Cuando vi la parte de su discurso que difundió la televisión y
le escuché leyendo del Deuteronomio vino a mi memoria mi propia experiencia de la década de 1960, cuando yo mismo leí pasajes como ese del Antiguo Testamento o la Epístola de Santiago del Nuevo, ante auditorios de universitarios ávidos de sentido en la vida y de justicia social. Eran tiempos en que el marxismo era la “buena nueva” que se proclamaba en las aulas desde muchas cátedras y en que muchos movimientos estudiantiles habían hecho del Che Guevara su ideal de vida.
Partiendo del mensaje de pasajes como esos de Deuteronomio o Santiago que leía en público con detenimiento, y que muchos escuchaban por primera vez en su vida, me era posible pasar a hablar de la creación divina y de la cruz y la resurrección de Jesús y el sentido de la historia, y de la responsabilidad humana ante el juicio divino. Aquellos pasajes conectaban con la inquietud estudiantil y cuando después de hablar respondía a todas las preguntas que se me hacían el diálogo podía durar varias horas y siempre resultaba esclarecedor. A veces se reunían centenares de estudiantes y lo que les atraía era la posibilidad de dialogar que los profesores de izquierda y de derecha, por igual, rara vez les permitían.
Muchos estudiantes creían que la Biblia era un libro sobre sotanas, celibato, novenas, cirios y misas. No faltaban estudiantes marxistas que decían que la Biblia había sido escrita por la clase dominante judía para mantener adormecidas a las masas de Palestina.
Lo que me fue enseñando la experiencia es que en aquella década muchos líderes evangélicos se sentían incómodos con esos pasajes, especialmente los misioneros estadounidenses, y que si alguna vez predicaban sobre ellos tenían tendencia a espiritualizarlos. Al final de esa década aparecieron las
teologías de la liberación y nos presentaron un tremendo desafío a los evangélicos que tratábamos de pensar nuestra fe, de “hacer teología”. Porque estas nuevas teologías, mayormente católicas, recurrían al uso de la Biblia, lo cual era una novedad en los ámbitos intelectuales, y en esa nueva lectura de la Biblia había un gran desafío para quienes decíamos que creíamos en la autoridad de la Biblia y que la tomábamos en serio. Y tuvimos que responder en dos formas. Por un lado surgió la
Fraternidad Teológica Latinoamericana y personas como Emilio Antonio Núñez, René Padilla y este servidor escribimos sobre la fe evangélica y las teologías de la liberación.
Pero una respuesta polémica y apologética no era suficiente. Era necesario también plantearse qué deben hacer en la práctica ciudadana los evangélicos que se toman en serio toda la Biblia y que no se limitan a usar textos fuera de contexto.
Al conectar con el movimiento de Lausana que surgió del famoso Congreso de Evangelización de1974 en esa ciudad suiza, apareció el concepto de misión integral que ha ido desarrollándose como una práctica de servicio a las necesidades humanas que trata de tomar en serio toda la Biblia y todas las dimensiones de la necesidad humana. Por eso tengo mucho respeto por personas como
Juan Simarro cuyo discurso sobre responsabilidad social evangélica brota de una práctica.
Esta noche de domingo 7 he escuchado al periodista Carlos Mendo, especialista en cultura y política estadounidense, entrevistado por Antonio San José en su programa “Cara a cara” de CNN+. Compartió información que todos conocemos sobre la participación del Presidente Zapatero en el famoso desayuno. Contó que en una conversación con el nuevo embajador de Estados Unidos en España, Mr. Solomon, éste le confió que había conversado con el Presidente sobre el tema y que le había recomendado que leyese algo del Sermón del Monte. Mendo hizo referencia a que el embajador es de origen judío.
No está de más recordar a mis lectores evangélicos que pasajes del Antiguo Testamento como el que leyó el Presidente en Deuteronomio no pertenecen a “otra dispensación” y en consecuencia nos podemos olvidar de ellos. Acertó el embajador porque la enseñanza de Jesús no se puede separar del Antiguo Testamento, de la Ley, los Profetas, los Salmos y los libros sapienciales, y que en todos ellos hay referencia a la justicia social.
A mis lectores interesados en seguir escudriñando sobre estos temas les recomiendo un libro magistral de Chris Wright,
Conociendo a Jesús a través del Antiguo Testamento. Redescubriendo las raíces de nuestra fe (Barcelona: Andamio, 1996). He mencionado a tres autores cuyos libros hay que leer hoy en bibliotecas porque se han agotado sin re-editarse. De Emilio Antonio Núñez,
Teología de la Liberación. Una perspectiva evangélica (Miami: Editorial Caribe, 2da edicion 1987); de C. René Padilla
Misión integral (Buenos Aires: Nueva Creación, 1986) y si me perdonan la inmodestia, mi librito
La fe evangélica y las teologías de la liberación (El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 1987).
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