Soñé que un BUEN JARDINERO preparó un jardín hermoso. Puso un vallado alrededor del jardín, quitó todo los rastrojos, maleza y malas hierbas que llenaban la huerta y que estaban en las propiedades del dueño de la casa. Labró la tierra la limpió de pedregales y sembró unas rosas en medio de ese jardín. Pero justo en el centro del jardín había una, la más hermosa, la más tierna, la más inocente. Destacaba por si sola, aunque era la más pequeña. Aquella rosa cautivó el corazón de todos los dueños de la casa y del propio jardinero.
El BUEN JARDINERO le dijo al dueño de la casa “cuida de este jardín hasta que yo regrese de preparar otros jardines”. Y el dueño de la casa, contento por la tarea y por la hermosura de ver como el jardín de su casa era el más bonito de todos los que tenía a su alrededor, dio gracias al MAESTRO JARDINERO; y se despidió de El sabiendo que ésta era la tarea más importante de su vida.
El dueño de la casa cada día era más feliz de ver como aquellos pequeños retoños crecían mostrándole al mundo su hambre por conocer, aprender, disfrutar; y ver el color del cielo, el brillo de las estrellas en la noche, la luna como reina y señora mostrando su majestuosidad en medio de sus sirvientas, la brisa que las acariciaba como amigas inseparables y que hacían sacarles una sonrisa de vez en cuando... ¡pero cuando sonreían, ah, cuando sonreían! Entonces el sol las miraba, y su barriga grandota engordaba de felicidad derramando algunos destellos de su resplandor, como premio a tan alto honor de ver cómo las rosas más hermosas del jardín le premiaban con una sonrisa.
La mañana las refrescaba del rocío de la noche. Y al caer la tarde se quedaban embelesadas, cuando el sol se escondía sin saber por qué se tenía que marchar. Todo era nuevo para ellas en aquellas puestas de sol, cuando se esconde. Observaban entusiasmadas el espectacular colorido que recorre el horizonte, que se aprecia tras la valla que las separaba del camino que pasaba cerca de la casa. Sus ojos se prendaban de ternura a la voz del dueño de la casa que les susurraba al oído “sois lo más importante de mi vida el tesoro de mi corazón”. Y así las cuidaba de día y de noche, sin que el cansancio fuese un obstáculo para él.
El dueño de la casa era el hombre más feliz del mundo con solo contemplar la hermosura de su jardín, aunque para él no era un jardín sino más bien un Edén, un trocito de cielo un regalo de Dios. Y pensó “ahora si que soy FELIZ, por esto es por lo que he luchado durante toda mi vida. Nadie me robará la felicidad”.
Pero un día el dueño de la casa, después de tanto trabajar, cansado de regar, replantar, podar y quitar las hierbas que crecían alrededor del jardín, se echó sobre una piedra y el cansancio hizo que se quedara dormido. Y cayó en profundo sueño, pero en el sueño soñó algo terrible...
Vio cómo un jardinero malvado destrozaba otros jardines sin que lo detuviesen, ni le hiciesen pagar por los daños causados. DICEN QUE EL DUEÑO DE ESOS JARDINES SE LLAMABA JUSTICIA. DECIAN QUE ERA INFALIBLE. QUE NO SE EQUIVOCABA NUNCA, BUENO ESO DICEN.
Este jardinero malvado se paseaba con absoluta libertad, burlándose de todos. Y un día que caminaba junto al jardín hermoso y lleno de vida del dueño de la casa, sin temor ninguno destrozó la valla, y al contemplar la rosa que se encontraba en medio del jardín se dijo “cortaré la rosa más bella, la más hermosa de este jardín”. Vio que junto a la rosa había un letrero que decía “no toquen esta rosa por favor, es frágil y débil, está creciendo, llena de vida y aunque sea bonita no tiene aún espinas para poder defenderse de sus agresores”.
El jardinero malvado, sin escrúpulos, valiéndose de su crueldad, sabedor de que sus anteriores barbaries no tuvieron respuesta por parte de sus dueños, saca toda su maldad y coge sus tijeras en las manos para cortar de raíz la rosa del dueño de la casa.
En ese momento despierta del sueño el dueño de la casa, con sus ojos llenos de lágrimas, y con un llanto amargo y profundo. Como si al mismo tiempo que arrancaban la rosa de raíz también arrancaran su alma lentamente, con un dolor profundo que no se puede explicar con palabras. Quizás podría ser como si a un animal le despojasen de su propia piel estando aún consciente, o como si a una fiera le arrancasen el corazón, aún sabiendo que con un zarpazo podría acabar con sus enemigos pero sin poder hacer nada.
EL DUEÑO DE LA CASA PENSÓ: HA SIDO UN SUEÑO ¡QUE ALEGRÍA, ESTO NO ES VERDAD! Y ALIVIADO POR UN MOMENTO SE INCORPORÓ Y SE PUSO EN PIE.
Continúa.
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