Conseguir semen con el fin de introducirlo, mediante instrumentos adecuados, en las vías genitales de la propia esposa es algo claramente diferente de la masturbación que se practica sólo para obtener placer. Se trata de un comportamiento que posee un sentido procreador y que, en la mayoría de las ocasiones, debe hacerse en situaciones incómodas o incluso desagradables.
No es una acción solitaria, individual o egoísta sino todo lo contrario. Lo que se busca es precisamente el altruismo de originar una nueva vida. Se está ante un acto que debe ser contemplado dentro del marco de la pareja que desea tener un hijo, a la luz de esa comunidad de vida y amor que es la familia.
Por otro lado,
no es lícito recurrir al libro del Génesis (38:8-10) para condenar de forma universal y absoluta cualquier tipo de masturbación, como si en todos los casos se tratara de un vicio repugnante. Lo que Dios le echa en cara a Onán no es el hecho de que se masturbara, sino su onanismo, es decir, la acción de no depositar el semen en la vagina de su cuñada y, en lugar de ello, echarlo en el suelo.
Hoy,
masturbación y onanismo son términos que se confunden hasta en los propios diccionarios. Sin embargo, se trata de dos cosas bien distintas. Aquello que desagradó al Señor fue la negación del hermano de Er a cumplir con la ley del levirato. Onán no quería dejar embarazada a Tamar, la mujer de su hermano, porque sabía que la descendencia no se consideraría suya, por eso "vertía en tierra" su semen durante el acto sexual. Este texto no debe utilizarse, por tanto, para condenar la masturbación porque no se refiere a eso.
Lo cierto es que
en la Biblia no existe ni un solo versículo que condene abiertamente el acto de la masturbación.
La pérdida de semen por un hombre o de sangre por una mujer era considerada como una merma de vitalidad, algo así como una cierta disminución del principio vital. Las normas que aparecen en el libro de Levítico (
15:1-33) acerca de la impureza sexual, se refieren siempre a un estado de indignidad ritual que impedía la participación en el culto durante breves períodos de tiempo, pero no se trataba de ningún tipo de castigo ya que no se le daba una culpabilidad moral.
El aislamiento era una medida higiénica que pretendía impedir la propagación por contacto físico de lo que se consideraba una impureza. El flujo anormal de semen (
Lv. 15:2,15) se refiere probablemente a las secreciones genitales de la gonorrea, enfermedad contagiosa que produce una mucosidad de la uretra. La segunda causa de impureza masculina era la pérdida o emisión de semen, que podía ser voluntaria o involuntaria (
Lv. 15:16-17). Tal estado de impureza ritual duraba sólo un día y era necesario que el varón se lavara, así como la ropa manchada. En el fondo de toda esta meticulosa legislación sobre lo puro y lo impuro subyace la preocupación cultual, ya que cualquier profanación o contaminación de la morada del Señor podía castigarse con la muerte.
Es significativo el hecho de que en ninguna de las numerosas ocasiones en que la Escritura se refiere a los abusos sexuales, aparezca para nada el asunto de masturbarse. Ciertos moralistas, forzando el texto, procuran lanzar porciones como
1 Co. 6:9-10; Ef. 5:3 ó Gá. 5:19-21 contra las prácticas masturbatorias, pero estos textos no hablan expresamente de este tema.
Evidentemente, como tantas cosas en la vida, la masturbación puede llegar también a convertirse en un comportamiento pecaminoso, si es que consigue esclavizar a la persona, transformándose en un vicio. No obstante, en el resto de las ocasiones la Palabra de Dios parece guardar un silencio revelador. Y cuando la Biblia guarda silencio, es mejor que nosotros también lo hagamos.
De manera que, en nuestra opinión, la obtención de semen para la inseminación artificial conyugal ni es un acto inmoral o pecaminoso, ni constituye tampoco un atentado a la ética cristiana.
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