La semana pasada tuve la oportunidad de viajar al norte de México, a Chihuahua. Estuve en ciudad Cuauhtémoc, lugar al que en 1922 llegaron los primero colonos menonitas a los que el gobierno revolucionario del presidente Álvaro Obregón les concedió permisos de establecerse. En aquel tiempo la hoy ciudad era apenas un caserío en el que hacía alto el tren. Los menonitas decidieron salir de Canadá, a causa de que el gobierno de ese país quiso obligarles a asimilarse al sistema educativo nacional. Entonces algunos líderes iniciaron la búsqueda de lugares donde se les garantizara el respeto a sus creencias religiosas y cultura, sin que fuesen coaccionados para renunciar a su forma de organización social y formas de escolarización propias.
Uno de los descendientes de aquellos peregrinos,
Pedro Rempel, nos compartió a otra persona compañera de viaje y a mí pormenores del éxodo que sus antepasados debieron iniciar hacia finales del siglo XVI y principios del XVII para huir de la persecución que en su contra desataron las iglesias territoriales (católica y protestantes). En el siglo XVIII y XIX tuvieron refugio en Ucrania y partes de Rusia. Con la llegada de la Revolución Bolchevique sus márgenes de libertad se vieron severamente acotados. En consecuencia deciden emigrar al Nuevo Mundo. Se establecen en Canadá y, como antes referimos, tras ver en peligro su peculiar sistema religioso, social y económico; toman la decisión de hacer el largo viaje para asentarse en México. El país, entonces, vivía la turbulencia de la Revolución iniciada en 1910. Los emisarios de los menonitas lograron el beneplácito del presidente Álvaro Obregón, compraron grandes extensiones de tierras y con los años, y tras esforzados trabajos, transformaron esos campos en extensiones muy productivas. Hicieron realidad lo que medio en broma, y medio en serio, se dice sobre ellos y ellas, primero se mencionaba a los menonitas de Chihuahua, hoy la expresión es distinta: Chihuahua de los menonitas.
Para guardar la memoria de la identidad menonita y su asentamiento en México, cerca de ciudad Cuauhtémoc se localiza el Museo de Historia y Cultura Menonita. El año pasado lo visitaron 22 mil personas. Ahí se enteraron de quien fue Menno Simons (1496-1561), el sacerdote católico holandés que en enero de 1536 rompe con Roma e inicia su compromiso con el anabautismo pacifista. Menno pertenece a lo que George Williams denomina la Reforma Radical, desafortunadamente la monumental obra con éste título está agotada en su edición castellana publicada en México por el Fondo de Cultura Económica.
El principal impulsor y cerebro del Museo Menonita es don Pedro Rempel, menonita étnico y cristiano evangélico preocupado porque el pueblo menonita conozca sus raíces bíblico-teológicas. A la entrada del Museo hay un pequeño espacio en el que se venden libros. Antes de recorrer las salas de la exposición, y la consecuente explicación de don Pedro, me detuve a hojear uno por uno los volúmenes en venta.
Para mi agradable sorpresa había un título cuyo autor reconocí, por haber leído antes obras de él en su lengua original, el inglés. Se trataba nada menos que de
un libro de historia narrativa sobre el anabautismo: The Anabaptist Story: An Introduction to Sixteenth Century Anabaptism, pero ya traducido al castellano con el título
La historia de los anabaptistas, revolucionarios del siglo XVI: Una introducción al anabaptismo del siglo XVI, bajo el sello de Publicadora Lámpara y Luz.
El autor es William R. Estep, y el libro ya va en su tercera edición en inglés. Es justamente esta edición a la que corresponde la traducción de la Publicadora Lámpara y Luz. En 1975 la Casa Bautista de Publicaciones tradujo la primera edición que en inglés vio la luz en 1963. La misma está agotada desde hace varios años, pero aunque fuese reimpresa su valor sería poco en comparación con la revisada y sustancialmente ampliada tercera edición. Entre la primera edición en inglés y la tercera hay veintitrés años de distancia y un mayor conocimiento del autor sobre su objeto de estudio. Así que mis estudiantes ya podrán adquirir el libro que con frecuencia les refería en clase, pero que para ellos y ellas era de difícil acceso por no poder leer fluidamente el inglés. Y todo gracias a que en la pequeña librería del Museo Menonita se preocupan por rastrear la existencia de literatura sobre el anabautismo, la adquieren, importan y ponen a la venta.
La obra de Estep cumple muy bien su objetivo, el de ser una introducción a un movimiento extenso y complejo, el anabautismo. De manera organizada y bajo terribles amenazas de persecución y muerte, algunos discípulos del reformador Ulrico Zwinglio deciden romper con él y practicar el bautizo de creyentes, ya no de infantes. Es así que en la fría noche del 21 de enero de 1525, en casa de Félix Manz, Jorge Cajakob le pide a Conrado Grebel que, en obediencia a la enseñanza de Jesucristo, le bautice. Acto seguido Cajakob bautiza al resto del grupo, diez personas. Manz, Grebel Cajakob y los demás presentes en el sencillo acto entendían que el mismo era contrario a lo normado por la Iglesia oficial, que encabezaba Ulrico Zwinglio, y que por lo tanto podrían sufrir graves represalias. No obstante decidieron actuar en consecuencia con sus creencias y comprensión del Evangelio. Buscaban restituir el cristianismo, no reformarlo. En nuestra próxima entrega ahondaremos en ello.
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