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Se buscan lectores

«Trae, cuando vengas, los libros…»
(2 Ti. 4:13)
«Entretanto que voy, ocúpate en la lectura»
(1 Ti. 4:13)

Buscando documentarme para escribir sobre el tema del título, acudí, de nuevo, a mi insondable y generosa amiga la Internet. Y m
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 30 DE ENERO DE 2010 23:00 h

Hablando de efectos, hace un tiempo descubrí otro que seguramente usted lo conocía desde siempre: el efecto mariposa. Y lo he estado usando porque a ALEC le ha venido como anillo al dedo debido a la similitud que podría haber entre el aleteo modesto y sin ningún tipo de aspavientos de una mariposa con el quehacer de ALEC, también modesto y sin que nos desvivamos por llamar la atención de nadie. El efecto mariposa establece que «si agita hoy, con su aleteo, el aire de Pekín, una mariposa puede provocar una tormenta en Nueva York el mes que viene». ¿No me cree? Pues si no me cree, comuníquese con Edgard Lorenz. (Él ya murió pero puede encontrar sus hallazgos en la Internet.)

Pero el efecto Mateo nos ha dejado preocupados. Se basa (y esto lo digo para los que no sabían de su existencia) en la parábola de los talentos contada por Jesús y que se encuentra en el Evangelio de Mateo 25:14-30. Según esa parábola, y de acuerdo a interpretaciones que se hacen de ella, el rico tiene todas las posibilidades de hacerse cada vez más rico y el pobre de hacerse cada vez más pobre. Es interesante. Jesús dijo: «Al que tiene, denle más; y al que no tiene, aun lo que tiene, quítenselo y sáquenlo de mi presencia» (paráfrasis del autor).

Algún día volveremos sobre este asunto porque a lo mejor aquí tenemos, un poco escondida, la explicación de este fenómeno tan evidente en el día de hoy en que hay tan pocos con tanto, y tantos con tan pocos. Y mientras el mundo languidece con millones y millones de personas que padecen hambre, unos cuantos no hallan qué hacer con la plata y compran casas en la playa, casas en las montañas, viajan por los siete mares en sus yates, surcan los cielos en sus aviones privados y manejan, desde algún lugar entre la tierra y el cielo, el movimiento de las bolsas de Nueva York, Tokio, la India y ahora Shangai. En mi tierra se decía: «La plata (o el dinero) llama a la plata»; es decir, el que tiene, cuenta a su favor con la posibilidad de tener más. Y el que no tiene, cuenta a su disfavor con la casi seguridad de que siempre será un «pobre diablo» económicamente hablando.

Quizás en eso se basó el que compuso ese tango que cantaba con toda su gracia y talento el gran Alberto Castillo:
El que tiene un peso, quiere tener dos
El que tiene cinco, quiere tener diez
El que tiene veinte busca los cuarenta
Y el de los cincuenta quiere tener cien.
Todos queremos más.
Todos queremos más.
Todos queremos más
Más y más, mucho más.

Desde que en mis divagaciones desprovistas de toda profundidad teológica y sólo inspiradas en mi derecho de periodista inquisidor (alguien que inquiere, no alguien vinculado con la Inquisición) vine a parar en aquella orden que Dios dio a los israelitas que se aprestaban a abandonar Egipto (y que conste que no estoy censurando ni a Moisés ni a Dios, solo pregunto) diciéndoles, según Éxodo 3:21-22: «… cuando salgáis, no vayáis con las manos vacías; sino que pedirá cada mujer a su vecina y a su huéspeda alhajas de plata, alhajas de oro, y vestidos… y despojaréis a Egipto». Y Éxodo 12:35-36: «E hicieron los hijos de Israel conforme al mandamiento de Moisés, pidiendo de los egipcios alhajas, de plata, y de oro y vestidos. Y el Señor dio gracia al pueblo delante de los egipcios, y les dieron cuanto pedían; así despojaron a los egipcios».

Me pregunto, digo, ¿De qué les sirvió tanto oro, plata y vestidos si a poco andar convirtieron, si no todo, mucho de aquello en un becerro al que adoraron y ante el cual danzaron, seguramente echando al vuelo los vestidos que las mujeres egipcias les habían dado? «Y tomó [Moisés] el becerro que habían hecho, y lo quemó en el fuego, y lo molió hasta reducirlo a polvo, que esparció sobre las aguas, y lo dio a beber a los hijos de Israel» (Éxodo 32:22). ¿Será por eso que los ciudadanos de esta nación llevan el oro en la sangre?

«Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores». (El texto dice «dolores», no «dólares».)
¿A qué viene todo esto del efecto Mateo si de lo que quieres escribir es de la necesidad de buscar lectores? Pues, la verdad es que no tengo idea así es que lo dejaré, por hoy. Solo una cita más, tomada del blog de Tío Petros. Dice: «Existe un principio fundamental en ciencia, que es el principio de no autoridad. Afirma dicho principio que la importancia y relevancia de una determinada afirmación, teoría o trabajo científico es independiente de la importancia, relevancia o estatus de su autor». ¡Me parece bien! Esto significa que Einstein puede decir un disparate y yo una genialidad sin que eso haga de él a un disparatado y de mí Ungenio. ¿Así es, verdad?

Vamos, entonces, al asunto. Se buscan lectores. Estos, como los brujos, existen solo que cuesta encontrarlos.

ALEC, la Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos que de alguna manera representamos, ha venido invirtiendo tiempo, energía y unos cuantos dolores en formar escritores. Escritores cristianos que produzcan en forma permanente manuscritos de tal calidad que las editoriales no puedan resistir la tentación de publicarlos.

Dentro de tres días, del 1 al 7 de febrero de 2010, estaremos celebrando en la ciudad de Miami nuestra anunciada Cumbre con la que queremos hacer un alto en el camino al haber cumplido diez años de vida. Y, si Dios quiere, orientar el movimiento en la forma más eficaz posible para los siguientes diez años.
No obstante que creemos que hasta aquí se ha logrado bastante, nos asaltan una duda y una preocupación. La duda. ¿Habremos estado enfocando adecuadamente nuestra visión? La preocupación. ¿Cómo variar nuestra estrategia de modo de hacer un impacto mayor en nuestra sociedad hispanoamericana, sea religiosa o secular?

Todo esto surge del temor casi indiscutible de que nuestra gente no lee. Las editoriales publican, los autores escriben, las librerías distribuyen pero el porcentaje de lectores que tenemos en América Latina es alarmantemente bajo. ¿Cómo sobreviven, entonces, las casas publicadoras en español? Quizás porque comprar un libro no significa necesariamente leerlo. Mientras escribo, miro el estante que tengo en mi oficina. Y mis ojos tropiezan, uno tras otro, con libros que he adquirido por la vía que sea pero que aun no he leído.

En conexión con la Cumbre a la que hacemos referencia, hemos tratado de interesar a algunos pastores y líderes cristianos para que establezcan una biblioteca en sus iglesias. Les ofrecemos, como base, ejemplares de nuestros propios títulos; les ofrecemos ayuda logística para echarla a andar; la búsqueda de una persona idónea que funcione como bibliotecaria, instrucciones para que esta persona organice el movimiento de libros, apoyo para conseguir de editoriales y distribuidores obras que puedan incrementar la cantidad de volúmenes. Todo, sin costo alguno para las iglesias por el servicio. Seguimos esperando respuestas.

Loida Ortiz, coordinadora de Publicaciones de las Sociedades Bíblicas Unidas, tendrá a su cargo en la Cumbre de ALEC una charla sobre el tema: «Cómo puede la iglesia en Hispanoamérica despertar en los niños y adolescentes el amor por la lectura». En otras palabras cómo encontrar lectores que le den tiraje a la chimenea y nuestros libros pasen de las estanterías a las manos de nuestra gente que necesita alimentar sus espíritus con comida espiritual saludable y nutritiva.

¡Olvidémonos de los viejos y concentrémonos en los niños! Porque de los tales es el reino de los cielos.

ALEC tiene muchos desafíos por delante; pero, sin duda, el concentrarnos en nuestra gente menuda quizás sea el mayor de ellos. En este contexto, es hasta posible que en los próximos diez años nos dediquemos a buscar lectores entre ellos y entre los jovencitos y jovencitas adolescentes lo cual, a mediano y a largo plazo puede transformarse en la versión nuestra de la tormenta que el aleteo de una mariposa en Pekín puede provocar en Nueva York.
«No nos cansamos de tratar de hacer las cosas bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos» (paráfrasis de Gálatas 6.9 del autor).
 

 


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