Y también de lo humano, porque con pasión, tenacidad y fervor proclama el ateísmo que profesa. Así lo auguraba en su libro
El espejismo de Dios (The God delusion): “
Si este libro funciona tal como yo lo he concebido, los lectores religiosos que lo abran serán ateos cuando lo dejen. ¡Qué presuntuoso optimismo!”(1) Desde luego Dawkins denota tanta fe como arrogancia. Desconozco cuantos conversos ha provocado este libro, pero lo que es real es que este libro se ha convertido en un
best-seller:
Y como toda predicación que se precie no le falta el llamamiento, y desde el buen principio del libro: “
La razón de que muchas personas no se fijen en los ateos es que muchos de nosotros somos reacios a «salir a la luz». Mi sueño es que este libro pueda ayudar a la gente a mostrarse. Exactamente igual que en el caso del movimiento gay, cuanta más gente salga a la luz, más fácil será para otros unirse a ellos.” (2). Y así como Pablo no se avergonzó del evangelio, uno de los mensajes de concienciación de Dawkins es el orgullo del ateísmo: “
Ser ateo no es, en absoluto, algo de lo que avergonzarse.” (3)
Si el ateísmo es verdad, no hay lugar –como algunos pensadores han propuesto- para la desesperación, siquiera para la indiferencia, sino que hay que abrazarlo con verdadero entusiasmo: “
Se puede ser un ateo feliz, equilibrado, moral e intelectualmente realizado. Este es el primero de mis mensajes de concienciación” (4). Bien, hasta ahí denotaría simplemente buena disposición ante la vida (o la suerte de acontecimientos que la han propiciado) pero lo chocante es cuando interviene la selección natural, no para explicarlo todo, sino para mejorar nuestra conciencia (aunque parezca un contrasentido) porque hay poder en ella: “
Y, aunque la selección natural por sí misma está muy limitada para explicar el mundo viviente, puede concienciarnos acerca de la existencia de otras explicaciones que mejoren nuestra comprensión del Cosmos en sí mismo. El poder de explicaciones tales como la selección natural es el segundo de mis mensajes de concienciación.”(5)
Así que parece que para Dawkins la selección natural ya parecía trabajar a su antojo antes que apareciese la vida. Y es en esta comprensión del Universo que parecen distraídos especialmente muchos físicos (no así la mayoría de biólogos, que parecen empapados de ella). Por lo que reinterpreta que cuando los científicos mencionan a “Dios” no se refieren a quien quiera que sea, sino al asombro adquirido ante el Universo, la Naturaleza (nótense las mayúsculas) o las Leyes que rigen a ambos. Para reforzar esta gratuita tesis, hasta el mismo Dawkins tiene que rebajarse y sentirse profundamente “religioso” solo en este sentido (eso sí, sin romper su carné de ateísta presidencial).
Y pone como ejemplo alguna de las cuantiosas referencias hacia Dios que manifestó el científico de más renombre de la era moderna: Albert Einstein, que con declaraciones como: “
Dios no juega a los dados” propone que deberían ser entendidas tan solo como un compromiso personal hacia el determinismo, en lugar de una invocación al azar. Lo inaudito es que llegue a definirlo como ateo por una serie de cartas que le recriminaban no ser más explícito. En realidad, lo único debatible sería si Einstein era deísta (creyente en una inteligencia sobrenatural) o teísta (creyente en una inteligencia sobrenatural interesada en los asuntos humanos) pero Dawkins debería discernir que el gran genio también elaboró las teorías (especial y general) sobre la relatividad con gran ingenio.
En especial parece casi regañar a los físicos, tal vez incluido también su compatriota agnóstico Stephen Hawking (que ha ocupado una cátedra mucho menos pintoresca que la de Dawkins, la misma que ocupara Isaac Newton) por acabar el libro mundialmente famoso
Una breve historia del tiempo apuntando que si se descubriera una teoría completa del Universo, comprendida por todos, sería posible entonces conocer la mente de Dios. Y eso es más de lo que puede tolerar Dawkins: “
Me gustaría que los físicos se abstuviesen de usar la palabra Dios en ese especial sentido metafórico.” (6) Y, desde luego, otros astrofísicos no “creyentes” como Paul Davis no deberían tener perdón de Dios por recibir el premio Templeton.
Y dejando a un lado lo físico, lo que parece afectarle al espíritu es el “inmerecido respeto” y “desproporcionado privilegio” que gozan las creencias religiosas en nuestra sociedad (¡debería aclarar que canales sintoniza y que medios consulta!) y así desea manifestarlo: “
A la luz de esta incomparable presunción de respeto por la religión, he escrito el descargo de responsabilidad de este libro. No voy a cambiar mi modo normal de actuar ofendiendo a nadie; pero tampoco voy a usar guante blanco para tratar la religión con más cuidado que el tengo cuando trato cualquier otra cosa”.
(7)
Advertidos todos y agradecidos de no ser cosa alguna tratada por Dawkins (con guante o sin él) vierte su diatriba más inocente: “
El Dios del Antiguo testamento es posiblemente el personaje más molesto de toda la ficción: celoso y orgulloso de serlo; un mezquino, injusto e implacable monstruo; un ser vengativo, sediento de sangre y limpiador étnico; un misógino, homófono, racista, infanticida, genocida, filicida, pestilente, megalómano, sadomasoquista; un matón caprichosamente malévolo”(8). ¿Un ateo con prejuicios puede preguntarse como este personaje de ficción -que sus autores trataron de presentar como admirable y perfecto- ha podido llegar a ser el más infame entre los infames?.
Pero sus “consideraciones” no acaban ahí, sino que su magisterio continua: “
No es justo atacar un blanco tan fácil. La hipótesis de Dios no debería valer o no valer gracias a su representación menos amada, Yahvé, ni con su insípida cara opuesta cristiana, “Dulce Jesús, dócil y apacible” (para ser justo, esta deshumanizada persona le debe más a sus seguidores victorianos que a Jesús en sí mismo ¿Puede haber algo más empalagosamente nauseabundo que lo que decía Mrs. C.F. Alexander acerca de cómo debían ser todos los niños cristianos ´apacibles, obedientes y buenos como Él´)” (9)
Con todo esto, llego a la conclusión que para que Dawkins valorara una supuesta revelación de Dios (y solo como una condición necesaria), debería existir un único testamento por el que considerara a ese ser simplemente regular (¡vaya, un poco a imagen de los humanos!): ni tan celoso como en el antiguo testamento ni tan bondadoso como en el nuevo!).
Realmente los atributos que confiere a Dios son provocadores (e.g. “delincuente psicópata”, “ser aterrador”), y lo son (quizás sorprenda a alguno) porque provocan que sus adeptos y sus detractores lo repliquemos por doquier y publicitemos su obra: Está claro que Dawkins no sería famoso sin su lenguaje belicoso ni su cinismo recalcitrante. (Nota aclaratoria: Pienso que Dawkins no desea provocar a Dios sencillamente porque no le conoce. Pero especialmente un científico naturalista debería meditar si todas cuantas
Leyes que conoce y
Orden observa deberían no descartar una remota probabilidad que también existiera
Justicia, naturalmente).
Pero resulta menos embarazoso suscribir que la historia de la religión progresa “
desde primitivos animismos tribales, pasando por politeísmos como los de los griegos, romanos, vikingos, hasta monoteísmos como el judaísmo y sus derivados, el cristianismo y el islam” (10). Y es que su turbia exégesis sobre el politeísmo le conduce a un roído compendio teológico acerca de la Trinidad (como derivaciones reminiscentes de épocas politeístas anteriores) acompañados de toda suerte de citas (pretendidamente jocosas) por resultar el concepto trinitario inconcebible por el intelecto humano. ¿Así es que el inconmensurable Dios debería ser comprensible plenamente por nuestra limitada mente? (en todo caso, también añado, ésta sería otra de las condiciones necesarias, nunca suficientes).
Sin embargo, acaba reconociendo Dawkins, el marcado carácter monoteísta del Pentateuco, aunque solo para identificar al culpable: “
un fiero y desagradable Dios, mórbidamente obsesionado con las restricciones sexuales, con el olor de la carne chamuscada, con su propia superioridad sobre los dioses rivales y con la exclusividad de su escogida tribu del desierto”.
(11)
Al margen de su sarcasmo natural-
ista hacia ese único Dios
, que es lo importante (y la contradicción racionalista que luego mucho tiempo después la Trinidad apuntara al politeísmo) su visión desenfocada de la historia antigua no mejora ni con el acercamiento en el tiempo: trasladándose con una pirueta a la época de los inicios de la nación americana afirmando gratuitamente que los padres fundadores de la república hubieran sido ateos en nuestros tiempos.
Pero esto no es lo más disparatado, sino la afirmación:: “
El genio del fanatismo religioso está descontrolado en la América actual, y los padres Fundadores se hubieran horrorizado” (12) Por supuesto, casi todas las citas son de un único presidente, quien si no, Thomas Jefferson; por el cual siente más que devoción. No es necesario decir que su análisis historiador es tan riguroso y tan ponderado como su exposición teológica.
Y sobre esta América actual, parece Dawkins realmente consternado, y, como un anti-evangelista pasional, así desea luchar contra esta lacra, como se luchó por el fin de la segregación racial, para convencer especialmente a políticos, de que hay muchos ateos que no han salido todavía del armario.
Por ello alza su voz de predicador, que no caben medias tintas, que se debe estar con el ateísmo o contra el, que el agnosticismo es de pobres y de cobardes, aunque diferencia los que lo son por principio o por temporalidad mientras no haya una respuesta definitiva (aunque casi la totalidad pertenece al primer grupo yo creo que lo hace por cordialidad a sus colegas agnósticos).
Dejando a un lado el “problema” americano, en el fondo parece resultarle dolorosamente trágico que la inmensa mayoría de personas en el mundo occidental reconozcan no estar totalmente seguros de la inexistencia de Dios. Es por ello que tira de la sátira para admitir que, al fin y al cabo, parece muy escurridizo refutar su existencia, como tampoco es fácil hacerlo del Ratoncito Pérez, la tetera espacial de Bertrand Russell o
el Monstruo del Spagetti Volador.
Aún con ello y como una confesión angustiosa, notas su dolor cuando admite los límites de la ciencia, pero pronto vuelve a la ofensiva cuando advierte que la teología quiera traspasarlos, por lo que no entiende, que muchos de sus colegas científicos puedan ser respetuosos con ella. Realmente, Dawkins ¿sabe algo acerca del respeto?
Continuaremos en el siguiente artículo: Las razones del predicador (II)
1) Richard Dawkins, “El Espejismo de Dios”, Espasa op. cit., p.16
2) Idem, p.15.
3) Idem, p.14.
4) Idem, p.11.
5) Idem, p.13.
6) Idem, p.28.
7) Idem, p.37.
8) Idem, p.39.
9) Idem, p.40.
10) Idem, p.40.
11) Idem, p.46.
12) Idem, p.50.
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