era bueno. Había que reprimir a la chusma, la chusma saqueadora. Dos Chiles. Bien apuntado, Jorge Ramos. Y me alegra que sea un observador mexico-americano quien lo diga. Y este Jorge Ramos, que procura mantener la objetividad que da credibilidad a un comunicador cuando da opiniones.

Hoy, comenzando por Sebastián Piñera quien durante los días del sismo y siguiente era solo el presidente electo actuó, con la complicidad de los medios como si ya estuviera al frente de la nación, se criticó frontalmente al gobierno de la presidenta Bachelet lo que no dejó de sugerir que tales críticas respondían a una bien planificada estrategia para lo que vendría a partir del jueves 11 de marzo, día en que el poder pasaría de veras a manos del que se esforzó por dar la impresión que tenía todas las soluciones no solo para levantar a un Chile caído sino para levantar a un Chile mil veces mejor del que recibía.

Mientras las autoridades de gobierno trataban de organizar la ayuda y la ciudadanía entera seguía adolorida la tragedia de los más desposeídos (porque ellos fueron los que sufrieron) había un sentimiento de dolor y de recogimiento. A alguien se le ocurrió hacer una teletón, llamaron a don Francisco y con él, comenzó el show. Ya no había dolor, había fiesta. Se buscaba dinero, es cierto, y para que llegaran los que tienen el dinero con sus jugosos cheques, había que armarles una buena pachanga de música, bailes y risas. Dos Chiles. Uno, el que veía cómo se las arreglaba para velar a sus muertos en plena calle, para ver dónde pasarían la noche y cómo conseguirían algo de alimento para los niños; y el otro, el de las platas, acudiendo a la teletón a dejar sus aportes. El Chile rico ayudando al Chile pobre. Alguien podría preguntar: «¿Y qué tiene eso de malo?» Respondemos: «Nada. Solo que hay dos Chiles: uno, el que tiene y otro, el que no tiene». Y cuando el que tiene saca su chequera y escribe una suma con muchos ceros, la brecha entre ambos Chiles se hace mucho más profunda que la peor grieta dejada por el peor de los terremotos.

Copio a Jorge Ramos, de su artículo «Dos Chiles tras el sismo» aparecido en la página 10 A, Perspectiva, de El Nuevo Herald de Miami, el martes 9 de marzo, de 2010:
«Concepción, Chile.– No es que el terremoto de 8.8 grados haya roto a Chile en dos. No. Lo que pasa es que el sismo dejó al descubierto que en realidad hay dos Chiles (y siempre los ha habido). Uno es el Chile que nos vendieron en el exterior: moderno, vanguardista, exportador, el de los tratados de libre comercio, casi primer mundo. El otro es el Chile que no invitaron a la fiesta, el que no se subió al camión del desarrollo, el de las mayorías pobres que olvidaron los que habitan el Palacio de la Moneda y los de los rascacielos intactos de Santiago. Es el «Chile bárbaro», según me comentó el escritor y diplomático Jorge Edwards. Siempre ha estado allí, me dijo. Pero muchos no lo veían. Hasta que el velo cayó con el temblor. La mejor prueba de la existencia de estos dos Chiles surgió durante los disturbios en esta ciudad de Concepción a pocas horas del sismo. Tomó a todos por sorpresa. Miles de chilenos de ese Chile olvidado se sintieron desconectados y totalmente aislados del resto del país y del gobierno central. Y se lanzaron a las calles a saquear tiendas y supermercados. Unos sí, iban por comida para los suyos. Otros simplemente aprovecharon la situación y se llevaron televisores de plasma y refrigeradores en una ciudad que no tenía ni electricidad. Con razón, muchos chilenos reprobaron los robos y saqueos. Pero, como me dijo el cineasta Jorge Ulla, la marginación no se puede ocultar. En Chile, como en el resto de América Latina, el 10 por ciento más rico acumula más de la mitad del ingreso. Y los más pobres siguen siendo terriblemente pobres y apenas sobreviven. Esos son los que se quejaban de la falta de ayuda. Esos son los que reprimió el ejército cuando la presidenta Michelle Bachelet por fin se decidió a enviar a los soldados a controlar los disturbios. Entiendo la reticencia. Desde la época de Pinochet los soldados no salían a reprimir a la población. El mismo padre de Bachelet murió durante la dictadura. No fue una decisión fácil, pero se tardó mucho en tomarla... El miedo de los chilenos al ejército parece hereditario. No he visto a ningún pueblo latinoamericano respetar (o temer) tanto a su ejército. «Aquí no vuela ni un pájaro sin autorización» me dijo, sin bromear, un militar. Y los periodistas también nos tuvimos que someter. Sólo pudimos entrar a Concepción con un salvoconducto de los militares. El toque de queda únicamente permitía a la gente salir de sus casas por 6 horas al día para abastecerse de agua y comida. Pero a veces era una labor imposible… El problema de fondo en Chile no son las grietas dejadas por el terremoto ni las poblaciones ahogadas por el maremoto. No. El problema de fondo es que una parte del país se echó a correr con la modernidad y no se dio cuenta de que detrás dejaba a millones, sin esperanza y sin manera de alcanzarlos. Como si fueran placas tectónicas chocando, la sociedad acaba de tener un adelanto de lo que está por venir. Y si no libera esa tensión causada por la desigualdad, la próxima revuelta pudiera ser la grande. El resentimiento de los que quedaron atrás salió con furia durante el temblor. El reto de Piñera es unir a esos dos Chiles en uno solo. Si no lo hace, el país corre el riesgo de explotar».
 

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