Y relacionarlas con catástrofes que de cuando en cuando ocurren en nuestro planeta.
«El terremoto de Haití es un castigo de Dios a una nación perversa e idólatra». Me lo dijo ayer una creyente mientras almorzábamos. «En el año nosécuantito Haití hizo pacto con el diablo» añadió. ¡Qué tal! Alguien que de pie escuchaba, se sintió inspirado a dar su propio veredicto: «Dios ha castigado a una nación idólatra y en oscuridades espirituales». Pat Robertson, un destacado líder cristiano de los Estados Unidos, y cuya palabra para muchos sigue siendo casi divinamente inspirada, ha salido a decir cosas parecidas. «Haití está siendo azotada por su alejamiento de Dios. Haití, en un extremo de la isla, pobre y abatida;
Dominican Republic, en el otro extremo, de pie y solvente». Seguramente para cuando este artículo vea la luz pública, muchas voces se habrán levantado para contradecirlo y para apoyarlo. (Mientras escribo, llegan a mi computador dos vídeos: uno en el que este líder expone sus ideas respecto de Haití y el terremoto del martes recién pasado; y otro del embajador de Haití en los Estados Unidos en que desmiente muchas de sus afirmaciones.)
Mientras este viernes 15 de febrero de 2010 me dirigía a la oficina, escuchaba a un pastor diciendo por radio que en Haití más del noventa por ciento de la población se considera cristiana.
Y que pese a que se registra un elevado sincretismo en el que la fe pura se mezcla con movimientos espiritualistas que poco o nada tienen que ver con el cristianismo bíblico se debe reconocer en este país hermano la existencia de una iglesia activa y pujante.
Un noventa por ciento me parece mucho. Regateemos un poco, como lo hizo Abraham con Dios respecto de los planes divinos de destruir Sodoma y Gomorra. Digamos que el porcentaje no es de noventa sino de sesenta. ¿Todavía demasiado? Pues, bajémonos otro poco. ¿Qué te parece Señor un treinta? ¿Aun es mucho? Pues sigamos bajando. Si a Abraham le tuviste paciencia, tenla con nosotros también. ¿Qué tal el veinte? ¿El quince? ¿El diez por ciento de creyentes en Haití? ¿Todavía es mucho? Recuerda que
Haití tiene diez millones y diez por ciento sería un millón. Bien. Entonces, digamos un uno por ciento. Cien mil. ¿Mandarías un terremoto tan terrible, Señor, aun si hubieran solamente cien mil justos en Haití?
En Sodoma y Gomorra, por lo que nos sugiere Génesis 18:33, ni siquiera había diez justos. Pero en Haití sabemos que hay miles de creyentes que adoran y sirven al Dios vivo, el del famoso regateo de Abraham. Esto nos lleva a rechazar con la misma vehemencia de quienes así piensan que el terremoto del martes 12 sea un castigo de Dios.
Los fenómenos naturales, salvo alguna excepción que pudiere haber, no responden a castigos de Dios por mal comportamiento sino que son consecuencias de la ambición del hombre o, simplemente, a fenómenos sin apellido originados sin doble intención en un planeta que se va deteriorando poco a poco. Ni tampoco a manifestaciones satánicas. Porque a veces quienes sostienen esta idea parecieran atribuirle a Satanás más poder que a Dios pues en sus palabras deslizan la posibilidad que no sea Dios sino el diablo el causante de estas desgracias. Ni lo uno ni lo otro.
Si Dios optara por castigar a los mal portados, a los idólatras, a los incrédulos, a los que violan el mandamiento número uno, a los adoradores del dios Oro, de la diosa Fama, de la diosa Riqueza, de la diosa Mentira, de la diosa Indiferencia hacia los valores espirituales, al dios Atropello a los derechos humanos, al dios Devastación del medio ambiente, al dios Exterminio por hambre de millones o al dios Déjame subirme a tus espaldas para llegar más alto y tener más poder, no quedaría nadie vivo. Ni nación, ni pueblo, ni iglesia, ni gente. Esto ya habría llegado a su fin.
Y si Satanás quisiera hacer algo atribuible a su maldad, siempre estaría chocando con la voluntad de Dios quien, en todo, tiene la última palabra. (Léase
1 Reyes 18.20-40 para ver cómo Dios controla, cuando quiere, los ímpetus malévolos de Satanás, en este caso, representado por el dios Baal.)
¡Permítenos, Señor, pedir que baje fuego del cielo y los consuma! ¡Son tan pecadores ellos! No como nosotros que… ¡Ay de vosotros hipócritas, porque dejáis lo más importante: la justicia, la misericordia y la fe. ¡Pobres de vosotros, ignorantes e insensibles! ¿No os he dicho que no juzguéis, ni a la lenta ni a la ligera? ¡No tenéis autoridad moral para juzgar a nadie!
Cuando Juan y su hermano Jacobo le pidieron a Jesús permiso para demandar que descendiera fuego del cielo y consumiera a un pueblo samaritano con todo y sus habitantes, indignado, Jesús les reprochó su crueldad e ignorancia:
«Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas» (
Lucas 9:55, 56).
He ahí el punto: el Hijo del Hombre, ni como Hijo ni como Padre, quiere perder las almas de los hombres sino recuperarlas. Y matar a doscientos mil de un solo terremotazo es perder muchas, demasiadas almas. Y eso no es lo que quiere Dios, ni su Hijo. Ni el cristiano consciente y caritativo.
Volviendo a Haití, es cierto que allí se practica casi como en ningún otro país el satanismo, las ciencias ocultas y la magia negra. Escribo la palabra
casi en itálicas porque con ello quiero sugerir que no estoy seguro que Haití sea, en América Latina, la nación más sumida en el oscurantismo religioso.
Hablaba un día de estos con una creyente cuya actividad es vender seguros aquí en la ciudad de Miami. Y me decía que en ocasiones ha tenido que entrar a algunas de las numerosas «botánicas» que funcionan en la ciudad y cuyo negocio tiene que ver directamente con el satanismo, las ciencias ocultas y la magia negra. Que más allá de la parte delantera del negocio que es donde se exhiben los productos a la venta y a la cual accede la mayor parte de la gente, hay cuartos donde se ven las paredes chorreadas de sangre, plumas por todos lados, animales muertos por el suelo, vasijas llenas de suciedades todo lo cual sirve para invocar a los dioses y diosas que allí se adoran. Montones de dinero y gente que deambula, como sombras, por entre restos de sacrificios o matanza de animales en rodaje. Me decía que «una limpia» con sangre, plumas y patas de pollo cuesta tres mil dólares y que los clientes no paran. Brasil tiene su historia. Y otras naciones latinoamericanas también. Podríamos citar aquí las palabras de Jesús en
Lucas 12.48:
«Porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá».
Hubo una época en que Haití se hizo famosa por la existencia de los
tonton macoutes. No sé si con alguna base o no, se ha dicho (y se han hecho películas y escrito libros sobre el particular) que en Haití, mediante la práctica del vudú se hacía resucitar muertos los que constituían verdaderos pelotones de guardaespaldas y ejecutores asesinos e inconscientes de las órdenes que les daban quienes tenían control sobre ellos.
Voy a la Internet en busca de alguna información extra y me encuentro con que los
tonton macoutes surgieron en la época del presidente Francisco Duvalier quien, junto con su hijo Jean-Claude gobernó dictatorial y cruelmente al país por casi treinta años. Treinta años dejan su huella, sin duda.
Duvalier, que según los registros históricos practicaba el vudú (vudú = Voz de origen africano occidental que significa «espíritu». Cuerpo de creencias y prácticas religiosas que incluyen fetichismo, culto a las serpientes, sacrificios rituales y empleo del trance como medio de comunicación con sus deidades, procedente de África y corriente entre los negros de las Indias occidentales y sur de los Estados Unidos. DRAE, vigésima primera edición, 1997) fue un factor determinante para mantener a su pueblo bajo estas prácticas religiosas y el atraso económico que campea allí. En este ambiente, surgieron las Milicias de Voluntarios de Seguridad Nacional, popularmente conocidas como
tonton macoutes. Esta fuerza militar, creada en 1959, se reportaba directamente a Duvalier. El que comandaba estas tropas como la mano derecha del presidente en esta materia, Luckner Cambronne quien después de la muerte del dictador fue obligado a abandonar el país, se estableció en la ciudad de Miami donde vivió hasta su muerte, en el año 2006. ¿Traería con él a algunos de sus tristemente famosos
zombis? (
Zombi = Voz de origen africano occidental, semejante al congolés
nzambi, dios, y
zambi, fetiche, buena suerte, imagen. En Haití y sur de los Estados Unidos, cuerpo del que se dice que es inanimado y que ha sido revivido por arte de brujería. DRAE.) Jean-Claude Duvalier, quien a los veinte años de edad sustituyó en el poder a su padre, usó a estas fuerzas para permanecer en el poder hasta el día de su derrocamiento en 1986.
A una nación como Haití no se la puede juzgar ni a la lenta ni a la ligera. Hacerlo es ignorar la cantidad de gente respetable y que se esfuerza, luchando contra poderosos gigantes políticos y económicos, por sacar al país de la situación de postración en que se encuentra desde siempre. Para entenderla mejor, valdría la pena leer un poco de su historia, saber cómo y en qué condiciones llegaron la mayor parte de sus habitantes, qué papel jugaron algunas naciones blancas prósperas y respetables como son España y Francia. Y cómo la fe cristiana se abre paso tratando de imponer un sentido de justicia, de dignidad y de respeto a favor de los más débiles.
Algunos datos como para hacer pensar:
- Haití es el país más pobre de América con una renta per capita anual de 560 dólares.
- Más de la mitad de los 10 millones de habitantes vive con menos de un dólar al día y el 78% con menos de dos.
- La tasa de mortalidad infantil es de 60 niños por cada 1000 nacimientos.
- Las infraestructuras son prácticamente nulas y la superficie forestal es de apenas el 2% tras haber sufrido una fuerte deforestación del territorio.
¿Podría atribuírsele este panorama de desolación a la inconsciencia espiritual de los millones de haitianos, o habría que buscarla en otra parte? Pensemos mejor en esto antes de satanizar a un pueblo que merece todo nuestro respeto y nuestro amor como hijos de Dios.
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