Agárrense: Jesús Gil, Nieves Herrero, Núria Bermúdez, el padre Apeles, Jordi González, Coto Matamoros, Belén Esteban, Aramis Fuster, Tele 5 casi en pleno (bueno, menos las series, aunque al ser foráneas tampoco me imagino a las Mama Chicho paseando palmito en una sala de despiece de
CSI), María Patiño o los engendros surgidos de la saga de
Gran Hermano (camino de tener más secuelas que
Star Trek), desde Kiko hasta Fresita, pasando por Aída Nízar (será muy popular, pero la he llegado a ver presentado un concurso estafa de los de horas intempestivas), María José y el chico ese de la pierna encima o un hombre que resultó ser una mujer (o al revés), que eso despierta siempre a la narcotizada audiencia.
Creía, pues, haberlo visto todo en materia de televisión estercolero (es para no repetir basura, que lo tengo muy gastado), pero decido revisar la lista de candidatos para representar a España en el próximo festival de Eurovisión y resulta que la cantante (¿?) con más votos (y destacadísima, oigan) es una tal Popstar Queen, alter ego de (atención, fanfarrias y luces láser) Karmele Marchante, la pesadilla de Mariñas, el azote de tonadilleras y nietas de dictadores enganchadas a los ansiolíticos o a cosas peores, la reina madre de los platós-mataderos de famosos desde ese ejercicio de verdulería que fue, hace unos añitos, la
Tómbola de Canal 9 hasta el actual
Sálvame de la tele de ese señor italiano. Candidatas a destronarla ha habido varias, pero no han podido con ella, y eso que han sido muchas las que se han esforzado en vestirse un buen delantal de charcutero para mancharlo de vísceras varias, ya sea Lídia Lozano, la antes citada Patiño (alumna muuuuy aventajada, eso sí), la blanca Igartiburu (no se dejen engañar por las formas, el fondo es el mismo) o las amas del calabozo del patio televisivo matutino de la historia reciente de la tele, o sea, la Campos, la escritora (ejem) Ana Rosa y otras aspirantes (entre las que se cuentan representantes de carreras que empezaron con dignidad y que han ido cayendo en picado, estilo Griso o García Campoy).
Todavía es pronto para hablar del festival más petardo de la historia de la música (la OTI se esforzó en su tiempo, pero se quedó en un aire más entre
crooner de telenovela estilo Francisco, que tenía su qué, y folklore andino). Eurovisión en España equivale, desde hace unos años, a un desfile de personajes que, dicen, cantan, y que sirven para dar vidilla a las arcas de Televisión Española (RTVE para los amigos) y para reflotar un certamen que hace tiempo que perdió el rumbo del éxito mediático en el continente (no el del interés, que para eso han desfilado gente como Alf Poyer, Dana Internacional o Lordi, entrañables seres de los que ya hablé en el artículo
Eurovisión: votos, vecinos y frikis del 25 de mayo del 2009). Para recuperar el supuesto prestigio que el festival tuvo en el tardofranquismo gracias, especialmente, a nombres como Salomé y Massiel (¡anda!, si no la he citado antes en la lista de engendros de la telebasura actual. Bueno, lo hago ahora), España lleva años enviando (sin demasiada fortuna) a
triunfitos varios (Rosa y Beth, por ejemplo) o a propuestas de una calidad ínfima (y luego dicen que no ganamos porque los países vecinos se votan entre sí) como D-Nash, Son de Sol, las Ketchup o la pobre Soraya, que el año pasado en Moscú quedó penúltima.
Hace un par de años, para huir del sopor, la gente votó en masa al Chikilicuatre de Buenafuente y compañía. ¿Era una broma? Sí. ¿Era justo que participara en detrimento de músicos profesionales que se buscan la vida? Quizá. Pero fue un toque de atención a la falta de calidad de buena parte de esos músicos, estancados en unos clichés, de nuevo, a medio camino entre la estética
triunfita y la de Mónica Naranjo, pero a años luz de su chorro de voz.
En el caso de Karmele, la oferta ya no suena tanto a transgresora, a broma entre amigos que acaba creciendo hasta tomar forma. Lo de Karmele forma parte de una muy estudiada puesta en escena de una marca. Nada que objetar si eres una lata de cola o un equipo de fútbol, pero estamos hablando de una plataforma (el Festival de Eurovisión) usada para aumentar más la popularidad (y llenar más sus bolsillos, claro) de esta cutre reinona de pelo oxigenado. Después de revisar parte de los candidatos aceptados por RTVE tampoco es que haya nada digno de ser portada del Rockdelux, pero sí que se detecta dos tipos de propuestas: la de gente que aspira a ser alguien en este mundillo y la del típico grupete de amigos que crea una canción resultona, un video más que ingenioso y que, casi sin darse cuenta, se cuela gracias al apoyo popular de miles de votantes. Lo de Karmele, pues, es un insulto hacia toda ese gente y hacia una profesión. Para rizar el rizo, se habla ahora de que el tema plagia una antigua canción franquista (¡sobre Gibraltar!) y que Karmele puede quedar fuera del concurso. ¿Y qué? Eso sería un dolor de cabeza para cualquiera de los otros aspirantes, que vería cortados sus anhelos. Pero Karmele quiere potenciar la marca, darle más valor y popularidad, y lo del plagio lo consigue todavía más.
La 55º edición del festival reunirá el 29 de mayo en Oslo, de nuevo, propuestas frikis con otras más soporíferas que una balada de Michael Bolton, otras mezclando folklore y pop (que a veces hasta ganan) y otras con ritmos entre spaghetti disco y chill out, las que habitualmente suelen acabar en cabeza con ese tono que hace que muchos digamos eso de “esta sí que es una canción buena para Eurovisión”.
Volviendo a Karmele, recomiendo visionar (con moderación, ya que perjudica la salud) su vídeo-clip (infumable) e intentar aguantar más de treinta segundos la tortura que supone esa ¿voz? y esa ¿canción?, titulada “Yo soy un tsunami”. En varios foros se reclama que RTVE ofrezca ir a Eurovisión a algún nombre consagrado (no entraré a valorar calidades, ahí cada uno tendrá sus gustos) como Amaral, Fangoria o La Quinta Estación, pero por algo será que esa idea no cuaje, evidenciando un claro rechazo de estos grupos a formar parte de un show demasiado cerca del frikismo (aunque eso no debería molestarle, a priori, a la
fangoriana Alaska).
Aunque TVE acaba de anunciar que expulsa a Karmele del concurso, da lo mismo el que acuda o no a la capital noruega. Igual ahora que no va decide comprar una franquicia de club de fútbol para llegar a disputar la UEFA o monta un partido político y aspira a presidir el Gobierno o a colocar un concejal en el ayuntamiento de su pueblo. ¿Jugará contra el Villareal o el Atleti? ¿Se sentará cerca de Moratinos o Rajoy? No, pero estará creando más y más marca, Karmele S.A., mientras la nave nodriza (Tele 5) verá como su audiencia sigue fiel a su nauseabunda parrilla.
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