De esta manera, la tiranía fascista de Chiang fue reemplazada por la tiranía comunista, todavía más virulenta.
Cuando Patty dejó el libro, me dirigió la gran pregunta: ¿El totalitarismo es el mismo, sea dentro del comunismo o del fascismo?
Bien, pensé,
cualquier ideología puede conducir al totalitarismo. Totalitarismo significa, simplemente, que el Estado, o sea, el Gobierno, ejerce un control completo sobre la vida pública e incluso la privada.
En consecuencia, si analizamos a Hitler (un fanático de derechas) y Stalin (un fanático de izquierdas) encontramos que eran muy parecidos en este aspecto. Uno prometió una raza dominante, el otro el paraíso de los trabajadores. Pero ambos erigieron dictaduras totalitarias, en las cuales el estado controlaba los medios de comunicación, la economía y todos los demás aspectos de la sociedad.
Así que mi respuesta a Patty fue que el comunismo y el fascismo eran, sencillamente, disfraces económicos y políticos para el impulso totalitario que, hasta cierto punto, ha tentado a todos los gobernantes humanos a lo largo de la historia.
Sin embargo, como ya he expuesto en varios de mis libros,
Occidente ha resistido más el impulso totalitario gracias a nuestra herencia cristiana y a la Reforma Protestante.
El experimento occidental de la democracia liberal, que donde está mejor plasmado es en los Estados Unidos, consigue que haya
un gobierno representativo, con un equilibrio de poderes, diferentes esferas de soberanía, y la supremacía de la justicia a través de la Ley. Todos ellos son baluartes contra los totalitarismos.
Pero el astuto francés Alexis de Tocqueville, observador de la democracia americana, ya previno que incluso América podía descender hasta alcanzar un despotismo blando. Esto podría ocurrir, advirtió, si el pueblo llegase a esperar de sus líderes electos que se preocupasen primordialmente de ellos y de sus necesidades ¿Te suena familiar?
No obstante, pienso en otra forma en la que la democracia puede deslizarse hacia el totalitarismo, y es cuando los fundamentos morales de la sociedad se erosionan tan peligrosamente que la gente llega a ser fácilmente maleable. En esta situación la sociedad se convierte a un relativismo moral, como sucede hoy en América; ya no creen ni en el bien ni en el mal. Así, tanto la cultura popular como las élites educativas y políticas nos enseñan que el principio fundamental es que está mal emitir juicios morales sobre alguna persona.
La tolerancia se ha convertido en la suprema virtud pública.
Cuando esto ocurre, sin embargo, es porque alguien impone la tolerancia. Los llamados árbitros culturales, como los medios de comunicación, los intelectuales o los líderes políticos se encargan de indicar lo que es obligatorio decir y aquello de lo que no hay que hablar en los foros públicos.
Si no, fijaos lo que le sucedió al comentarista político Brit Hume cuando opinó que a Tiger Woods le convenía experimentar y conocer el cristianismo. Fue totalmente ridiculizado por expresarse en este sentido.
La semana pasada hablé acerca del anuncio en TV de Tim Tebow, que se anunció que iba a ser emitido durante la Super Bowl. En el spot él explica cómo su madre, a pesar del consejo médico, había decidido aceptar los riesgos y seguir con su embarazo en vez de abortar. Grupos de mujeres pro abortistas se subieron por las paredes, pidiendo que la CBS retirara el anuncio.
Esta situación es semejante al despotismo blando del que advertía Tocqueville, la tiranía de la tolerancia, donde las élites culturales buscan eliminar de la vida pública americana la libre expresión de las opiniones morales.
Y esto, amigos míos, es un totalitarismo que surge de una forma inesperada. Y lo hace de una manera tan sutil que puede llegar a cogerte por sorpresa, de forma que te despertarás un día y comprobarás que has perdido tu libertad.
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