El gospel no es la enésima versión machacante de Oh Happy Day (no lo es únicamente, al menos), ni música que sólo es apropiada durante Semana Santa y Navidad en el Corte Inglés. No es un grupo gracioso de gente con túnica en un altar de ambigüedad denominacional. Es un discurso de hondas raíces. Es el resultado de muchos hombros cansados. Es una pregunta y una respuesta, en la que participan los músicos y el público que asiste a sus conciertos, de un modo u otro.
Gospel, como bien sabemos, significa “evangelio”, aunque se piensa que el nombre original es
GodSpell (“la llamada de Dios”), y esto nos concierne a todos los que lo hemos oído alguna vez.
Si algo tiene la música gospel que la sitúa en lugar aparte dentro de este oscuro universo musical es que es totalmente sincera, se lanza directa como un rayo al corazón del oyente, apela a sus sentimientos, no discrimina, no es presuntuosa, no busca la falsa perfección, habla al ser humano en un idioma que puede entender, y lo más importante, del que no se puede desentender.
Te puede gustar más o menos, te puede cansar escuchar gospel durante más de una hora; puedes creer que no ha cambiado, que no tiene estrellas rutilantes en el sentido que lo son las estrellas del rap o del jazz (aunque sí tiene grandes voces como Clara Ward, Aretha Franklin, Al Green o Solomon Burke); incluso puedes pensar que ni siquiera proporciona grandes avances (hasta que se descubre el trabajo reciente del músico Kirk Franklin)… pero es algo que respetas, la industria lo hace igualmente, y todos los años vemos publicidad en todas partes de conciertos procedentes de Nueva York, Mississippi, Québec o Barcelona.
La cultura del gospel es a menudo la única parcela de espiritualidad evangélica que la sociedad deja tranquila y a salvo (siempre y cuando se limite al Oh Happy Day…)
Todos recordamos la inclusión de coros gospel en ámbitos ajenos a la música, digámoslo así, religiosa: en
Tender, de Blur;
Dios tiene un plan, de Siniestro Total; los múltiples ejemplos de Queen; en el trip-hop de Tricky, en los bolsillos de Nick Cave, o el excepcional disco
Two Pages, de 4hero. Y es que el evangelio no se circunscribe a un lugar determinado, sino que puede y debe estar presente en espacios insospechados, en aquellos lugares donde se necesita.
El californiano Ben Harper no renuncia tampoco a esta influencia. En este su octavo disco, recurrió a la ayuda del grupo de gospel The Blind Boys of Alabama para ofrecernos un trabajo de campo, que se aleja completamente de los tópicos del género, optimista y rebelde, para escuchar de una sentada; vital, cercano, humano, muy humano, parte de la base de un gospel somero, realmente sencillo, para dejar en el oyente una sensación muy real de serenidad, de esperanza. El título, una declaración de intenciones total, lo deja claro: There Will Be a Light (Habrá una luz). Pero inmediatamente acude una pregunta: ¿Qué clase de luz es la que se nos promete?
Con este disco, Ben Harper se aleja al mismo tiempo de ese tipo de discurso lleno de buenas intenciones que en ocasiones expone, a pesar de su sensibilidad y su evidente interés por lo espiritual. Sin pretenderlo, en muchas de sus canciones peca de ese desfasado pensamiento de que todos iremos al cielo, porque todos estamos hechos del mismo material vital.
Como lo explica José de Segovia, “a veces su discurso es tan vacío y lleno de frases pomposas, que nos recuerda en lo que se han convertido las declaraciones de otro cantante de origen cristiano como el irlandés Bono de U2, que ha convertido su fe en un humanismo ya imposible de distinguir del lenguaje de cualquier mitin de Izquierda Unida.“
Sin embargo, como apuntábamos antes, en There Will Be a Light este interés por un humanismo casi sectario no es tan claro; casi podría apuntarse a que desparece, trayéndonos al Ben Harper más coherente, cercano a una búsqueda del Dios personal que nos motiva a alejar el centro de vista del hombre, y dirigirlo hacia él. ¿Quizá por la influencia
del gospel de The Blind Boys of Alabama, que conservan la misma visión (nunca mejor dicho) de la vida desde la formación del grupo en 1938, aún a pesar de las diferentes formaciones que lo han constituido? Las imágenes de Ben Harper mirando al cielo en los conciertos con los Blind Boys parecen menos una pose de músico con pretensiones de espiritual, parecen más verdaderas… poco sabemos de lo que hay en el corazón del hombre. Sólo sabemos que la esperanza se predica desde distintos púlpitos, pero sólo la de los justos se convierte en alegría (
Pr. 10:28). El gospel suele ser alegre, no porque las canciones sean alegres, sino porque en su origen, era el resultado de la esperanza de los justos, de los que habían decidido seguir el camino de Dios en lugar del suyo propio.
Continúa José de Segovia: “es curioso que estos artistas, cuando menos te lo esperas siempre tienen alguna frase que te conmueve profundamente por su luz espiritual. En ese sentido he de decir que me emociona escuchar a Harper decir: “Yo nunca hablaría de Dios sin tener necesidad, sólo cantaría sobre Él, cantaría dándole gracias y alabanzas”. Porque ¿qué es el cristianismo al fin y al cabo sino adoración?”.
La necesidad de hallar luz es antigua como la humanidad, y aunque siempre la ha tenido más cerca de lo que se imagina, una y otra vez hay que apuntar la dirección de donde esta luz procede… ese faro a lo lejos en el camino de los justos. Puede que por esta razón, además de la estética y la musical (la búsqueda de un estilo no se separa de la búsqueda de un motivo para seguir creando música, de una inquietud por lo invisible), Ben Harper recurre al gospel más auténtico que logra encontrar. Y para ver si en su pureza se traza esa senda de los justos, que es
“como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (
Pr. 4:18)
CANCIONES:
- Ben Harper - There Will Be a Light
- Ben Harper - Take my Hand
- Ben Harper - Church on Time
Autor: Daniel Jándula
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