Una nueva separación

Desde nuestra posición, se ve un sinuoso sendero que ha prolongado las horas de ascenso hasta el paso. Lo que queda abajo parece un río de metal oxidado.

El cielo ha sido turquesa, ha pasado a ser rosa pálido, y ahora casi se vuelve oceánico, ese tono de azul que asociamos a lo profundo e indescifrable. Los Andes son monstruosos, encogen el corazón, y todo lo ralentiza, todo lo asusta. No importan las vías horadadas ni las cuevas artificiales que se le hayan practicado (debajo de esta montaña discurre un túnel precisamente), son insignificantes por mucho vehículo pesado que pueda atravesar montañas para ir de Santiago a Mendoza.

Cuando uno repta a la cumbre, y luego hacia el paso estrecho, vislumbrando un punto lejano que luego es una bandera celeste con un sol ciego y albino, resplandeciente hasta para sí mismo… cuando eso sucede, por encima del resuello y el jadeo en las rodillas, se tiene la impresión atávica y real, muy real, de trepar por el túnel del tiempo y de volver a la pegajosidad de los cuentos infantiles que transcurrían en mansos caudales, peñascos imposibles, y animales hambrientos aullando a la luna.

Uno regresa pues a instantes que en una edad temprana eran los que huían de la permanencia para buscar la diversión. Y que a edad adulta regresan para recordarnos que mientras comíamos y trabajábamos, leíamos y buscábamos calor humano, esperábamos el autobús y deshojábamos las hojas del calendario de muchos días vacíos, nuestro cerebro iba endureciéndose, transformando y consolidando imágenes prodigiosas, recuerdos a veces engañosos o exagerados, con un propósito que no podemos definir ni controlar… olores a cítricos, y también las inclemencias de los elementos.

No somos huéspedes de la tierra, sino torpes herederos. Esta frase es la que me deja Salvador antes de separarnos.

Regresa a casa, y yo he de continuar como siempre. Le regalo la tortuga de madera. Le gusta. La tortuga asiente con su cabeza algo desgastada, acrílica y cinética.

Aunque yo no puedo dejar de sentir el peso de la soledad, la figura del Cristo Redentor queda entre nosotros.