Hasta ahora, muchas legislaciones han venido prohibiendo la formación de embriones para el uso directo de la investigación como material biológico. Sin embargo, esto ha cambiado y algunos científicos desearían investigar sobre embriones para “progresar”, para que la medicina pudiese tener más conocimientos sobre el modo de comportarse de las células madre. Y con frecuencia se afirma que así se podrían curar, enfermedades como el Alzheimer, el Parkinson o algunos daños irreparables en la columna vertebral, en el sistema sanguíneo o en otros órganos del cuerpo humano. Un razonamiento que se realiza habitualmente es el siguiente: como sobran embriones congelados, ¿por qué no utilizarlos para dichas investigaciones?
Hay que reconocer, en primer lugar, que la investigación científica que pretende hacer que la medicina progrese y se puedan curar enfermedades dolorosas es legítima y correcta. No obstante, toda investigación debiera someterse a unas reglas éticas para no dañar de ninguna manera los intereses de los seres humanos.
En todos los estamentos de nuestro actual mundo hay personas que procuran actuar bien y otras que no lo hacen. La gran mayoría de los hombres y mujeres de ciencia son personas respetables que hacen bien su trabajo. Sin embargo, algunos investigadores actúan sin escrúpulos, roban patentes, engañan para obtener beneficios económicos, exageran sus logros o inventan descubrimientos falsos para obtener fama, utilizan a pacientes (en ocasiones, niños, ancianos o prisioneros), en países donde la ley no suele ser tan exigente, como si fuesen animales de laboratorio, para experimentar sobre ellos con total impunidad. Es lamentable que, en nombre de la autonomía de la ciencia, se haga el mal y se llegue a provocar incluso la muerte de seres inocentes. La verdadera medicina existe para servir al hombre, no para dañarlo o servirse de él.
Por desgracia, tales comportamientos se actualizan a propósito del asunto de los embriones humanos.
Desde la óptica de la fe, cada embrión es una vida humana y aunque esté congelado, sigue siendo un hijo. Existe a partir de un padre y una madre, y por tanto, merece respeto y protección.
Es responsabilidad de la ciencia médica buscar vías éticas que persigan el bien de todos, y también de los más indefensos y necesitados de ayuda, de esos embriones que son nuestros propios hijos. Después de crear artificialmente un ser vivo que es susceptible de transformarse en persona, no puede resultar ético destruirlo mediante pretextos científicos.
Toda manipulación del patrimonio genético humano que no persiga curar al propio individuo, sino que procure producir seres humanos seleccionados por su sexo, raza u otras cualidades, va contra la dignidad del ser humano.
No obstante,
la cuestión primordial aquí es determinar en qué consiste la vida humana. ¿Existen diferencias cualitativas entre embrión y feto? ¿Poseen ambos el estatus de personas? ¿Debe reconocérsele al cigoto la misma dignidad que al bebé recién nacido o al ser humano adulto?
Lo contestaremos en los artículos de estos dos próximos domingos.
Continuará.
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