miercoles, 3 de julio de 2024   inicia sesión o regístrate
 
Protestante Digital

 
 

Insomnio

Volver a casa (II)

Las cosas tenían un tacto extravagante esa noche. Suaves donde debieran ser consistentes, escurridizas en los mármoles y los granitos, luminosas en los rincones oscuros. A la oscuridad de mi salón le faltaba algo.
EL ALMA DEL PAPEL AUTOR Noa Alarcón Melchor 20 DE FEBRERO DE 2010 23:00 h

Por la ventana abierta había entrado la brisa de la noche, con sus ambulancias lejanas y los coches del cruce, hasta que caí en la cuenta de que yo no había abierto la ventana: y entonces, de la oscuridad del salón salió un señor vestido de caballero estrafalario. No podía reconocer su voz, no le conocía de nada. Pero me sonaba su cara.
- Señora mía, tranquilícese, he venido a dejarle un recado.

Don Quijote se sentó en mi sofá y toda su armadura rechinó.
- ¿Usted abrió la ventana? –le dije al fin.
- Sí, hace calor en este infierno de ciudad, igual que todos los endemoniados infiernos de ciudades modernas de este mundo…

Y yo me senté también en el sofá.
- ¿Qué recado? –le digo.
- Que me deje las grandes empresas a mí.
- ¿Y qué quiere decir con eso?

Pero Don Quijote ya no estaba. Con la penumbra uno siempre se arriesga a que sus pupilas no capten la poca luz como debieran, y aunque no le viera consistentemente, su voz ya no estaba. Al encender la luz, todas las cosas, visiones y tactos del salón habían vuelto a su sitio de siempre, pero en una concordancia extraña, todo estaba impregnado de un mínimo olor a papel viejo.

No voy a pedirle explicaciones a nadie, ni tan siquiera a Dios, que en Su opinión, Él es partidario de dejarnos superar el dolor poco a poco. Ni voy a hacerme preguntas, porque la pena me anda confundiendo. He pasado unos días tan terribles de incertidumbres y traiciones obtusas que nada de lo que pueda pasar dentro o fuera de mi mente me sorprende. Por lógica, no por convicción, sé que no me han dejado sola. No es la sensación que tenía, hasta que esa noche descubrí a Don Quijote en el salón. No sé qué ha querido decir. No quiero enfrentarme a grandes empresas, ni emprenderlas. Nada en esta vida importa tanto como para que no me dejen en paz ahora. Pero ya sabemos todos que este hombre siempre estuvo un poco trastocado.

Y pensé que se había equivocado de casa hasta que algunos días después, ya sin sorprenderme de que mi salón se convierta de noche en una confluencia mística, salí al sentirme deslumbrada por mi helecho iluminado. Mi pequeña planta prediluviana rezumaba luz, y un señor descalzo se arrodillaba a su lado, y susurraba. Y me miró cuando pasé el quicio de la puerta, me miró bastante molesto.
- Descálzate –me dijo con una voz profunda-, estás en lugar santo.

Le hice caso. Las baldosas del suelo estaban frías.
- No es un lugar santo –le dije cortésmente-, es mi casa.
- Sí, un lugar santo.
- Pero eso no es una zarza ardiendo, es un helecho iluminado.
- ¿Y tú cómo estás tan segura de la diferencia?
- No, no estoy segura en absoluto.
- Respeta este lugar santo, entonces.

Me arrodillé junto a Moisés en la esquina del salón, frente al helecho. Me acerqué y le susurré señalando la planta:
- ¿Está Dios ahí?

Pero Moisés se había ido, y la planta seguía igual de inocente y apática que siempre, con sus grandes hojas sin esporas fotosintetizándose sin conciencia. Si Dios habitaba mi helecho, debía ser un Dios muy silencioso y apático, y no tengo noticias de ello.

 
Igualmente, pensé, no son los personajes de novela los que me empezaron a acompañar las noches, a no dejarme dormir, y darme extraños mensajes. Tampoco es que yo, prendida de sinsabores, hubiera podido dormir por mí sola. Era otra noche más, callada, sencilla, la ventana entreabierta a mediados de septiembre, me tapaba con la sábana y estaba recostada de lado, cuando todo se volvió irreal y siniestro. Desde el salón, Ana Frank me llamaba enfadada. Y salí allí.
- ¿Por qué todos estáis enfadados conmigo? –le pregunte a Ana.
- Porque te comportas como si el fin del mundo te hubiera pasado por encima, cuando aún duermes tranquila en tu cama.
- No duermo tranquila.
- Pero duermes en tu cama. No te han tocado a ti, ni han tocado tu casa. Ni a tu familia. Sólo te han contrariado y te has adueñado del dolor del mundo. No está en peligro tu vida, ¿de qué tienes miedo?

Ana Frank se me acercó y traía consigo el olor tétrico y nauseabundo de un cementerio. Nada de la niña bonita que escribía un diario inocente. Me daba miedo.
- ¿De qué tienes miedo? –me siguió diciendo en la penumbra con los ojos encendidos de rabia-. No vas a morir, no van a matar a tu familia delante de tus narices, no te van a torturar, ni a masacrar, ni vas a tener que mirar impávida cómo exterminan a tus vecinos y a tus amigos, a aquellos por los que tú darías la vida. No estás viendo el fin del mundo: sólo te han llevado la contraria –me señaló mi cuarto con un dedo que se extendió lentamente frente a mí-. Métete en la cama y deja de llorar. Mañana todavía va a salir el sol, y hay vida allí afuera. No me obligues a volver aquí.

Y tal así fue, que me despertó un rayo de sol, y conservaba dentro el atolondramiento de la conversación con Ana Frank, cruel y despiadada, pero no le quitaba la razón. Me estaba comportando como una niña mimada a la que no le regalan el pony rosa volador.

Me puse las zapatillas, porque mis pies reclamaban el frío impulso del asfalto, y salí a caminar hacia mi trabajo, o hasta lo que antes era mi feudo. Al girar la esquina que me bajaba hasta la entrada, sin embargo, un viento cálido y seco se chocó contra mi cara, y me cegó, y cuando abrí los ojos, la ciudad y el asfalto habían desaparecido, y en su lugar un río atravesaba un desierto, como una larga herida azul que se pierde en el horizonte.

Nada puede explicar el silencio repentino, el calor del sol, el aire fresco. Un niño se paró junto a mí y me reclamó allí abajo. No tendría más de cuatro años. Me agaché y él me señaló aquel horizonte.
- Por ahí está el mar. De aquí vinimos nosotros. Mis padres querían volver a casa, pero no les dejaron pasar.
- ¿Qué sitio es este?
- Es el Éufrates. Ésta es nuestra casa.
- La de tu familia.
- No… la tuya también. Es la casa de todos, de donde salimos todos, adonde siempre esperamos volver.

Y sin decirme nada más, el niño empezó a andar lejos de mí.
- Me voy a buscar a mi hermano.
- ¿Cómo te llamas? –le grité.

Se giró y me sonrió con toda la inocencia del mundo.
- Me llamo Caín.

Cuando la ciudad regresó, se me quedó enredado en el pelo el polvo del desierto, y asustó a los que antes habían sido mis compañeros cuando pasé la puerta. Igualmente, no ofrecía una imagen muy buena: en chándal, con unas zapatillas viejas y llena de polvo cual Lawrence de Arabia recién venido de una expedición.

Saludé calladamente y me encaminé al despacho principal. Llamé a la puerta y aquel hombre joven sonrió con cortesía al verme, pero se le veía un poco asustado.
- Venía a pedirte disculpas –le dije a mi antiguo jefe-, porque cuando me fui de aquí me fui pensando que era el fin del mundo, y me comporté mal. ¿Sabes? Ana Frank tiene razón, a esto no se le puede llamar sufrimiento.
- ¿Sufrimiento? Te fuiste por una razón muy concreta.
- Sí, que me prometisteis un puesto que no estaba disponible, quién sabe por qué, y yo me cabreé y me largué. Por eso, pido perdón por enfadarme.
- ¿Te encuentras bien?
- ¿Lo dice por el…? -señalé el polvo en mi ropa-. Vengo de dar un largo paseo. Pero sí, estoy bien. Mejor que antes, la verdad. Pensaba que se acababa el mundo, y sólo era cabreo. Ya lo hablamos en su momento, lo sé. Pero estaba muy enfadada con vosotros.
- Pues… -mi antiguo jefe, creo, hacía cosas raras buscando, supongo, el botón de emergencias bajo la mesa.
- No, no vengo a reclamaros nada. Aparte de que no podéis pensar por vosotros mismos, sino que pensáis por los que se llevan el dinero de vuestro esfuerzo y eso ya da bastante pena… En el fondo me alegro de haber dejado las cosas claras. A mí no me importa tanto esta empresa. Este no es un lugar santo como para dedicarle ese respeto, sólo es un trabajo, y las grandes empresas le sientan mejor a Don Quijote. Yo sólo quiero regresar a casa.

Lo sé. Puso la cara que ponen los cuerdos cuando se sienten intimidados por un loco, pero me sentí mejor. Y salí de allí igual que había entrado: por la puerta.

El cielo de aquella mañana se había quedado teñido del color del cielo del desierto, sin saber aún muy bien dónde había estado. Y pasé el resto del día recuperándome de la larga herida que había atravesado mi alma, y a la que yo había alimentado a base de sal y vinagre para que no cicatrizase.

Me quedé dormida tarde, y aún en el duermevela, el cielo claro del desierto volvió a deslumbrarme encima de mí. Mi techo no estaba. Miré y mi cama tampoco. Y me levanté del suelo arenoso del desierto, y estaba en pijama. Y él estaba ahí. Nunca se le ve bien la cara, aún en medio de la luz, pero su voz es inconfundible.

Me señaló el horizonte más allá del río.
- Allí está el mar.
- No se ve nada más que desierto.
- Esa es la maravilla. Allí está toda la civilización, pero aquí empezó todo, aquí y ahora, donde ya no queda casi nada.
- ¿Podemos mojarnos los pies en el agua? –pregunté.
- Claro, estás en tu casa.


Artículos anteriores de esta serie:
 1Disipar sombras 
 

VALORA EL ARTÍCULO (0)











 


0
COMENTARIOS

    Si quieres comentar o

 



 
 
ESTAS EN: - - - Insomnio
 
 
AUDIOS Audios
 
La década en resumen: teología, con José Hutter La década en resumen: teología, con José Hutter

La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.

 
Intervalos: Disfruten de la luz Intervalos: Disfruten de la luz

Estudiamos el fenómeno de la luz partiendo de varios detalles del milagro de la vista en Marcos 8:24, en el que Jesús nos ayuda a comprender nuestra necesidad de ver la realidad claramente.

 
2020, año del Brexit 2020, año del Brexit

Causas del triunfo de Boris Johnson y del Brexit; y sus consecuencias para la Unión Europea y la agenda globalista. Una entrevista a César Vidal.

 
7 Días 1x08: Irak, aborto el LatAm y el evangelio en el trabajo 7 Días 1x08: Irak, aborto el LatAm y el evangelio en el trabajo

Analizamos las noticias más relevantes de la semana.

 
FOTOS Fotos
 
Min19: Infancia, familia e iglesias Min19: Infancia, familia e iglesias

Algunas imágenes del primer congreso protestante sobre ministerios con la infancia y la familia, celebrado en Madrid.

 
X Encuentro de Literatura Cristiana X Encuentro de Literatura Cristiana

Algunas fotos de la entrega del Premio Jorge Borrow 2019 y de este encuentro de referencia, celebrado el sábado en la Facultad de Filología y en el Ayuntamiento de Salamanca. Fotos de MGala.

 
Idea2019, en fotos Idea2019, en fotos

Instantáneas del fin de semana de la Alianza Evangélica Española en Murcia, donde se desarrolló el programa con el lema ‘El poder transformador de lo pequeño’.

 
VÍDEOS Vídeos
 
Héroes: un padre extraordinario Héroes: un padre extraordinario

José era alguien de una gran lealtad, la cual demostró con su actitud y acciones.

 
Programa especial de Navidad en TVE Programa especial de Navidad en TVE

Celebración de Navidad evangélica, desde la Iglesia Evangélica Bautista Buen Pastor, en Madrid.

 
Primer Congreso sobre infancia y familia, primera ponencia Primer Congreso sobre infancia y familia, primera ponencia

Madrid acoge el min19, donde ministerios evangélicos de toda España conversan sobre los desafíos de la infancia en el mundo actual.

 
 
Síguenos en Ivoox
Síguenos en YouTube y en Vimeo
 
 
RECOMENDACIONES
 
PATROCINADORES
 

 
AEE
PROTESTANTE DIGITAL FORMA PARTE DE LA: Alianza Evangélica Española
MIEMBRO DE: Evangelical European Alliance (EEA) y World Evangelical Alliance (WEA)
 

Las opiniones vertidas por nuestros colaboradores se realizan a nivel personal, pudiendo coincidir o no con la postura de la dirección de Protestante Digital.